Los verdaderos Cristianos

“El Señor es clemente y misericordioso” Salmo 144, 8

En el Evangelio de S. Mateo, XVIII, 23-35 que se lee, el domingo XXI después de Pentecostés. Nos habla acerca de la parábola de aquel rey que quiso tomar cuentas a sus criados. Y habiendo encontrado a uno que le debía diez mil talentos y no teniendo con qué pagar su deuda, mandó fuesen vendidos él y su mujer y sus hijos, y se pagase así la deuda.

Nos describe también la parábola, que aquel criado se postró en tierra y le rogó a su Señor, diciéndole: Ten un poco de paciencia, que yo te lo pagará todo. Movido el rey a compasión, lo dejó libre y le perdono la deuda.

Los sagrados intérpretes dicen que con esta parábola Jesucristo nos da entender que aquel rey ejercitó para con su criado tres virtudes, a saber: la de la misericordia, condonándole toda la deuda; la de la paciencia, perdonándole; y la de la mansedumbre, acogiéndole con afabilidad y con amor.

Teniendo en cuenta que Jesucristo se describía a sí mismo en la persona de aquel rey, colígese de la parábola que si nosotros deseamos ser verdaderos cristianos, y sobre todo cristianos de hecho y no solo de nombre, es preciso que le imitemos en esas tres virtudes.

LA MISERICORDIA

La misericordia es la primera virtud que conocemos haber sido practicada por Jesucristo con preferencia a todas las demás. Es por eso que nos dice, el Salmo 144, 8: “Clemente y misericordioso es el Señor”.

Por consiguiente, esta virtud debe también adornar el corazón del cristiano. La misericordia que debemos de tener los cristianos ha de ser triple: Propia, fraterna y paterna.

Ha de ser Propia, o sea la misericordia debe de comenzar con nosotros mismos. Por los mismo tenemos que alejarnos del pecado y todo cuanto pueda acarrear daño a nuestra alma, y de este modo podremos obrar nuestra salvación eterna con el dolor y verdadera contrición de los pecados cometidos. Es por eso que leemos en el Eclesiástico XXX, 24: “Ten misericordia de ti mismo y consuela tu corazón”.

Ha de ser Fraterna, o sea que debemos, ejercitar la misericordia para con el prójimo, compadeciéndonos de sus males e infortunios. Por lo mismo debemos procurar socorrerlos oportunamente, así como lo hizo el samaritano con aquel hombre herido por los golpes de los ladrones (Lc., X, 33).

Ha de ser Paterna, finalmente, hay que ejercitar la misericordia para con nuestros hermanos que están en condición más baja o sea de aquellos que dependen de nosotros, ya sean hijos o empleados. A los cuales tenemos que corregir sus faltas con caridad y dulzura y también perdonándoles sus culpas. De suerte que puede dirigirse muy bien al superior aquella súplica que el profeta Habacuc dirigía al Señor para que se dignase perdonar: “¡Oh Señor! En la ira acuérdate de la misericordia” (Hab., III, 2).

Por lo mismo. Escuchemos, la exhortación de Jesucristo, que nos invita a esforzarnos en tener esa misericordia diciéndonos: “Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (Lc., VI, 36).

LA PACIENCIA

La paciencia es la segunda virtud que conocemos, que Jesucristo practicó durante el tiempo de su vida mortal. Por eso nos dice el Salmo 144, 8: “Clemente y misericordioso es el Señor, paciente y de gran piedad”.

Por lo mismo, ésta es otra de las virtudes que debe de adornar el corazón del cristiano. La paciencia, de conformidad como lo que enseña San Buenaventura, ha ser triple: Tolerante, de buena gana y alegre.

Paciencia tolerante. O sea que es preciso soportar con paciencia las injurias y los ultrajes que se nos infieren. Por lo mismo, si queremos conseguir la vida eterna debemos sobrellevarlas pacientemente.

Paciencia de buena gana. Además, esas injurias pueden llegar a ser soportadas incluso con cierta complacencia, sufriéndolas con gusto. Han de soportarlas de este modo, sobre todo aquellos cristianos que desean perfeccionarse en dicha virtud.

Paciencia y con alegría. Finalmente, las injurias y los ultrajes pueden sobrellevarse con alegría, deseándolas ardientemente. De esta manera han de soportarlas los que se proponen llegar a la cumbre de la perfección de dicha virtud.

Recordemos los consejos del Apóstol Santiago que nos dice: “Aguardar también vosotros con paciencia, fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cercana”(Sant., V, 8). Por lo mismo, pongamos todo nuestro empeño en adquirir también nosotros la hermosa virtud de la paciencia.

LA MANSEDUMBRE

La mansedumbre es la tercera virtud que Jesucristo manifiesta en su propia persona. Por eso nos dice el Salmo 144, 9: “Es benigno y manso el Señor para todos”.

Por consiguiente, ella ha de ser la tercera virtud que el cristiano debe copiar en su corazón. La Mansedumbre ha de ejercitarse para con aquellos que nos ofenden y ultrajan: ahora bien, nos dice San Bernardo, nosotros podemos ser ofendidos en la reputación, en los bienes o en la persona.

Mansedumbre en las palabras injuriosas. Si somos ofendidos en la reputación por medio de injurias, con la mansedumbre hemos de despreciar tales palabras injuriosas, haciendo caso omiso de ellas y tratando a los que nos denigran como si nunca nos hubiesen ofendido.

Mansedumbre en daño a nuestros bienes. Di hemos sufrido daño en nuestros bienes, no debemos de afligirnos demasiado por ello, al contrario procuremos tratar al autor del mismo como si en vez de daño nos hubiese causado algún beneficio.

Mansedumbre en los ultrajes en nuestra persona. Finalmente, si hemos sido ultrajados en nuestra persona, no debemos de lamentarnos con exceso de tales ultrajes, al contrario procuremos de tratar aquel nos infirió como si nunca nos hubiese dañado.

Procuremos, poseer también esta hermosa virtud de la mansedumbre, acordándonos de lo que nos dice Jesucristo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mat., XI, 29).

Por último, Si así lo hacemos, y llegamos a conseguir dichas tres virtudes, entonces seremos cristianos de verdad, imitadores del divino Maestro Jesucristo, hijos de Dios y herederos del cielo.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Triple Serie de Homilías de Mons. Ricardo Schuller.

Mons. Martin Davila Gandara