SEMANA SANTA: TRIDUO SANTO II

El Viernes Santo es el día de duelo más grande; porque en él muere Cristo Nuestro Señor. La muerte que es una de las consecuencias del pecado, se había apoderado de todas nuestras vidas humanas, se extendió al mismo Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre.

Este día, hablando en lenguaje litúrgico, amanece, sombrío y melancólico, como barruntando algo siniestro que en él va a suceder. Jesús ha pasado la noche entre la chusma, siendo el escarnio de la soldadesca, acosada, se diría, por el mismísimo Satanás. Azotado y escupido, desollado y coronado de espinas y cargado con el pesado madero, el divino Nazareno atraviesa las calles de Jerusalén.

Va al Calvario a extender sus brazos y a abrir sus labios para abrazar y besar con un solo ademán a toda la humanidad. La naturaleza lo ve, y se horroriza; y anochece el día lo mismo que había amanecido, sombrío y melancólico. Por lo mismo la liturgia de esta dolorosa jornada se celebra toda ella en la penumbra y con todo el aparato fúnebre: pocos cirios amarillos, ornamentos negros, cantos lúgubres, matracas, “improperios” o quejas de amargura.

Por la mañana: se acostumbra en algunos países el rezo en procesión del santo viacrucis y entre las estaciones, se cantan melodías de penitencia.

ACCIÓN LITÚRGICA EN MEMORIA DE LA PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR

Alrededor de la tres, sigue: La Acción litúrgica. “La Misa de hoy ni tiene principio ni fin; porque el que es principio y fin padeció hoy tan amarga Pasión. Ninguna hostia se consagra; porque el Hijo de Dios estaba hoy en el ara o altar de la Cruz consagrado. Caemos en tierra de rodillas, adosando y besando la Cruz, porque se te recuerda que tu Redentor se inclinó cuando la Cruz estaba tendida en el suelo, abriendo aquellos sagrados y delicados brazos y manos, para que se las enclavasen, y enclavado, fue en la Cruz elevado en el aire”.

En tres partes pueden distribuirse los oficios de hoy: 1) las lecturas y oraciones; 2) el descubrimiento y adoración de la Cruz, y 3) la Misa de presantificados

Lecturas y oraciones.

El altar está del todo desnudo, y las velas apagadas. Los ministros sagrados, al llegar al presbiterio, se postran completamente en tierra, en cuya posición humilde permanecen unos minutos, durante los cuales los acólitos cubren con un solo mantel la mesa del altar.

No hay palabras, cánticos ni gestos que puedan expresar más intensamente el abatimiento que embarga hoy a la Iglesia a la vista de Jesús Crucificado. Este silencio aterrador y esta larga postración, adorando y condoliendo al Divino Redentor, es el primero, y quizás el más elocuente, de los ritos de hoy.

Puestos de pie los ministros, cántese, sin título ni anuncio de ninguna clase y en tono de profecía, un pasaje del profeta Oseas (c. VI) proclamando la próxima resurrección y triunfo del Crucificado, al que sigue un tracto y una colecta, haciendo resaltar, en esta última, el contraste entre el castigo de Judas y el premio del buen Ladrón. Una segunda lectura, tomada del Éxodo (c. XII) relata las circunstancias con que los israelitas sacrificaban y comían el Cordero pascual. Por fin, se canta o se reza la historia de la Pasión, según San Juan, en la misma forma que los días anteriores.

Concluida la Pasión, cántese una serie de oraciones por la Iglesia, por el Papa, por todos los ministros de la jerarquía eclesiástica, por las vírgenes, por las viudas, y por los catecúmenos ; por la desaparición de los errores, pestes, guerras y hambres; por los enfermos, por los encarcelados, por los viajeros, por los marineros; por la conversión de los herejes; por los “pérfidos” judíos, “para que Dios levante el velo que cubre su corazón y así también ellos conozcan a Jesucristo”, y por los paganos.

De nadie se olvida la Iglesia en este día de perdón universal. A cada oración precede un anuncio solemne de la misma y, para mover más a Dios, una genuflexión general de toda la asamblea. En la oración por los judíos se omite la genuflexión para no recordar -dice algún Ordo romano- la, que por befa hicieron ellos delante de Jesús vestido de púrpura y coronado de espinas; ni tampoco se usa del canto sino sólo de un recitado a media voz, quizá para evitar el que los primitivos cristianos, justamente indignados contra aquel pueblo deicida, se enterasen de este rasgo de condescendencia de la Iglesia.

El texto de estas oraciones y el modo de hacerlas son antiquísimos. Es la oración titánica que antiguamente seguía a la invitación Oremos que precede inmediatamente al ofertorio de la Misa.

Descubrimiento y adoración de la Cruz.

Refiere la peregrina Etheria, que en Jerusalén se celebraba, en la capilla de la Santa Cruz, la adoración del Lignum Crucis, por el obispo, el clero y todos los fieles. Para satisfacer la piedad de todos los cristianos del mundo, esta devoción pasó de Jerusalén a algunas iglesias privilegiadas, y por fin, a todas las de la cristiandad.

Como el Crucifijo está tapado desde el sábado anterior al Domingo de Pasión, el celebrante empieza por descubrirlo, en esta forma: despojase de la casulla, en señal de humildad, y tomando el Crucifijo lo descubre en tres veces: la primera vez, la parte superior, cantando en voz baja la antífona “Ecce Lignum Crucis”, al mismo tiempo que la muestra al pueblo; la segunda, la cabeza, cantando en tono más elevado; y la tercera, todo lo restante del Crucifijo, cantando ya a plena voz, y desde el medio del altar.

Parece ser que con este descubrir progresivo de la Cruz y la elevación; por tonos, de la voz, quiere significar la liturgia la triple etapa por qué pasó la predicación del misterio de la Cruz: la primera como al oído, tímidamente, y sólo entre los adeptos del Crucificado; la segunda, ya después de Pentecostés, pública y varonilmente, y a todos los judíos; y la tercera, a todo el mundo y con toda la fuerza de la palabra.

La adoración la hacen todos los fieles, empezando el celebrante y el clero; éstos, en señal de humildad, con los pies descalzos. Antes de acercarse a la Cruz, hacen todos, a convenientes distancias, tres genuflexiones de ambas rodillas; en la última, la adoran besándola. Entre tanto los cantores cantan con conmovedoras melodías el “Trisagio”, en griego y en latín; los “Improperios” o reproches amargos de Dios al ingrato pueblo judío, y, en su persona, a los malos cristianos de todos los siglos; y el hermoso himno de Fortunato Pange Lingua, en honor de la Cruz.

En adelante la Cruz presidirá los oficios religiosos y, como un homenaje singular; aun el clero, al pasar delante de ella, la saludará con una genuflexión.

Misa de presantificados.

Al final de la adoración de la Cruz, se encienden las velas del altar, se extiende sobre él el corporal, y se organiza, lo mismo que ayer, una solemne procesión al monumento, para tomar la hostia allí reservada. Con esta hostia consagrada ayer, o “presantificada”, se celebra el rito que el Misal denomina Misa de presantificados y los antiguos llamaban “Misa seca”, porque en ella no hay consagración, sino solamente comunión del celebrante con la hostia previamente consagrada. El recuerdo del Sacrificio sangriento del Calvario embarga hoy de tal modo a la Iglesia, que renuncia a la inmolación incruenta de cada día.

El rito se desarrolla en esta forma: Sacada la hostia del cáliz y puesta sobre el corporal, el celebrante pone vino y agua en un cáliz, que no consagra; inciensa la oblata y el altar, como en las misas ordinarias; eleva la hostia; canta el Pater Noster; recita en voz alta la oración Líbranos que le sigue; luego, en silencio, otra, como preparación a la comunión, y comulga únicamente bajo la especie de pan, tomando a continuación, a guisa de abluciones, el vino del cáliz.

Alrededor de las 5:00 p.m. en México se tiene la costumbre de que un sacerdote o diacono predique el sermón de las siete palabras. Y terminando éste, se reza el rosario del pésame a la Virgen Dolorosa.

En algunos lugares, alrededor de las 7 o 8 de noche, inician la procesión del Santo Entierro y para más tarde también es tradición en otros lugares la procesión del silencio.

En todos estos eventos, los fieles se entregan a la meditación de la Pasión y Muerte del Señor y Soledad de María.

Todas estas ceremonias se celebran en la Templo de San Miguel Arcángel, C. Zootecnia 12001, Col. Granjas Universitarias de la ciudad de Chihuahua, para más informes al Tel 4341657.

Este escrito, en gran parte es extraído del libro: “La Flor de la Liturgia” 6ta. Ed.,1951.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

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