La Resurrección de Jesucristo

 “Verdaderamente Cristo a Resucitado”

En estos últimos días, la Iglesia estaba de luto; hoy, está alegre y canta: ¡aleluya! “Este es el día que ha hecho el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él”. Efectivamente, la Resurrección de Jesucristo es una fiesta solemne entre todas; siendo ésta un misterio glorioso para Jesús, y para nosotros este misterio es consolador.

Nuestro Señor “fue entregado por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación”. Hoy, triunfa de la muerte, vuelve a la vida, pero a una vida inmortal, así como dice San Pablo a los Rom., VI, 9: “Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere”; y esto es para nosotros una fuente de júbilo, de satisfacción y de esperanza para la vida eterna. Veamos:

CÓMO RESUCITÓ NUESTRO SEÑOR.

Nuestro Señor había muerto el viernes a la tres; poco después, José de Arimatea, ayudado por Nicodemo, lo bajaron de la cruz, lo embalsamaron y lo sepultaron.

Los príncipes de los sacerdotes pusieron guardia en el sepulcro, después de sellar la piedra, siendo éste un ¡testimonio excepcionalmente precioso que dan, sin querer, de la muerte y sepultura de Jesús, y de la imposibilidad de robar su cuerpo!

Ahora bien, antes de la aurora del domingo, que era el tercer día después de la muerte de Jesús, su alma, por propio poder divino, fue a reunirse a su cuerpo, comunicándole la cualidades de los cuerpos resucitados; y Jesús, glorioso e inmortal, salió de la tumba, sin romper ni los sellos, ni la piedra, tal como había salido del casto seno de María Santísima.

Entonces hubo un gran terremoto, un ángel del Señor derribó la piedra que cerraba el sepulcro y se sentó encima de ella. Su rostro brillaba como el rayo y sus vestiduras eran blancas como la nieve. A su vista, los guardias, llenos de terror, quedaron como muertos. Después huyeron para ir a contar a los príncipes de los sacerdotes la maravilla que acababa de suceder.

Después de la gloriosa Resurrección de Nuestro Señor, las santas mujeres visitan el sepulcro, y decían entre sí; ¿Quién nos rodará piedra de la entrada del sepulcro? Y se sorprendieron al ver rodada la piedra, que era muy grande.

Entrando en el sepulcro, vieron un joven sentado a la diestra, vestido de blanco, y se asustaron. Más él les dijo: no temáis; buscáis a Jesús Nazareno, que fue crucificado; pues bien, resucitó; no está aquí; vean el lugar en donde lo pusieron. Y ahora vayan y digan a sus discípulos y a Pedro que Jesús va delante de ustedes a Galilea, y allí le veréis, como él os lo dijo.

Jesucristo una vez resucitado, se apareció primero a su santísima Madre, a la Magdalena, a las santas mujeres, a S. Pedro, a los dos discípulos de Emaus, a los Apóstoles, en ausencia de S. Tomás.

¿Quién podrá decir la alegría que sintieron los ángeles; o el gozo de la Santísima Virgen? Cuando escucharon estas hermosas palabra sobre la Resurrección del Señor: Redurrexit sicut dixit, alleluia! “¡Resucitó como lo había dicho, aleluya!” Haec dies quam fecit Dominus: exultemus et laetemur in ea. “Éste es el día que ha hecho el Señor, regocijémonos y alegrémonos en él”.

¿POR QUÉ RESUCITÓ NUESTRO SEÑOR?

Consideremos las razones misteriosas del milagro tan grande de la Resurrección de Nuestro Señor:

1º Para honrar y glorificar el cuerpo de Jesús, que había sufrido tanto. Le era muy debida semejante recompensa. Anteayer, se veía humillante, despreciado, escupido, azotado, coronado de espinas, cruelmente clavado en la cruz; después moría, y era sepultado apresuradamente.

Pero hoy, helo ahí resucitado triunfante y vencedor de la muerte, brilla como el sol, es impasible, ya no morirá; veámosle sutil y ágil, penetrando en todos los lugares.

Jesús en este día es glorificado delante de su Padre, de los ángeles, de la potencias del infierno, de sus discípulos, de sus enemigos. Por eso exclama gloriosa la Iglesia: Haec dies! ¡Éste es le día!.

2º Para excitar y confirmar nuestra fe:

a) La Resurrección de Jesucristo es verdaderamente el fundamento y el triunfo de nuestra fe, porque prueba claramente la divinidad y la omnipotencia de Nuestro Señor. Por el poder que tiene como Dios de resucitarse a Sí mismo, así como dice S. Juan X, 17-18: “Yo pongo mi vida para volver a tomarla”; “Tengo el poder de ponerla, y tengo el poder de recobrarla”.

Nuestro Señor, había predicho en varias ocasiones su Resurrección; y era incluso ésta la señal de su divinidad que había prometido a los judíos, (Mat., XII, 39). Este argumento es el principal y el más sólido con el que los Apóstoles demostraron que Jesucristo es Dios, y por el cual convirtieron el mundo: por eso dice San Pablo: “Si Cristo no resucitó, luego vana es nuestra predicación y vana es también vuestra fe” (I Cor., XV, 14).

Pero si Jesucristo resucitó verdaderamente, luego es Dios, luego es verdadera su Religión, y su doctrina, y sus mandamientos, y su Iglesia. Luego debemos escucharle, seguirle e imitarle.

b) La Sabiduría divina nos procura una gran ventaja, según San Gregorio, con la incredulidad de los Apóstoles y la obstinación de S. Tomás (Juan, XX, 25). Dice este santo doctor de la Iglesia: “Si los discípulos tardaron en creer en la Resurrección, en su incredulidad debemos ver, más que un acto de debilidad, un medio preparado para fortalecer y confirmar, en el decurso de los tiempos, nuestra fe.

resistiéndose los Apóstoles a creer, debieron ver comprobada esta resurrección con una serie de pruebas, y nosotros, leyéndolas, ¿qué ventaja sacamos de la duda de ellos, sino fundar nuestra creencia en un apoyo más sólido?

Y otro lugar: “La infidelidad de Tomás nos ha servido más que la fe de los otros discípulos; porque, con la fe de Tomás, que recobró al tocar con su dedos el cuerpo de Jesús, desapareció toda duda de nuestro corazón y se confirmó nuestra creencia”.

3º Para fortalecer nuestra esperanza. La Resurrección de Nuestro Señor es una prenda segura de que nosotros también resucitaremos algún día, como dice San Pablo: “Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que durmieron” (I Cor., XV, 20); “Yo pondré la confianza en Él” (Tit., II, 13).

Nos lo prometió Él, que es tan fiel en sus promesas: somos primicias de Cristo, dice S. Pablo I, Cor., XV, 23. Porque Él es nuestra cabeza, y exige que sus miembros sigan su condición y sean conformes a Él, dice S. Gregorio. Esta es la esperanza que tantos siglos antes llenaba de consuelo al santo Job: “Mas yo sé que vive mi Redentor, y revestido de este cuerpo, veré a Dios Salvador mío” (Job, XIX, 25-26).

Nosotros, pues, esperamos nuestra propia resurrección, en virtud de la Resurrección de Jesucristo. Nuestros cuerpos, sujetos a las enfermedades, a la muerte, a la corrupción, algún día serán revestidos de gloria y de inmortalidad, si es que nosotros vivimos de una manera digna de Dios.

Nuestro Señor, dice S. Gregorio, sufrió la muerte para nosotros para que nosotros no tengamos miedo de morir; y resucitó para que también nosotros tengamos la confianza de resucitar. A sí como dice S. Pablo a los Efes., II, 6: “Nos resucitó y nos sentó en los cielos en Cristo Jesús”.

4º Dice el Cat. Romano, que Cristo: “Con su muerte, nos libró de nuestros pecados; pero, con su Resurrección, nos devolvió los principales bienes que el pecado nos había hecho perder. Por eso dice S. Pablo: “Jesucristo fue entregado a la muerte por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación”. Para que nada falte a la redención de los hombres debía, pues, resucitar como debía morir”.

5º Para el cumplimiento perfecto de la voluntad del Padre Celestial, y para aumentar su gloria, enviando sus discípulos y haciéndolo conocer y amar por toda la tierra, como dice los Hechos de los Apóstoles I, 8.

FRUTOS DE LA RESURRECCIÓN.

La Resurrección de Jesucristo no es solamente el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza, sino además el modelo de nuestra resurrección espiritual: “Como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en nueva vida” (Rom., VI, 4). Es por eso, que dice Tertuliano: “Un pecador convertido y reconciliado por la gracia debe ser un compendio, una copia de la resurrección del Salvador”.

Pero, ¿en qué consiste esta nueva vida? esta consiste en renunciar al pecado, en morir a todos nuestros vicios y en vivir en adelante en todas las cosas según Jesucristo, esto conlleva un cambio de vida verdadero y completo, así como dice S. Pablo: “renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas vivamos sobria, justa y religiosamente en este siglo, aguardando la bienaventuranza esperada” (Tit, II, 12-13).

A esto el mismo Apóstol, en otro lugar, llama “saborear las cosas del cielo, no las de la tierra. Desnudarse del hombre viejo y vestirse del nuevo” (Col., III, 2 y 9). Dice S. Agustín: “¿De qué nos servirá humillarnos con la penitencia, si no cambiamos?” Por tanto, es preciso que, muertos al pecado, vivamos la vida de Jesús, así como nos dice S. Pablo II Cor., V, 15.

Esta vida santa, debe ser una vida de penitencia, y de mortificación, de trabajos, de amor por Jesús, debe ser para nosotros, como lo fue para Él, (Luc., XXIV, 26). Ya que esta es una condición esencial para llegar a la vida eterna, (Rom., VI, 5; II Tit., II, 11-12; Rom., VIII, 17. ¡Qué motivos de consuelo y de aliento para con nosotros! ¡Qué obras maravillosas hizo realizar esta esperanza de la resurrección a los mártires y a los santos!

Por el contrario, ¡ay de aquellos que, a pesar de la Pasión y la Resurrección de Nuestro Señor, continúan poniendo sus cuerpos al servicio del pecado! Ya que estos resucitarán para la muerte y condenación eterna.

Por último, Hermanos míos, ¿qué tipo de resurrección escogemos nosotros? Si queremos resucitar para la vida eterna, he aquí los medios que debemos poner en práctica; y para ello tenemos que vivir para Jesucristo.

Gran parte de este escrito esta tomado del libro “Archivo Homilético” de J. Thiriet- P. Pezzali.