Remedios para vencer la ira y alejar la depresión

¿QUÉ HACER PARA QUE AL EQUIVOCARNOS NO NOS DOMINE LA IRA?

Og Mandino Decía: “Tres cosas puedo hacer cuando cometo una equivocación: 1ª. Llenarme de ira y de mal genio y deprimirme. 2ª. Declararme derrotado y deprimirme todavía más y más. 3ª. APRENDER, sacar enseñanzas de esta equivocación, y echar para adelante sin desanimarme ni deprimirme.

Por supuesto que si tengo una de las dos primeras reacciones seré un fracasado o un eterno amargado y la depresión me acompañará siempre. Pero si practico la tercera voy a ser un luchador saludable y vencedor, y la depresión tendrá que alejarse de mi vida porque no la aceptaré jamás como huésped en mi alma.

¡Pero dirá alguno, pero yo cometo muchas equivocaciones! ¿Y quién no las ha cometido? Las hemos cometido todos y las seguiremos cometiendo toda la vida. Errar es de humanos, decían los sabios antiguos. Si no nos equivocamos seríamos perfectos. ¡pero todavía estamos demasiado lejos de serlo!

Lo importante ante las equivocaciones está en enfrentarlas no con maneras estúpidas y que llenan de depresión el alma, sino con formas inteligentes.

Lo primero que hay que hacer es reconocer que lo grave no es haberse equivocado, sino seguirse equivocando tontamente sin corregirse de esto. No es malo cometer errores cuando se está haciendo la prueba.

Lo malo es no hacer nada para no repetirlos, y seguir idiotamente practicando equivocaciones sin hacer nada serio por disminuirlas. Lo importante no es solamente saber qué tantos son los errores que hemos cometido sino evitar esas equivocaciones en lo futuro.

Puede uno tratar de disculparse y echar la culpa a otros (Y el que echa la culpa a los demás no se corregirá nunca). Puede también uno abatirse y desanimarse y renunciar a tratar de corregir sus errores y a eliminarlos de la propia vida.

Pero puede también echar cabeza y utilizar las luces de su inteligencia pidiéndole a Dios que le ilumine y emplear las fuerzas grandes que tiene en su voluntad y seguir pidiendo ayuda al cielo para saber qué es lo que es más conveniente hacer y evitar, y entonces ya los errores no se quedarán pegados a la propia personalidad como un tatuaje imborrable. Sino que se irán como las manchas de polvo cuando nos bañamos con bastante agua y buen jabón.

HAY QUE ENFRENTARSE A LAS EQUIVOCACIONES:

Hay que analizarlas a sangre fría. Sin disculparnos ni ponernos excusas hipócritas. Pero también sin andar propinándonos palizas mentales como si hubiéramos tenido más mala voluntad de la que en realidad ha habido en esto.

Aceptar la propia responsabilidad que hemos tenido en nuestras equivocaciones, y no convertirnos en fugitivos de la realidad. Lo que hicimos lo hicimos y no vamos a buscar disculpas o a echar la culpa a otros porque nos quedaríamos para siempre en una triste mediocridad.

REMEDIOS PARA ALEJAR LA IRA:

A los que no tienen fe les queda muy difícil encontrar remedios seguros y eficaces para lograr alejar la ira.

Un joven fue a consultar a un sacerdote: “Padre: he estado consultando a un siquiatra y vengo a pedirle a Ud., que me aconseje algo para alejar la ira, la cual me produce mucha depresión” –El Sacerdote le preguntó: –“Y si ha estado donde un siquiatra, ¿por qué viene con un sacerdote? –Ah Padre, le respondió el consultante—es que el siquiatra me dijo cuál es mi problema, pero no me supo dar los remedios para curarlo o alejarlo”.

Otros consultan con gentes depravadas y sin conciencia y la solución que les aconsejan es el escapismo: las drogas, el alcohol, los juegos, las diversiones pecaminosas, la sensualidad y la prostitución, etc., y con eso lo único que obtienen es más desesperación, remordimientos y gran vació de Dios; porque bien lo dice la Sagrada Escritura: “No Hay paz para los impíos o lo que ofenden a Dios.

Es muy fácil decirle al deprimido: “! aléjate de lo que te deprime!” Fácil decirlo, pero ¡qué difícil hacerlo! Si lo que le causa ira y le deprime es su cónyuge con su mal genio o con su infidelidad, o el vecino que le tiene envidia, o la persona con quien tiene que trabajar todos los días, o el oficio que tiene que hacer y que no le gusta y que no le es posible por ahora reemplazar por otro.

O una enfermedad incurable, o una crisis económica a la cual no se le encuentra salida… es inútil que digamos: “! ¡Aléjese de lo que trae la ira y depresión”! es que no se puede alejar ni apartar de esto. Entonces ante la falta de una solución meramente humana no quedan sino los remedios que proporciona el buen Dios. Y de ellos vamos a tratar enseguida.

LOS CINCO REMEDIOS DE DIOS:

1. Convencerse de que la ira es un pecado. La ira es algo que no nos conviene de ninguna manera. Y también la ira es curable. La gente tiende a excusarse diciendo: “Yo soy así, genio y figura hasta la sepultura”. Mi padre era un continuo malgeniado y mi madre murió de úlcera a causa de continuas iras. En mi tierra todos sufrimos de mal genio. Donde yo nací no preguntan: “¿De qué mal murió?” sino “¿De cuántos balazos lo mataron?”.

A los de mi región parece que los bautizaron a todos con “ácido sulfúrico”, porque ¡estallan por cualquier cosa! He oído afirmar que los volcanes estallan cuando se les hace alguna ofensa. Si yo fuera un volcán no dejaría pasar ningún día sin producir una violenta erupción y un terremoto, etc.

Todo esto son disculpas muy explicables y que en parte aminoran nuestra responsabilidad de malgeniados, pero que de ninguna manera nos liberan de nuestra grave responsabilidad de tratar de corregirnos de la malísima costumbre de airarnos.

S. Juan Bosco afirmaba: ¡” Decir yo soy así, yo soy incorregible, ¡es una blasfemia! O frase ofensiva contra la bondad y el poder de Dios. ¿O es que para Dios puede haber algo que le sea imposible corregir o enmendar?”.

Y el santo más amable que ha existido después de Jesucristo, S. Francisco de Sales, andaba repitiendo: “No hay terreno tan árido y tan desagradecido, que si se le riega y se le abona y se le cuida bien, no pueda convertirse en un hermoso jardín.

No hay temperamento tan violento e inclinado a la ira que, si se le ayuda con frecuente oración, con examen de conciencia diario, con propósito firme de enmienda y con buenas lecturas, no pueda llegar a convertirse en un carácter amable y simpático. Lo digo por mi experiencia de muchos años”.

No tratemos de tapar el sol con las manos. No queramos decir que vivir airándose y llenándose de rabia y de disgusto por cualquier cosa no es pecado ni es malo. Sí lo es, gústenos o no nos guste esta afirmación.

Y así como el decirle a un alcohólico: “El beber no es pecado y el dedicarse a bebidas alcohólicas no es nada malo ni dañoso”, sería un error garrafal que lo hundiría irremediablemente en el abismo de sus borracheras, así el pretender que el vivir de mal genio y llenándose de ira por todo, no es pecado sino sólo debilidad de carácter.

Eso sería darle certificado de buena conducta al más bestial de los enemigos de la paz, la ira, el malgenio.

Solamente llamándole “pecado”, “enemigo del alma”, “saboteador de la paz espiritual”, etc., lograremos ir sintiéndole asco y aversión al hábito de airarnos y de ponernos de mal genio. Si según S. Pablo los que viven encolerizando y se la pasan rabiando, entristecen al Espíritu Santo (Ef., IV, 26) no podemos ni imaginar entonces que la ira no es nada malo ni dañoso.

Sí lo es, y tenemos que tenerle tanto miedo como el que le tendríamos a un perro rabioso que nos quisiera contagiar. La ira contamina de depresión, y esta enfermedad no es nada bonito tenerla que soportarla. Para algunos, su liberación puede ser acabar con la depresión. Pero la depresión no se irá nunca si no luchamos para que la ira no siga viviendo en nuestra personalidad.

2. Confesar y reconocer ante Dios el pecado de la ira. Como cualquier otro pecado, la ira puede ser perdonada por Dios y curada por El, si humildemente le pedimos perdón y le suplicamos su ayuda para combatirla y alejarla.

S. Juan decía: “Si confesamos y reconocemos nuestros pecados, justo y muy fiel es Dios para perdonarnos las ofensas que le hemos hecho” (I Juan, I, 9) y la Biblia añade otros tres pensamientos a la cual más de hermosos acerca de esto: “No te avergüences de confesar tus pecados y de pedir perdón por ellos” (Ecl., IV, 26).

“A quien calla y trata de disimular y disculpar sus pecados no le irá bien, pero quien los reconoce y los aborrece y pide perdón y se esfuerza por evitarlos obtendrá la misericordia de Dios” (Prov., XXVIII, 13). “Confesad vuestros pecados y así seréis curados espiritualmente (Sant., V, 6).

Así que mientras más le pidamos a Dios que nos perdone nuestros pecados de ira y mientras más los aborrezcamos por ser algo que disgusta al Señor y hace mal a los hombres, más pronto y bien seremos curados por Dios de nuestra enfermedad espiritual de la ira. Con disculparnos no ganamos nada, pero con pedir perdón sí vamos a obtener perdón y curación.

3. Pedirle insistentemente a Dios que aleje de nosotros la mala costumbre de dejarnos dominar por la ira. Nuestro Señor decía a sus discípulos: “Hay ciertos espíritus malos que no se pueden alejar sino con la oración” (S. Marcos XI, 17).

El apóstol S. Juan afirma: “Esta es la confianza que tenemos en Dios: que, si le pedimos algo que sea según su voluntad, Él nos escucha, y si nos escucha podemos estar seguros de que nuestra petición será bien atendida” (I Juan, V, 14). ¿Y qué le podemos pedir que sea más según su voluntad de Dios, que la gracia de no dejarnos vencer por la ira que entristece al Espíritu Santo y llena de amarguras nuestras vidas y la de los demás?

4. Darle gracias a Dios por sus innumerables beneficios. Cuando alguien a quien dominan los pensamientos de ira, de tristeza y de disgusto va a consultar al Dr. Blanton, sicólogo de fama mundial, este lo primero que hace es decirle: “Por favor escriba en una hoja de papel diez cosas por las cuales Ud. desea darle gracias a Dios”.

A la segunda consulta el famoso sicólogo le vuelve a pedir: “Escriba otras diez por las cuales Ud. desea darle gracias a Dios”. Y así a la tercera y cuarta consulta.

Estoy casi seguro de que en la quinta vez que venga al consultorio el paciente ya no le dice que lo dominan los pensamientos de tristeza, de pesimismo y de depresión, sino que le confesará con entusiasmo que se siente muy contento al pensar en lo increíblemente generoso que Dios se ha mostrado con él. Antes era triste porque no recordaba ni agradecía los favores del Señor.

5. Repetir la misma fórmula muchas veces. Aunque mil veces nos trate de llegar la depresión, mil veces, volver a repetir la misma fórmula: 1º. Reconocer que la ira es un pecado que nos hace daño. 2º. Pedirle a Dios que nos quite la ira y nos conceda un buen genio. 3º. Recordar los favores que Dios nos ha concedido y darle gracias.

Un hombre sumamente dominado por la ira, la depresión y la tristeza decía: “Me propuse repetir esta fórmula y aunque seguí siendo tan irascible, por cada diez veces que antes me llenaba de depresión y de malgenio, logré pronto no airarme sino siete veces y fui disminuyendo el número de mis actos de ira, y ahora casi puedo decir que mi costumbre de vivir deprimido y de mal genio es una enfermedad que pertenece al pasado y no al presente de mi vida”.

Un Señor de la tercera edad, le pregunta a un famoso sicólogo que estaba dando una conferencia de este tema: “¿Es posible que un hombre que ha sido malgeniado durante 50 años logre volverse de buen genio y alegre?”. –Se le respondió: —“Eso es cuestión de esfuerzo y de tener fe en Dios.

El Señor a dicho en la S. Escrituras: “Todo es posible para el que tiene fe. Nada es imposible para el que cree”. Trate de practicar lo que aquí le recomendamos y tenga una gran fe en Dios y verá ¡resultados admirables”!

Tres años después, al finalizar otra conferencia se le acercó aquel mismo hombre y le dijo: “Tengo que contarle que con el esfuerzo por practicar los consejos que Ud. recomienda para alejar la ira y evitar la depresión y con una gran fe en el inmenso poder de Dios, he logrado alejar de mi vida la ira y el mal genio de una manera que jamás lo había imaginado. Y si quiere saber qué tanto es lo que ha mejorado mi carácter, puede preguntarlo a mi esposa”.

Enseguida se acercó la Sra., y le dijo llena de alegría: “Yo no tengo cómo agradecer al buen Dios que, por medio de nuestra oración llena de fe, ha alejado de mi marido su malgenio y su tristeza de un modo que a veces nos parece que sea solamente un alegre sueño”.

ORACIÓN PARA LAS HORAS DE DEPRESIÓN

(Sacado del Cap., 29 (L.3) del Libro la Imitación de Cristo)

Que tu nombre sea bendito eternamente Señor Dios mío, por qué permitiste que me llegara esta depresión, que me humilla y me hace sufrir. No logro alejarla de mi mente. Necesito refugiarme en Ti por medio de la oración, para que me ayudes y cambien en bienes mis males.

Señor: tengo aflicción y mi corazón sufre, porque esta depresión me acosa mucho. ¿Y qué diré amado Padre Celestial? El combate arrecia. “Sácame triunfante de esta hora” (Jn., XII, 27).

“Más para que esto llegué a esta hora”. Para que Tú seas glorificado cuando ya haya sufrido profunda humillación y reciba luego liberación de parte de Ti. “Líbrame Señor en tu misericordia” (Salmo 39) porque yo soy pobre y miserable “¿qué haré y a donde iré sin Ti?”.

Bien merecido tengo el sufrir penas y tribulaciones y ataques de depresiones. Y no tengo más remedio que soportarlas con paciencia. Pero ojalá obtenga de Ti la fortaleza necesaria para resistir hasta que pase la tempestad y nazca de nuevo la calma.

Sé muy bien que tu Omnipotente mano puede quitarme esta depresión o al menos disminuir su fuerza para que no logre vencerme ni dominarme. Muchas veces me has hecho este gran favor Señor Dios misericordioso, y espero que no te niegues a seguirme ayudando.

Pues cuando más difícil es para mí, tanto más fácil es para Ti cambiar en victorias mis derrotas. Señor, no nos dejes caer en la tentación de la tristeza, y líbranos de todo mal.

Por último, espero en Dios que estas reflexiones les llenen de luz, para que, con la ayuda del buen Dios, puedan dominar este terrible vicio tan terrible que es la ira, y que al dominar este pecado podamos juntamente alejar la depresión que inunda el alma.

Gran parte de este escrito esta tomado del Libro Como Alejar La Depresión de T. Le Haye.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

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