La Dureza de Corazón

“Salió el sembrador a sembrar su semilla y parte cayó sobre piedra” (Lc., VIII, 7)

En el domingo de Sexagésima. La semilla que nos indica la parábola del sembrador del Evangelio de este día, significa la palabra de Dios; también nos dice que este grano cayó en cuatro partes diferentes, y solo el que cayó en tierra buena produjo abundante fruto; los demás no fructificaron por haber caído en lugares pedregosos.

Ahora preguntémonos: ¿Qué significan los lugares pedregosos? Estos son, los corazones obstinados y endurecidos; en estos corazones no fructifica la palabra de Dios: nada es más peligroso para la salvación que este infeliz estado.

DUREZA DE CORAZÓN Y GRADOS POR DONDE SE BAJA.

El endurecimiento del corazón es un castigo de Dios mucho más temible que todas las aflicciones y trabajos temporales; ya que es el presagio de la reprobación, y la última prueba para la eterna condenación.

Es verdad, que no se cae de repente en abismo tan profundo; se baja a él por diversos grados, y es bueno que los aprendamos para tener de ellos un justo temor.

PRIMER GRADO DE LA DUREZA DE CORAZÓN ES EL ABANDONO DE DIOS

El primero es el abandono de Dios, quien, en castigo del poco caso que hemos hecho de servirle, amarle y obedecerle, por las resistencias a sus santas inspiraciones y también por nuestras ingratitudes a sus beneficios.

Entonces Dios Nuestro Señor con un juicio secreto, pero siempre muy justo y muy adorable, abandona un alma, retirando de ella sus gracias y favores extraordinarios, su protección, su asistencia particular, y permite que el pecado penetre hasta el centro del corazón, y se una a él de tal modo, que parece imposible poderlo desarraigar.

Sin embargo, hay quienes se equivocan respecto a este punto, y piensan que Dios es bueno y perdona, aun al más grande pecador, aunque este abismado en los vicios y pecados, y desesperado, aun así, puede obtener el perdón de sus culpas.

Lo cual es cierto, ya que Dios Nuestro Señor perdona al pecador por enormes que sean sus pecados, siempre y cuando haya un arrepentimiento y una contrición perfecta, y si se pide perdón de buena fe, y hay resolución de hacer una penitencia verdadera y eficaz.

San Antonio María Claret nos dice, que hay un cierto número de pecados, después de los cuales no concede Dios, según el curso ordinario de su providencia, aquellas gracias privilegiadas, con cuyo auxilio se convierte el pecador sinceramente.

A pesar de lo explicado no faltará quien diga, que la misericordia de Dios es muy grande; y tienen razón es muy grande, y más de lo que se puedan imaginar; es inmensa, es infinita; pero Dios no solo es misericordioso, sino también justo: estas dos perfecciones no son contrarias una a otra.

Es misericordioso, porque nos aguarda largo tiempo con su paciencia, y nos perdona muchos pecados; pero es justo, y su justicia debe tener su curso; porque hay una cierta medida de pecados, dice San Agustín, y cada uno es llamado al juicio de Dios antes o después, según que ha llenado su medida.

EL SEGUNDO GRADO DE LA DUREZA DE CORAZÓN ES LA INSENSIBILIDAD.

Del abandono de Dios se baja fácilmente al segundo grado, que es la insensibilidad. El corazón del pecador se endurece de tal modo, que nada bueno recibe, y parece estar cubierto con una masa de plomo. Siendo el plomo, el más frágil de todos los metales, y que no suena cuando golpea.

Algo así parecido le sucede al pecador que se hace insensible a todas aquellas pérdidas espirituales que nos trae el pecado, y aun a todos los accidentes trabajosos de la vida, que deberían hacerlo reflexionar y recapacitar y convertirlo a Dios.

TERCER GRADO: NO SENTIR LOS MALES QUE DIOS LE ENVÍA, TODO LO ATRIBUYE A OTRAS CAUSAS, MENOS A DIOS.

El pecador endurecido esta como a prueba de todas las aflicciones que Dios le envía para sacarlo del mal: algunas veces ha perdido juicios o pleitos legales, o se le ha muerto su esposa, o un hijo, o está continuamente enfermo, y nada lo mueve a convertirse.

Al contrario, es como si no sintiera los males que le suceden, ni los que hace, y se acostumbra muy fácil a ellos y así va cayendo al tercer grado, que es la reincidencia en cometer el pecado.

CUARTO GRADO: OSADÍA Y DESCARO EN PECAR.

Reflexionen mujeres casadas o solteras: cuando algún hombre empieza a persuadirles a que se rindan a una acción impura, ustedes al principio tal vez se espanten y se horroricen y se apartan y se niegan a ello. Pero la primera y segunda vez que sea a caído, ¡qué repugnancia, qué temor, qué vergüenza!

Después de haber caído, ¡qué tristeza, qué arrepentimiento, qué remordimiento de conciencia! Sentían que todo mundo las miraba, y no obstante esto se han vuelto a rendir a la tentación sin resistencia, ya que han cometido el pecado con plena voluntad, y este es el cuarto grado del endurecimiento, el cual consiste en la osadía y descaro en cometerle.

En este grado, ya no cubren sus frentes un honesto pudor: toda la vergüenza ha desaparecido: todos saben sobre sus vidas, no se habla sino de sus infames conductas, son el asunto de las conversaciones y habladurías, y, sin embargo, ya no sienten pena y andan con la cabeza levantada. ¡Qué descaro! De este modo se cae en el infeliz estado del endurecimiento.

El corazón endurecido de un pecador no tiene horror de sí mismo porque no se conoce; es un estado de letargo, que hace que el pecador no solo esté extremadamente enfermo y en las últimas, sino que ya no siente su enfermedad.

Acaso ¿No es verdad, pecador endurecido, que estas señalado con esta marca, y que tu corazón es de este temple, y lo que es peor, que no tienes horror de verte en tal estado? A poco ¿No es verdad que no estás triste ni movido de arrepentimiento después haber cometido muchos pecados mortales, que no estás con pena, que duermes, juegas y comes tan alegremente como si nada hubieras hecho?

¡Oh cristiano! Que te has convertido en un pecador endurecido. Jamás te ves movido de ningún sentimiento de devoción. Las fiestas más santas; Navidad, Pascua, Pentecostés, se pasan sin que estas solemnidades te enternezcan ni te hagan asistir a la confesión y a los demás Sacramentos.

Las amonestaciones de tu padre o madre, amigos y parientes no te causan impresión alguna; los sermones, las amenazas de la muerte eterna, la aflicción que Dios te envía, nada de nada te conmueve.

¡Oh pecador endurecido! Te has descarado en tus palabras, y hasta en acciones deshonestas: no temes los riesgos inminentes, haces largos y peligrosos viajes, te expones al mar, riñes con todos, y te pones en peligro de que te quiten la vida en el estado de pecado mortal y de condenación eterna. Entre ti y el infierno no hay casi nada, y sin embargo de esto ¡no tiemblas!

PROCEDIMIENTO DEL PECADOR ENDURECIDO.

¡Oh cristiano! Que has caído en la dureza del corazón, ya no sientes compasión de los pobres y necesitados, y las miserias ajenas ya no te mueven a piedad. Con tus rizas y bufonadas menosprecias y profanas la devoción, y murmuras de las almas religiosas, y mal miras a las mujeres decentes. Y en las iglesias te muestras irreverente, y te burlas de los Sacramentos con tus sacrilegios, y el santo nombre de Dios con tus blasfemias.

Hechas en olvido los pecados de tu vida pasada, sin atender a la rigorosa cuenta que deberás dar en el día del juicio; en una palabra, no respetas a Dios ni a los hombres, no temes a la justicia divina, en nada aprecias las advertencias de los hombres, y aun este escrito quizá no te conmueva. Estas consideraciones no entran en tu alma, ni te hacen impresión alguna, sino que quieres estancarte en tus vicios e iniquidades.

¡Oh pecador endurecido! Tu estado actual. Es una señal muy mala, y tienes mucho motivo de temer que la medida de tus pecados esté ya colmada, y que seas del infeliz número de los réprobos. Ve aquí el desventurado término a que conduce el endurecimiento de tu corazón.

Ahora. Tú pecador, que todavía no has caído en este triste estado. Si aún te queda algún vestigio de buena voluntad, sigue el consejo del Espíritu Santo, el cual te dice estas palabras: “Hijo mío, si has cometido algún pecado, no añadas la obstinación, ni te empeñes en querer preservar en tan mal estado: no añadas la desvergüenza y el descaro, ni te gloríes de tu pecado”.

Avergüénzate y humíllate, anda con la cabeza baja y el corazón penetrado de dolor, no sea que te digan estas palabras del profeta David: “¿Por qué te glorías en tu malicia, tú que haces servir tu poder a la iniquidad? Por eso te perderá Dios para siempre” (Salmo LI).

Dios se complace en confundir a los soberbios, y el más alto grado de soberbia es hacer alarde del pecado: si has ofendido a Dios por la fragilidad de tu carne, aplácalo con la humildad de tu espíritu.

NO AÑADIR MAS PECADOS SOBRE PECADO

Pecador, no añadas pecado sobre pecado, no continúes ofendiendo más al Señor, no sea que tu llaga se haga del todo punto incurable. No añadas la insensibilidad: siente la pérdida de la gracia en que has incurrido, y cree ciertamente que no te puede suceder mayor mal que ofender a Dios.

Por último, no añadas ni un solo pecado al precedente; quizá si vuelves a recaer, esta caída dará el último golpe a tu condenación eterna, y este nuevo pecado puede ser el colmo de la medida: ruega a Dios que si tus pecados le han resuelto a abandonarte. Mude su sentencia al ver que tú mudas de vida y costumbres: que te perdone los pecados pasados, que te preserve de los venideros, que te dé su gracia en este mundo y su gloria en el otro.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Colección de Pláticas Dominicales” por San Antonio María Claret.