Algunos datos y reflexiones sobre la Guerra Cristera

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Esta lucha no se hubiera producido, si el presidente Calles, hubiera actuado, como un gobernante justo y neutral y también si hubiera respetado el sentir del pueblo mexicano, el cual era 99% católico.

Pero la consigna de las logias masónicas y de los poderosos en Estados Unidos, fue fomentar primero una revolución socialista en nuestro país, con la imposición de los ejidos que los fueron los mismos koljoz, años después en la Unión Soviética y la imposición de una constitución anti-religiosa que cristalizó en 1917 y con la persecución contra la Iglesia Católica.

La persecución religiosa y el deseo satánico de eliminar la religión a través del derramiento de sangre ha sido la característica constante de las revoluciones, ya sea francesa, la mexicana, la española, la cubana y la rusa.

Es por eso que a la guerra cristera, puede llamársele una verdadera y auténtica contrarrevolución, que se opuso a los fines principales de la revolución socialista, emanada y patrocinada por los adinerados de un país “capitalista”, dirigidos por el poder tras bambalinas de la masonería.

En la Revolución socialista mexicana, mucho tuvo que ver la imposición del punto 6to. de los tratados de Bucareli, emanados de las logias de New Orleans, el cual consistía en fraccionar el campo agrícola mexicano en ejidos (koljoses soviéticos), el fin que se perseguía con esto, no era la mejor producción, ni tampoco la justicia y equidad del campo, sino la ruina económica y el control político de los campesinos a quienes el gobierno les prestaba las tierras, así nacieron los famosos agraristas.

Lo mismo que sucedía en el campo lo hicieron en las ciudades con los sindicatos controlados por el gobierno, teniendo atados a los obreros con la cláusula de exclusión si no eran dóciles a las políticas y deseos de los gobernantes. De estos agraristas y obreros sindicalizados, controlados por el gobierno, posteriormente llegó a echar mano Calles en la lucha contra los cristeros.

La lucha armada de 1910 inició porque ni Porfirio Díaz, ni Francisco I. Madero, ni mucho menos Victoriano Huerta, aceptaron el famoso punto sexto, ¿por qué?¿de donde venía el armamento en la lucha armada? sino de los Estados Unidos. Carranza se mantuvo gracias a que siguió en parte el punto sexto, y persiguió en parte a la Iglesia e instituyó la famosa Constitución anticatólica de 1917, misma que fue redactada en las logias de New Orleans.

En el caso del Presidente Victoriano Huerta, ni los villistas ni los zapatistas, y todos los demás revolucionarios bien armados por los Estados Unidos pudieron derrocarlo, por eso tuvo que venir en auxilio de ellos el ejército yanqui, para imponer las leyes masónicas impuestas por ellos, es así como se dio nuevamente la invasión y desembarque de tropas americanas en Veracruz para vencer a Huerta.

Si los cristeros hubieran ganado la guerra, como se vislumbraba a mediados de 1929, los Estados Unidos hubieran intervenido armadamente para poner de nuevo al gobierno masónico de Calles, así como anteriormente lo hicieron contra Huerta. No fue necesario porque los cristeros fueron infiltrados y traicionados, por parte de los obispos arreglistas y por el Secretario de Estado Vaticano, el denunciado Pietro Gasparri; masón, formado en el círculo del luciferino Mariano Rampolla, quien actuó tras bambalinas, traicionando la confianza de Pío XI. Gasparri todo lo dirigía desde Roma, mandando mensajes contradictorios a los cristeros, y pactando los arreglos con Morrow, con el gobierno masónico y dirigiendo a Rafael Guízar y Valencia, a Banegas y Galván, y a los ejecutores obispos Ruiz y Flores y Pascual Díaz, quienes concluyeron los arreglos traicioneros para la Iglesia y los cristeros con el gobierno anti-religioso, masón y liberal de Portes Gil, marioneta de Calles.

Acerca de los hermanos Guízar, sus hechos demuestran que estaban infiltrados en la Iglesia como Judas, quinta columnistas que trabajaban para el gobierno liberal, y no para Cristo y su Iglesia; asimismo la traición del general Jesús Degollado Guízar (sobrino de Antonio y Rafael Guízar y primo del pederasta Marcial Maciel Degollado-Guízar fundador y líder de los Legionarios de Cristo y todos ellos originarios de Cotija, Michoacán) y de Efraín González Luna, casado con una mujer de apellido cotijano (Morfín) emparentada con el sacerdote Jesús Guízar Morfín, quienes denunciaron primero a Anacleto Gonzáles Flores y después al General Gorostieta. Tanto González Luna como Degollado Guízar salieron estupendamente librados, sin ningún rasguño después de los arreglos, e inclusive premiados, tanto así que a González Luna junto con Manuel Gómez Morín, el gobierno masónico les permitió fundar y registrar el Partido Acción Nacional, a diferencia de los demás líderes cristeros a quienes casi en su totalidad fueron deportados o detenidos y asesinados después de entregar las armas.

Después de esta necesaria introducción, ahora vamos a volver nuevamente a la historia.

En los años 20´s. del siglo pasado la revolución socialista había causado estragos en el suelo mexicano, no bien se había terminado un siglo plagado de desgracias para el país y la Iglesia católica en México, cuando se promulgó una constitución anticatólica y con ello se desataron terribles persecuciones anticristianas, todas ellas ajenas al sentir del pueblo de México, que el 99% era profundamente católico, por lo cual se esperaba lo peor, pues por un lado estaban las hordas salvajes de los revolucionarios –influenciados por el bolchevismo soviético y financiados por los Estado Unidos- que arrasaban con cualquier vestigio de civilización a su paso, y por el otro, la Iglesia, civilizadora por excelencia, encarnada en el pueblo de México, en el mexicano sencillo, por encima de todo esta su amor Dios: el encuentro fue terrible.

Y el momento llegó. Los años 1926 a 1929 fueron pródigos en mártires que fieles a Cristo, prefirieron morir antes que renegar de Él. Nuestra patria se empapó de sangre de hermanos; federales, agraristas y cristeros –todos católicos- se enfrentaron en tremenda lucha que costaría miles de vidas al país, por pretender imponer al mexicano ideologías exóticas.

Se quiso arrancar de México la Cruz de Cristo, y un pueblo entero con su sangre le dijo al tirano que prefería morir antes de cambiar de Rey, un pueblo entero acudió a las urnas, y con sangre legitimó el reinado de Cristo en nuestra patria.

anacleto_gonzalez_floresY como dice Anacleto González Flores en el libro “El Plebiscito de los Mártires”: Y entonces, a la par de que fueron surgiendo por doquier soldados de Dios que luchaban por los derechos de la Iglesia –quienes generosamente se “echaron al cerro” a luchar por su fe- surgieron mártires, quienes negándose a tomar un arma, dieron el más excelso testimonio de amor a Cristo, y con su conducta ejemplar y heroica, le mostraron el gran amor que le tienen a nuestra Nación, y con su sangre vertida dijeron a los tiranos que Dios no muere, que México nació católico, y católico seguirá siendo mientras haya hombres capaces de luchar por su fe y su Patria; dijeron a los injustos opresores, que mientras haya un mexicano, que este dispuesto a morir por su fe, México seguirá siendo católico, pues tiene un destino que cumplir, y que lo habrá de cumplir, aunque en ello se le vaya la vida.

Ante la amenaza de perder el culto católico con la “Ley Calles”, 25 mil mexicanos formaron guerrillas mal armadas (escopetas y pistolas) en diez estados del país, en 1926, y fueron combatidos por más 50,000 soldados y agraristas de Calles. Cuando un cristero caía prisionero se le ahorcaba o se le fusilaba allí mismo sin ningún juicio de por medio. En cuanto a los heridos, eran buscados de casa en casa y se les remataba de varios tiros.

La prensa, controlada por el gobierno, sólo publicaba breves notas en que se describía a los cristeros, como asaltantes y asesinos. Los cónsules y el Embajador de los Estados Unidos Morrow, a los cristeros siempre los llamaban “bandoleros”.

¿Quienes realmente eran los “bandoleros”?

Los cristeros, luchaban por una causa justa, defendiendo el derecho de practicar libremente su religión, y después de ganar batallas al ejército callista, dejaban libres a los prisioneros, excepto a aquellos que habían matado sacerdotes; también se les tenían prohibido hasta con el fusilamiento a quienes se dedicaran al pillaje.

En cambio, los generales y el ejército de Calles, por la impotencia después de las derrotas que les infringían los cristeros, se vengaban matando a civiles católicos, violando mujeres, robándose su ganado, quemando las cosechas, y fusilando prisioneros sin ningún juicio de por medio.

LA LEY CALLES

La llamada Ley Calles consistió en una serie de reformas al Código Penal. Se reformaron 33 artículos, algunos de ellos se citan a continuación:

Art. 6.- Quedan prohibidos los votos religiosos y las órdenes monásticas; los conventos serán disueltos por las autoridades y quienes vuelvan a reunirse en comunidad serán castigados con uno o dos años de prisión y los superiores de las órdenes con seis años de cárcel.

Art. 7.- Las personas que induzcan a un menor a ingresar en una orden monástica, sufrirán la pena de arresto mayor y multa de segunda clase.

Art. 10.- Ni privada ni públicamente podrán formular los sacerdotes crítica alguna de las leyes, o del gobierno, bajo pena de uno a cinco años de prisión.

Art. 21.- La Iglesia no podrá adquirir, poseer o administrar bienes raíces, ni capitales impuestos sobre ellos. Se concede acción popular para denunciar los bienes que se hallen en tal caso.

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Ahora bien, basta la aplicación de esos cuatro puntos para asfixiar totalmente a la religión católica en México.

Ante esa situación la jerarquía de la Iglesia protestó. Y por medio de la Liga Defensora de la Libertad Religiosa realizó un boicot para no comprar sino lo muy necesario, se juntaron más dos millones de firmas para que el Congreso echará abajo la ley, pero siempre pudo más el odio de Calles y de la minoría masónica anti-religiosa que estaba en el poder, que por la fuerza y sus pistolas querían aniquilar a la religión católica en el país, ¿que puede hacer un pueblo inmensa y profundamente católico?, procuró hacer de todo para detener la inicua y violatoria ley sobre la libertad religiosa “penitencias, sacrificios, votos, comuniones”, de todo hizo sin ningún resultado ante la inflexibilidad de Calles.

Y ante tal situación, la respuesta se volvió un dilema para el pueblo católico o acataba las leyes inicuas o tomaban las armas.

Algunos “obispos”, dentro de la Iglesia, trabajaban a favor de la aplicación de esas leyes… entre ellos, Antonio Guízar y Valencia, obispo de Chihuahua, quien en enero de 1927 amenazó con excomunión a quien se levantara en armas. Con esa acción se ganó la estimación del gobierno, que lo promovió con las negociaciones con Roma, jugando este obispo junto con su hermano Rafael y los obispos Ruiz y Flores, Pascual Díaz y Francisco Banegas, un papel importante en la traición a los cristeros en los arreglos con Calles. Asimismo se unieron al embajador americano Dwight Morrow y al cardenal Pietro Gasparri en el Vaticano, para traicionar a los cristeros en la primavera de 1929.

Y entonces surgió el movimiento de Cristo Rey.

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El primer foco del movimiento armado fue en Zacatecas y enseguida en Jalisco. Entre agosto y diciembre de 1926 hubo 64 levantamientos, aislados, la mayor parte en Jalisco, Colima, Guanajuato, Guerrero, Michoacán y Durango.

Una cosa que es muy importante destacar es que este movimiento armado surgió de manera espontánea entre los campesinos y estudiantes mexicanos en contra de las múltiples vejaciones de que era objeto por parte del Gobierno Federal.

El 15 de enero de 1927, el Gral., José Álvarez lanzaba la acusación a los obispos de dirigir la rebelión, a lo cual, los obispos respondían: “El episcopado es ajeno (al movimiento), hemos declarado ya, y no es un misterio para nadie que conozca la doctrina de la Iglesia y la autoridad unánime de los grandes Doctores que hay circunstancias en la vida de los pueblos en que es lícito a los ciudadanos defender por las armas los derechos legítimos que en vano han procurado poner a salvo por medios pacíficos.

El gobierno quiso imputarles falsamente la responsabilidad a la Iglesia y a los obispos de los levantamientos, lo cierto es que estos brotes armados fueron espontáneos y de manera aislada en un principio, para pasar a ser coordinados después por la Liga Defensora de la Libertad Religiosa y la Unión Popular en Jalisco.

En Junio de 1926, los obispos se encontraban divididos en cuanto a la cuestión del registro obligatorio de los sacerdotes en Gobernación. Unos se pronunciaban a favor de la resistencia activa (política), otros por la resistencia pasiva (hasta el martirio) y otros ciegamente (a pesar de los hechos) por la perseverancia en la vía constitucional. Estas divisiones vuelven a encontrarse ante el movimiento armado. La mayoría de los prelados, indecisamente dejaron en toda libertad a los fieles de defender sus derechos, como mejor les pareciera, una decena les negó el derecho de levantarse, y tres los alentaron a tomar las armas contra la tiranía injustificable de Calles.

Diez eran enemigos de la acción armada, y cinco de ellos, son los que lograron hacer una labor de desinformación en Roma en contubernio con Pietro Gasparri, siendo estos: Echeverría, de Saltillo; Uranga, de Cuernavaca; Vera y Zuria, de Puebla; Antonio Guízar, de Chihuahua; Rafael Guízar, de Veracruz (ambos hermanos originarios de Cotija Michoacán poblado que junto con Monterrey es famoso por su origen de neo conversos); Banegas de Querétaro; Corona de Papantla; Fulcheri, de Zamora; Martínez, obispo auxiliar de Morelia y amigo del general Cárdenas, su arzobispo, Ruiz y Flores y, en fin Pascual Díaz.

Algunos de ellos se habían opuesto ya al boicot y a la propaganda de la Liga pro defensa de la Iglesia, en una época en que todavía no se hablaba de lucha. Algunos, como Vera y Zuria, llegaban a un acuerdo relativo con las autoridades, de modo que la persecución no afectaba a sus diócesis.

De 38 prelados, puede decirse que tres estaban de acuerdo con la “Liga”, los de Huejutla, Tacámbaro y Durango: Manríquez y Zárate, González y Valencia, Lara y Torres. Los tres, hasta finales de 1926, habían prohibido todo recurso a la violencia, y el que abrazó más la causa de los cristeros, fue Mons.

Manríquez, que en tres ocasiones había condenado la violencia. Pero el 12 de julio de 1927 manifestó su cambio de opinión, en su mensaje al mundo civilizado: “nuestros soldados perecen en los campos de batalla, acribillados por las balas de la tiranía, porque no hay quien les tienda la mano, porque no hay quien se preocupe por ellos, ni quien secunde sus heroicos esfuerzos enviándoles elementos de boca y guerra para salvar a la Patria. Queremos armas y dinero para derrocar la tiranía que nos oprime y fundar en México un gobierno honrado…”no volvería a cambiar de posición hasta su muerte y, fiel a sí mismo, ayudó cuanto pudo a los combatientes, escribiendo al extranjero, reuniendo dinero, enviando armas, todo lo cual le acarreó problemas con las autoridades norteamericanas y con Gasparri, sin hablar del exilio perpetuo.

Mons. González y Valencia escribía a propósito de la negociaciones de 1927: “No son éstas las horas de la diplomacia. Es mejor dejar de consumir las cenizas de nuestra Iglesia heroica antes que mancillarla con un armisticio ineficaz y vergonzoso. ¡Y pensar que entre tanto nuestros hijos, en numero abrumador, levantan orgullosos la cabeza y se oponen a la humillación de sus Prelados!” (30 de agosto de 1927).

Pero él y Mons. Lara y Torres, después de haber chocado con la hostilidad de la jerarquía, obedecieron las órdenes del nuncio y dejaron de enviar armas y dinero a la “Liga” Con rabia en el corazón y rubor en la frente, como puede imaginarse.

Algunos sin haber alentado el movimiento y sin ayudarlo materialmente, lo defendieron con sus palabras o con su presencia. Tal es el caso de Mons. Mora que el 21 de abril de1927, proclamó que el clero era ajeno en absoluto a la guerra, pero los cristeros eran totalmente justificables e irreprochables.

Quienes estuvieron más cerca de los cristeros, sin que jamás se los pudiera acusar de la menor colaboración con ellos fueron: Mons. Amador Velasco, obispo de Colima, y Mons. Orozco y Jiménez, arzobispo de Guadalajara, quienes ya en 1926, previendo el resultado de los acontecimientos, se echaron al campo para administrar su diócesis, durante tres años, como los obispos de los primeros siglos del cristianismo, esa presencia de su prelado fue para los cristeros de estas regiones la prueba de la santidad de su causa y un aliento mucho más precioso que un millón de aquellos cartuchos cuya necesidad tan cruelmente se hacía sentir.

Es de admirarse que desde octubre del 1926 a junio de1929, no hubiera un Judas que traicionara a estos dos santos y celosos obispos, ambos llevan durante tres años una vida ruda como la de los cristeros, por montes y valles, durmiendo al sereno, guardados por los cristeros, protegidos por los agraristas. En el caso de Mons. Orozco a veces vivía muy cerca de Guadalajara, en las “barrancas” de San Cristóbal. Con su larga barba, vestido como un campesino, se escabullía de entre las manos de los soldados, mulero un día, labriego el siguiente, lo mismo hacía Mons. Juan Navarrete Guerrero, obispo de Hermosillo, en la segunda Cristiada.

Mons. Orozco había hecho todo lo posible por impedir la crisis, se había resistido a la suspensión del culto, había prohibido a los jefes de la Unión Popular que se sublevaran. En vano. Viendo que la guerra era inevitable, después de los primeros levantamientos, pasó a la clandestinidad para no abandonar a su pueblo, en una prueba cuyo horror temía y cuya duración preveía. El gobierno siempre quiso ver en él al general en jefe de los cristeros de occidente, una especie de templario.

Nada más falso: “Mons. Orozco nunca se sublevó ni anduvo levantado en armas sino que realizó una visita pastoral por aquellos lugares…”

Mons. Orozco sobre los posibles arreglos defendía a los cristeros ante Roma, recordando que era opuesto a la guerra pero ahora era preciso tener en cuenta su realidad (carta al Papa, del 14 de marzo de 1928). Recordando que sin la resistencia de los cristeros el gobierno no hubiera iniciado jamás las negociaciones, suplicaba que los cristeros no fuesen inútilmente sacrificados (Memorándum al Papa, del 22 de junio de 1928).

El 11 de Febrero de 1927, Mons. José María González y Valencia lanzaba desde Roma suJose_Maria_Gonzalez_y_Valencia famosa carta pastoral a los católicos de su arquidiócesis: “Séanos ahora lícito romper el silencio sobre un asunto del cual nos sentimos obligados a hablar. Ya que en nuestra arquidiócesis muchos católicos han apelado al recurso de las armas… creemos de nuestro deber pastoral afrontar de lleno la cuestión y, asumiendo con plena conciencia la responsabilidad ante Dios y ante la historia, les dedicamos estas palabras: Nos nunca provocamos este movimiento armado. Pero una vez que, agotados todos los medios pacíficos, ese movimiento existe, a nuestros hijos católicos que anden levantados en armas por la defensa de sus derechos sociales y religiosos, después de haberlo pensado largamente ante Dios y de haber consultado a los teólogos más sabios de Roma, debemos decirles: Estad tranquilos en vuestras conciencias y recibid nuestras bendiciones”. Esta carta pastoral no llegó jamás a los cristeros de Durango, aislados en sus montañas.

Mons. González y Valencia había consultado, entre otros, al R.P. Arthur Vermeersch SJ, profesor de la Universidad Gregoriana de Roma, así como a los padres Noval, Maretto y otros canonistas.

El Papa Pío XI, ya había escrito en noviembre de 1926 sobre la defensa de la Fe en México:

¡OH gloria verdaderamente ilustre de la Divina Esposa de Cristo, que siempre en el curso de los siglos, puede contar con hijos tan nobles y generosos, prontos por la santa libertad de la fe, a la lucha, a los padecimientos y a la muerte!

¡Oh! Cuán justamente se aplican a los autores de tales enormidades, las palabras de Nuestro Señor Jesucristo a los príncipes de los Judíos: “ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas”. (Luc. 22-53).

Debemos tributar muy singulares alabanzas a las Asociaciones Católicas que en estas circunstancias están al lado del Clero como cuerpos militares de defensa: ya que los miembros de ellas, en cuanto es de su parte no sólo proveen al sustentamiento y al socorro de los sacerdotes, sino también cuidan los edificios sagrados, enseñan la doctrina cristiana a los niños, y como centinelas están de guardia para dar aviso a los sacerdotes a fin de que ninguno quede privado de auxilios espirituales. Y esto se refiere a todos en general; pero queremos decir algo en particular de las principales asociaciones para que cada una sepa que es grandemente aprobada y del Vicario de Jesucristo.

Sólo Nos resta, Venerables Hermanos, implorar y suplicar a Nuestra Señora María de Guadalupe, celestial Patrona de la nación mexicana, que, perdonadas las injurias contra ella misma cometidas, alcance con su intercesión a su pueblo las bendiciones de la paz y la concordia; y, si por secretos designios de Dios, aun está lejano este deseado día, que llene de toda clase de consuelos los pechos de los fieles mexicanos y los conforte para seguir luchando por la libertad de profesar su religión.

José María González y Valencia, arzobispo de Durango y presidente de la comisión de obispos mexicanos en Roma durante el conflicto cristero, dio a conocer a sus fieles las palabras aprobatorias de Pío XI respecto del levantamiento armado: “Qué consuelo tan grande inundó nuestro corazón de prelado al oír con nuestros propios oídos las palabras del jefe supremo de la Iglesia (…) le hemos mirado conmoverse al oír la historia de nuestra lucha (…) aprobar vuestros actos y admirar todos vuestros heroísmos (…). Él, pues, el sumo pontífice, os anima a todos, sacerdotes y fieles, a perseverar en vuestra actitud firme y resuelta. Os anima a no temer a nada ni a nadie, y sí sólo temer el hacer traición a vuestra conciencia”. (Campos Laura, mitos sobre la Iglesia y la Guerra Cristera:
http://lauracampos.wordpress.com/2011/12/27/los-mitos-de-la-guerra-cristera/)

el 12 de Diciembre de 1927, tal vez por la presión del embajador de los Estado Unidos, Morrow y por los católicos americanos Lane y Montavon, y la información de los obispos traidores mexicanos confabulados con el Card., Gasparri, mandó que los obispos mexicanos se abstuvieran en todo de apoyar la acción armada.

Posteriormente, el general Párroco Aristeo Pedroza le escribía al obispo traidor Mons. Ruiz y Flores, el 11 de junio de 1929: “Con harto desconsuelo hemos visto que hay miembros del Ilmo. Episcopado que han reprobado la lucha.”

padre pedrozaEn la Guerra Cristera, también hubo sacerdotes involucrados, a pesar de que en la arquidiócesis de Guadalajara, Mons. Orozco y Jiménez había pedido a los sacerdotes que permanecieran en las iglesias, pero al arreciar la persecución, y muertos muchos sacerdotes, dio su autorización para que los que quisieran irse al campo lo hicieran. Él mismo lo hizo. Hubo sacerdotes soldados, como el ya mencionado p. Aristeo Pedroza, quien llegó a ser general de brigada en Los Altos, José Reyes Vega (apodado “El Pancho Villa con sotana”), y Miguel Pérez Aldape. En Juquila el p. Epigmenio Hernández fue prácticamente responsable del movimiento armado.

El historiador no cristiano Jean Andre Joseph Meyer Barth enlista a los sacerdotes en su obra Cristiada, primera parte, p. 49: -Sacerdotes activamente hostiles a los cristeros = 100 -Sacerdotes activamente favorables a los cristeros = 40-Sacerdotes combatientes = 5 -Sacerdotes que abandonaron parroquias rurales y de ciudades = 3500 -Sacerdotes ejecutados por el gobierno = 125. 59 de la arquidiócesis de Guadalajara, 35 de otras zonas de Jalisco, 6 en Zacatecas, 18 en la diócesis de León Guanajuato y 7 en la de Colima.

La lucha que se desarrollaba en México no era un fenómeno de origen local. El Gobierno, surgido entre un pueblo de inmensa mayoría católica, no podía tener razones propias para entrar en pugna con el sentir popular. El móvil de su acción se ocultaba tras el secreto de la logia, y se comunicaba a través de ese pasadizo oscuro, con el odio milenario que dos mil años antes había ya reverberado en el Calvario. como bien lo dicen en el libro “los Cristeros” vistos por el Coronel León Degrelle por la Profra. Reynoso y por el historiador Español Ricardo de la Cierva.

De no ser porque se conjuraron muy bien todas las fuerzas del mal, en todos los frentes, la guerra cristera probablemente hubiera sido ganada por los alzados católicos.

Uno de los principales ideólogos de los cristeros fue Anacleto González Flores el cual decía: “Nadie ha logrado enterrar totalmente a sus muertos. El puñado de polvo que se encuentra en el fondo de la tumbas no es el único que los muertos han regado sobre su camino, porque cada hombre, cada raza, cada generación, es como una caravana de polvo que se dispersa durante toda la jornada. Vivimos en medio del polvo de los muertos, y somos como las múltiples miríadas de unidades de la selva, que de cuando en cuando se rejuvenecen, y que periódicamente dejan caer sus hojas amarillentas hasta hacer caer de ellas un océano de polvo que invade los troncos de las frondas. La historia se escribe bajo la gravitación irresistible de la supervivencia de los muertos…” González Flores aludía así a los abuelos y bisabuelos muertos en la fe cristiana.

Anacleto Gonzáles sabía de la importancia de la mujer en la lucha Cristera… Siempre se ha dicho: “educa a un hombre y estarás educando a un ser humano; educa a una mujer y estarás educado a una familia y con ésta a toda una Nación.”

En la lucha armada se fundaron varias brigadas femeninas para ayudar a los combatientes cristeros. Un juramento decía: “Ante Dios Padre, Hijo, Espíritu Santo, ante la Santísima Virgen de Guadalupe y ante la faz de mi Patria, yo “X”, juro que aunque me alaguen o me prometan todos los reinos del mundo, guardaré todo el tiempo necesario secreto absoluto sobre la existencia y actividades, sobre los nombres de personas, domicilios, signos que se refieran a sus miembros. Con la gracia de Dios, primero moriré que convertirme en delatora.”

Las entregas de municiones se camuflajeaban en el mercado, bajo la apariencia de operaciones comerciales. También se entregaban municiones en chalecos especiales y las encargadas de llevarlas se los ponían debajo del vestido a modo de camisas fruncidas para hacer multitud de pliegues, quedando bastante amplias las mangas donde se acomodaban los cartuchos.

Llegaron a operar 25,000 cristeros en la zona que abarcaba territorios de Durango, Zacatecas, San Luis Potosí, Jalisco, Michoacán, Nayarit y Colima. Grupos menores operaban en Guanajuato, Sinaloa, Querétaro y el Estadode México.

Había mujeres que no estaban dentro del movimiento, pero que cooperaban. Una pariente de Calles prestó su casa para almacenar municiones en la cuidad de México.

Varias damas ricas prestaban sus coches para realizar recorridos nocturnos. En diversos poblados hubo brigadas femeninas que escondían a los heridos cristeros.

Algunas muchachas fueron sorprendidas y capturadas, a manos de quienes sufrieron martirios inenarrables.

Varias jóvenes cristeras de Colima cayeron en una emboscada y fueron salvajemente interrogadas para que dieran informes, pero padecieron sin denunciar a nadie.

En fin, en esta lucha hubo muchas mujeres como Juana de Arco.

Los “cristeros” carecían de suficiente armamento y de apoyo logístico para formar un frente de combate. Su lucha la tenían en la táctica de guerra de guerrillas y de acciones más o menos audaces. Se trataba de un frente fluido, siempre cambiante. El general callista Cristóbal Rodríguez dice que los cristeros tenían extraordinaria condición para sostenerse: “Escondiéndose más que alojándose en cuevas, como los hombres primitivos de las cavernas, en medio de sobresaltos continuos, mal alimentados, esperando de un momento a otro ser atacados… los cerros, las barrancas y el inmenso cielo fueron testigos mudos de su intranquila vida: Durmiendo a la intemperie, bajo los rigores del frío y de la lluvia.

Los cristeros, también carecían de servicios médicos para sus heridos. El médico que les prestara auxilio y que no los denunciara inmediatamente a las autoridades se hacia acreedor a la muerte sin juicio alguno, como le ocurrió al Dr. Baltazar López, de Moroleón, Gto. Al saberse que había atendido a unos cristeros, fue apresado por una escolta y fue fusilado en la plaza municipal.

Tampoco tenían los cristeros servicios de intendencia que les garantizara agua y comida. Pero entre las debilidades de su organización la peor de todas era la escasez de armas y municiones.

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El gobierno había formado numerosas columnas volantes para atacar a los cristeros y nombró como jefes a más de diez experimentados generales. Cada columna constaba de dos regimientos de caballería, o de dos regimientos y dos batallones, o sea de 800 a 1,600 hombres. Podían desplazarse libremente por los caminos y disponían de telégrafo, radio, camiones (y después de aviones bombarderos facilitado todo ello por Estados Unidos) y abastecimiento seguro de víveres y cartuchos, pero no les resultaba fácil exterminar a las guerrillas que un día pegaban en un sitio y que rápidamente se escondían en los bosques o se remontaban a la sierra, para luego aparecer en un punto muy diferente.

En un principio fue muy difícil para los cristeros la lucha, debido a la ya mencionada escasez de armas y municiones y la falta de experiencia en el combate, y empezaron perdiendo casi todos los combates, hasta que poco, a poco, gracias a su gran ideal y valor, empezaron a ganar las batallas.

Pero a pesar de las recientes victorias y a los múltiples levantamientos, se notaba la falta de un jefe que pudiera amalgamar y unir y conducir el gran potencial humano de los cristeros. La Liga percatándose de ello, y sabiendo que sin dirección adecuada la Cristiada fracasaría. Entonces fijaron su atención en el general Enrique Gorostieta, quien había sido oficial muy brillante del ejército porfirista, peleando en las tropas dirigidas por Victoriano Huerta contra Pascual Orozco, y siendo fiel a Huerta, se negó a unirse a las filas carrancistas, y también rechazado como huertista por el gobierno, Gorostieta vio con simpatía el movimiento cristero.

Jean Meyer Barth afirmó primero que Gorostieta era un mercenario que aceptó dirigir el brazo armado sólo por dinero, pero ante las protestas de Eduardo Pérez Gorostieta, quien mostró cartas inéditas que demuestran la fe del general, no tuvo más remedio que retractarse y aceptar:

“Para mí eso demuestra que Gorostieta no es un masón liberal porfirista anticlerical que entra como mercenario y se vuelve católico al contacto de los cristeros”, dice Meyer.

Y concluye el autor de la Cristiada: “Era católico de una familia muy católica”.

Los movimientos de las tropas callistas, siempre se cuidaban de las emboscadas, porque eran más lentos que los cristeros, quienes a veces se dispersaban para desconcertar a sus perseguidores y más tarde volvían a agruparse en solitarios parajes. A mediados de 1927 –seis meses después de los levantamientos más o menos planeados– operaban 18 mil cristeros, aunque con muy reducida capacidad de fuego, ya que muchos de sus rifles eran de caza o de tiro al blanco y no disponían de máuseres de tiro rápido, como los de la tropas callistas y los agraristas. Mucho menos de ametralladoras, radiocomunicación, ferrocarriles y camiones.

A veces la escasez de municiones los obliga a suspender combates que iban ganando y a huir en busca de refugio.

Para el abastecimiento de municiones los cristeros dependían de agentes suyos (en esto fue muy eficaz la Unión Popular de Jalisco, y las brigadas femeninas “Santa Juana de Arco” a diferencia de la liga que no más que palabras, y nunca consiguió los pertrechos necesitados en la lucha) que operaban en ciudades o poblados, siempre jugándose la vida en peligrosos ardides. Pequeñas cantidades de cartuchos en sacos de cemento o en cajas de jabón y llevadas a determinados lugares para surtir a los alzados. Los descubiertos en estas actividades sufrían duros tormentos para que denunciaran a sus compañeros y morían en pocas horas.

gosrostieta_cristerosDespués de medio año de combates, y gracias al excelente mando de Gorostieta, al iniciar 1928 las fuerzas cristeras en Jalisco pesaban demasiado y el ejército federal no podía contra ellos, al grado de que se tuvieron que retirar soldados destinados a la protección de minas y haciendas extranjeras para movilizarlos. Los ofrecimientos de amnistía que ofrecía el Gral. Joaquín Amaro no surtían efecto. En enero de 1928 se calculan 25 mil cristeros activos, en Sinaloa, Nayarit, Jalisco, Michoacán, Guanajuato, Aguascalientes, México, Zacatecas, Puebla, Oaxaca, Morelos y Veracruz.

El ejército federal continuamente organizaba concentración de poblaciones para bombardear polígonos evacuados, en donde se robaban el ganado, y las cosechas, y todo lo echaban al tren, y lo vendían los generales haciendo con esto un negocio redondo, y lo que no cabía lo destruían, para que no les llegara a los rebeldes y esto lo hacían para cortar la ayuda a los alzados y castigar a las poblaciones para que no los ayudaran, y lo único que conseguía el ejército era exasperar más a la población civil y con ello aumentaba el flujo de voluntarios al ejército cristero.

A mediados de 1928 para el gobierno era ya evidente que nunca podría vencer a los cristeros por la fuerza: la población en masa se sublevaba. Al ocurrir el asesinato de Álvaro Obregón, hubo fricciones entre obregonistas y callistas, con acusaciones mutuas. Calles salvó la situación pasando el poder a Emilio Portes Gil, pero durante el conflicto político los cristeros esperaban, sabiendo que una división entre los jacobinos podría ayudarles mucho.

Sin embargo, en agosto de 1928 se reanudaron las hostilidades entre cristeros y gobierno, en San Luis Potosí, a principios de 1929 se rebeló San Carlos Macuspana, Tabasco. En octubre de 1928 iniciaron brotes de rebeldía en toda la Sierra de Oaxaca. El 5 de octubre los cristeros tomaron Zimatlán, el día 10 derrotaban al 56º regimiento de Oaxaca; y uno tras otro se alzaron los pueblos de la Mixteca, en noviembre se levantaron Santa Cruz Mixtepec, San Pedro el Alto, Amialtepec, y otros. En diciembre se rebeló Tlaxiaco, cuyo cuerpo de combatientes cristeros conquistó Putla y Huamelulpan. El gobernador inútilmente intentaba evitar que la prensa nacional supiera de todos estos levantamientos, intentando apaciguar los ánimos; pero para diciembre el número de cristeros era tal, que podían diseñar operativos a gran escala contra el ejército mexicano, al cual tendían emboscadas con frecuencia. De enero a marzo de 1929 ya era intensa la rebelión en Oaxaca, y el gobierno federal tuvo que contarlo entre los estados rebeldes.

En el norte del país la situación también favorecía a los cristeros, en Durango las cuadrillas cristeras se juntaban, se organizaban e infligían derrotas sucesivas a los federales. En febrero hubo un combate en El Mezquital y los federales perdieron 200 hombres en el combate.

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Sin embargo, seguían siendo los Altos de Jalisco el punto donde más combates se libraban. Ahí los cristeros no daban tregua a los federales, y en enero ya no era posible seguir la guerra día por día, había más de 100 combates al mes. El gobierno se veía obligado a distribuir sus tropas por todo el Occidente de la República, desde Durango hasta Oaxaca y desde Puebla a Michoacán. El archivo del gobierno de Jalisco, con fecha 4 de enero de 1929 da fe de la devastación de un polígono por los aviones de guerra de Calles, del cual se había expulsado a 75 mil familias (haciendo nuevamente sus rapiñas y desmanes). La lucha prosiguió sin descanso, y en diciembre los cristeros, en un acto de osadía, tomaron Cocula, hazaña arriesgada, si se toma en cuenta que Cocula estaba muy cerca de la capital tapatía, Guadalajara, donde se hallaban acantonadas gruesas tropas federales.

No sólo las tropas federales empezaban a cansarse de ser atacados por todos sus flancos, sino que su superioridad numérica empezaba a ser superada por los cristeros, cuyos combatientes aumentaban cada vez más. Muchos de los civiles expulsados de sus hogares, se unían al ejército cristero.

A mediados de 1928, cuando el gobierno, aceleraba las gestiones para llegar a un arreglo del conflicto bélico, y el mismo Portes Gil, trato de contactar a Gorostieta, cosa que no permitió la Liga.

De esto decía Gorostieta: “Adelante y con la cruz; hay que terminar como hombres lo que como hombres hemos emprendido. No hay que desanimarnos por nada y por nadie. Ustedes estén seguros de que yo llegaré hasta el fin en su compañía y de que no los he de conducir sino a donde sea digno. Dios me ha iluminado para ir sorteando toda suerte de dificultades y ahora que se vislumbra el éxito no me ha de abandonar. Cuando menos así le ruego diariamente en mis oraciones (con estas palabras, tan llenas de fe demostraba su catolicismo).

En los meses de marzo y abril de 1929 los cristeros desencadenaron una gran ofensiva, aplastando tropas que el gobierno había descuidado, destinándolas a la lucha contra la rebelión del general Escobar. Todo el Oeste de la República pasaba a manos de los cristeros, y el general Amaro urgía a Calles a que se concertara rápidamente una paz aunque fuera fingida, con la Iglesia.

Hasta mayo pudo el ejército federal contraatacar; siendo el 2 de junio el día en que, el general Gorostieta cayó traicionado por Degollado, en una emboscada en la Hacienda del Valle y murió acribillado. Fue sustituido en el mando de las fuerzas cristeras de Los Altos por el p. Aristeo Pedroza, y en el mando supremo por el traidor Jesús Degollado. Con la muerte de Gorostieta coincidía la realización de pláticas entre funcionarios del gobierno, y prelados católicos. Ya se hablaba pues, de una paz, o al menos un modus vivendi que conciliara a la Iglesia con el Gobierno.

Dwight Morrow, junto con los obispos traidores encabezados por Rafael Guízar y Valencia, y con el Arzobispo Ruiz,Mons. Banegas y Galván y Mons. Pascual Díaz en la primavera de 1929, fueron los que intervinieron decisivamente en los arreglos del gobierno de Portes Gil con Gasparri, arreglos que había redactado el embajador de los Estados Unidos, la redacción de los arreglos con los Obispos que traducido al español y firmado por ambas partes en papel sin membrete y sin más garantías, fue el siguiente:
“Queda disuelto el Ejército cristero, llamado Guardia nacional; el gobierno no cancela la legislación anti-religiosa pero se compromete a no aplicarla y acepta un régimen de tolerancia”.

En junio de 1929 fueron hechos los “arreglos”, y el mes de julio los cristeros se licenciaron, progresivamente. Aunque todo parecía normal, los cristeros presentían una traición por parte del clero que los llamaba a retirarse de la lucha.

El 12 de agosto, el traidor general Degollado Guízar, sobrino del obispo traidor; sucesor yCadaver_Gorostieta beneficiario con la mortal emboscada a Gorostieta, declaraba licenciada a la Guardia Nacional. El gobierno exigía la entrega de las armas, y fueron muchos los cristeros que las entregaron, antes de volver a la vida civil. Los últimos combatientes se dispersaron en septiembre.

Desde la rendición forzada de los cristeros, a partir Julio de 1929, hasta 1932, según datos y pruebas aportados en la 1era. Parte del libro “la Cristiada” de Jean Meyer, daba la cifra de 1,500 víctimas, de los cuales 500 eran jefes, desde el grado de teniente hasta el de general. Nada más en Jalisco y Zacatecas, en tanto que decía uno de los jefes cristeros del norte de Jalisco Aurelio Acevedo, que después de los arreglos “hubo más muertes de los nuestros, que en el tiempo que duró la guerra”.

Después de Portes Gil otros tres presidentes marionetas del jefe Máximo, Plutarco Elías Calles, fundador del partido PNR en Marzo de 1929, luego se cambiaría a PRI, se sucedieron en el poder aparente, y controlado por el embajador americano Morrow, con lo cual el Coloso del Norte renovaba el régimen de proconsulado que ya había ejercido en México durante la situaciones liberales anteriores. En 1931 el régimen del brutal y arbitrario Calles intensificó las medidas persecutorias contra la Iglesia católica a la que se pretendió eliminar del alma mexicana.

Hasta aquí, terminamos, de narrar una etapa, muy importante en la historia de nuestra nación, también la más calumniada y ocultada, por las fuerzas triunfadoras liberales y anticristianas del país. Ya que la historia oficial la escriben los triunfadores. En una segunda parte vamos analizar otros aspectos de esta lucha metafísica del bien contra el mal.

Para la elaboración de este escrito, en gran parte, tomamos como base algunos libros, como: La 1era. Parte de la “Cristiada” de Jean Meyer 8ª. Edición, “porque amaron mucho a Cristo de Israel Tapia A. “El Plebiscito de los Mártires” de Anacleto González Flores, y “Los Cristeros” vistos por el Coronel León Degrelle, Por la Profa. Reynoso y por el historiador Ricardo de la Cierva.

Mons. Martin Davila Gandara