La Eucaristía memorial de las maravillas de Dios

“El Señor hizo memorables sus maravillas, siendo clemente y compasivo, y dándose en manjar a los que le temen” (Salmo 110 3-4)

El jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, la Iglesia tiene la costumbre de celebrar la festividad del “Corpus Christi” o del Cuerpo de Cristo.

Si bien, el Sacramento de la Eucaristía fue instituido por Nuestro Señor Jesucristo, el Jueves Santo. La Iglesia ha querido dedicarle este día exclusivamente para rendirle un culto público y solemne de adoración, gratitud y amor.

“Nada más grande en el universo que Jesucristo, y nada tan grande en Jesucristo como su sacrificio”, decía Bossuet; y como quiera que este sacrificio se perpetuo en la Eucaristía, podemos concluir que nada más grande en el universo como este Sacramento adorable.

La Eucaristía es, en efecto, el centro del cristianismo, el alma de la vida cristiana, el ejemplar acabado de la más alta perfección religiosa. Porque en ella compendió Jesucristo todos sus prodigios, perpetuo todos sus estados y por ella nos sigue dando en comunión sus Misterios, sus Virtudes, su Vida. Es por eso que la Sagrada Eucaristía es el memorial de las grandes maravillas de Dios.

LA EUCARISTIA ES EL GRAN MEMORIAL DE LAS GRANDES MARAVILLAS DE LA TRINIDAD SANTISIMA

Primero, porque en este Sacramento está la persona del Verbo divino unida con su sacratísima humanidad, en quien, como dice San Pablo, mora la plenitud de la divinidad corporalmente. En su compañía está, por tanto, toda la Santísima Trinidad.

Porque no es posible apartarse una Persona de otra, por ser todas un mismo Dios, y todas las obras que en este Sacramento hace el Hijo, también las hace el Padre y el Espíritu Santo, aunque de manera especial se atribuyen al Hijo, en cuanto sola su Persona sustenta la carne y sangre que se nos dan en manjar.

En este Sacramento, también están todas la perfecciones y atributos de Dios, pues, como dijo el Apóstol de las gentes San Pablo: “En Cristo están todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios”, y también los de la bondad y caridad, los cuales resplandecen admirablemente en esta obra.

La sabiduría, en haber hallado modo de que Dios y Hombre se haga manjar y bebida de los hombres.

La bondad, en comunicarse así mismo de esta manera a los fieles.

La caridad, en unirse y entrañarse con sus amigos y no negarse a sus enemigos.

La misericordia, en darse por manjar de los hambrientos y bebida de los sedientos, y venir personalmente a visitar y curar los enfermos;

La liberalidad, en darse de pura gracia cuanto tiene, y la omnipotencia, en hacer tantos milagros para la ejecución de todo esto.

Considerando y ponderando cada una de estas perfecciones, deben de brotar de nuestra alma los afectos de la más grande admiración, por la mucha estima que tiene Dios por nosotros.

Es por eso, que debemos exclamar diciendo con el Rey Profeta: “¡Oh Dios y Señor Nuestro, cuán admirable es tu nombre en toda la tierra!”

Porque si admirable fue en la creación del hombre, más admirable en su reparación, y no menos admirable en su sustento, haciendo una suma de sus maravillas para sustentar al que es suma de todas sus predilecciones.

LA EUCARISTIA ES MEMORIAL DE LAS MARAVILLAS DE LA OMNIPOTENCIA DE DIOS, LA CUAL SE MANIFIESTA EN SUS MILAGROS.

El primer milagro.Es deshacer con su divina palabra la unión y trabazón natural que tenían los accidentes de pan y vino con su sustancia, destruyendo la sustancia y conservando los accidentes; de modo que, aunque percibamos con los sentidos el color, sabor y olor de pan y vino, pero, no estando en realidad allí la sustancia del vino ni del pan, sino la Carne y Sangre de Jesucristo, en quien milagrosamente se convirtió.

El segundo milagro. Es convertirse una sustancia tan pequeña de pan y vino en un cuerpo tan grande y tan perfecto como el de Cristo; de tal modo, que debajo de los accidentes que permanecen, este todo entero, con la misma gloria que tiene en el cielo.

En la Eucaristía está su sacratísima cabeza, con aquellos divinos ojos que roban el corazón y con su vista destruyen todo mal. Allí están sus benditísimos pies y manos, con las señales de las llagas que le hicieron los clavos; y el costado, con la llaga que le hizo la lanza; y el corazón encendidísimo, con el fuego de amor que le movió a recibirlas; y todo su cuerpo, con tanta claridad y hermosura que vence a la del sol, la luna y estrellas.

¿Puede haber maravilla mayor que la que hace Dios en un instante, o sea la conversión y mudanza tan extraordinaria: de una cosa tan pequeña en otra tan grande; de una tal vil, en otra tan preciosa, ¿sólo para sustentar al hombre?

Todo este portento nos hace exclamar y pedir: ¡Oh, Señor, por esta mudanza que has hecho por nosotros, múdanos también a nosotros en otros hombres, ¡para que podamos servirte mejor! Pues, ya que Tú nos das todo lo que eres para nuestro sustento. Por lo mismo, te queremos dar todo lo que somos para tu servicio.

El tercer milagro. Es estar todo el cuerpo de Cristo en el Sacramento, a modo de espíritu, indivisiblemente. De tal modo, que todo Él está en toda la hostia y todo en cada parte de ella. De donde resulta que, aunque la hostia se divide, Cristo Nuestro señor no se divide, sino todo Él entero queda en cada partecita de ella.

Aquí también, debemos de considerar, Que la vida que vive Cristo en el Sacramento no es vida de carne, sino como vida de espíritu. Porque allí, aunque tiene pies, no anda; y aunque tiene manos, no palpa; y aunque tenga lengua, no habla; solamente usa de las potencias espirituales, propias del espíritu.

Ante este portento sólo nos queda exclamar: Oh Salvador nuestro, ¿qué gracias te podremos dar por haber amasado tu divina carne con modo tan milagroso que, permaneciendo verdaderamente carne, tengas las propiedades del espíritu?

¡Oh, quién nos pudiera decir que, viviendo nosotros en carne, no obráramos según la carne, sino según el espíritu, ejercitando solamente las obras del espíritu y mortificando las que son propias de la carne!

El cuarto milagro. Es queestando Jesucristo en el cielo empíreo ocupando el lugar que su soberana grandeza merece, sin dejar de estar allí, baja al Sacramento, y juntamente está en diferentes partes del mundo, donde quiera que fuere consagrado, sin exceptuar lugar alguno, y con tanta vigilancia atiende a la consagración de cualquier sacerdote que, en diciendo: Este es mi Cuerpo, en el mismo instante se hacen efectivas las palabras y se hacen todos los milagros referidos.

Por último, no nos queda más exclamar diciendo: ¡Bendito mil veces seas, dulcísimo Jesús mío, que así empleas tu soberana omnipotencia en provecho de los hombres, ofreciendo poner a tu cuerpo en cualquier lugar de la tierra, o donde se encuentre un sacerdote que pueda celebrar el santo sacrificio de la Misa! ¿Qué te daré, Señor, por tan admirable beneficio, sino dedicarme todo, en todo tiempo y lugar, ¿a tu servicio?

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Horas de Luz” Meditaciones Espirituales para todos los días del año del P. Saturnino Osés, S. J.