La armonía conyugal y el impacto educativo en los hijos

Un problema que cada día se va haciendo más terrible en sí mismo y en sus consecuencias es la falta de armonía entre esposos con graves daños en los hijos.

El “serán dos una sola carne”, del evangelio, no se debe pensarse sólo en lo físico, sino, también, en lo espiritual y moral en los esposos. Esta unidad “no se improvisa” sino debe ser una meta, una conquista conciente e inteligentemente lograda. Esta es la condición indispensable para alcanzar la felicidad de ambos, y, al mismo tiempo, constituye el principal factor de educación en los hijos.

Muchísimas de las desgracias de los hogares modernos provienen, precisamente, de esta incapacidad de los esposos para llegar a la unidad necesaria para llevar a feliz término un matrimonio ideal.

problema_familiar_1No hablaremos solamente de los hogares desunidos por la pasión del esposo, o de los dos; y de los que no han sabido ajustar su vida a las leyes de la moral y a la mutua fidelidad prometida; ni de los que han fracasado por su mala preparación: entiendo hablar, sobre todo, de los matrimonios que se mantienen unidos, y que aún estando compuestos por personas excelentes, no han logrado o no se han preocupado de conquistar esa unidad psicológica, espiritual, esa armonía tan necesaria para que el amor sea vivido en su luz vivificante y triunfadora, como lo desea la Iglesia para sus almas que al pie de un altar sellaron la mutua entrega de sus vidas, con el fin de formar física y moralmente a sus hijos.

Si esta desarmonía dañará solamente a los esposos, esto dolería por el vacío causado por el fracaso conyugal, pero cuando se trata de los hijos que crecerán deformados en su carácter y en sus tendencias, por la dolorosa desarmonía espiritual de sus padres.

¡Cuántas angustias hay que consolar y cuántas amarguras endulzar, por causa de esta desgarradora desolación que se produce en los tiernos corazones de éstos hijos, cuando los padres son continuos desconsiderados agentes de dolor y tristeza de esos seres que necesitan del cariño y ejemplo más que del alimento diario!

Cuando se trata de los hijos, todo debe ser sacrificado. Su felicidad es nuestra felicidad, su dolor es nuestro propio dolor; su degeneración, la nuestra; su triunfo, nuestra corona.

Es necesario, un momento de reflexión, que todas las madres se pongan frente ante esta ineludible obligación y hagan un profundo examen de conciencia. También el esposo debe de hacerse esta reflexión; pero conviene que la madre, la esposa lo realice primero para inducir más fácilmente a su consorte al mismo examen.

Antes de hablar de la influencia de la unidad conyugal en la educación de los hijos, es necesario analizar las causas íntimas que ponen en peligro esta armonía espiritual, de cual vemos dos fases: la personal, indagando todo aquello que pueda destruirla o menoscabarla; y la educativa, en la proyección de la primera sobre los espíritus de sus propios hijos.

Egoísmo entre dos: Durante el noviazgo, inflamados los corazones cuantos sueños no tuvieron, se repetían una mil veces: “Tú y yo, nosotros dos solos”. Este exclusivismo que tanto se expresaban, puede durar muy poco; es posible que aparezcan luego, cosas en las que no habían pensado, como en sus códigos y creencias positivas y negativas que ya se traen bien marcados desde los cinco años, por la educación de sus padres, y por el medio ambiente. Gustos, tendencias, hábitos, gestos, manías, de los cuales no se habían dado cuenta, y a veces se negaron a reconocerlos y, de repente, se dan cuenta de que los poseen del mismo modo que poseen la nariz, la frente, el cabello de sus antepasados.

El individualismo que tanto se pregona en estos tiempos, ha causado mucho daño en los jóvenes, que en el futuro serán los formadores de nuevos hogares, esto ha causado un retroceso en la concepción de la verdadera unidad en la célula familiar.

La vida agitada, la multiplicación de las diversiones, la creciente independencia de la vida femenina: todo esto va acentuando las exigencias personales de una vida de sentidos permanentemente excitados, que incapacitan para la reflexión y para el descanso necesario para sobrellevar la vida de hogar.

Por otra parte la disminución de los valores morales, la educación laica y naturalista que va cada día desarticulando más los resortes y desintegrando los cimientos de esos mismo valores en la vida, la carencia de virtudes cristianas que con su fuerza y su heroicidad dan consistencia a la vida de familia. Todo esto ha ido aumentando las causas de los desacuerdos conyugales, y con esto dañando a sus hijos.

Sin exagerar podemos afirmar que la raíz de la destrucción de la armonía en los esposos esta en el egoísmo. Un egoísmo de orden material o egoísmos más o menos de orden intelectual o espiritual; la unidad, que debe ser el triunfo del amor, es destruida siempre por alguna de las formas de esta idolatría personal que nubla el entendimiento, venda los ojos, insensibiliza el corazón, seca las fuentes de toda bondad, ternura y comprensión de la psicología ajena, y del corazón de los suyos.

Jamás podrá existir el goce espiritual del verdadero amor, mientras concientemente no se supere el propio egoísmo; ni jamás habrá una dulce armonía familiar, que haga del hogar un oasis de paz y felicidad de los esposos y el nido cálido de amor de los hijos.

Algunos preguntaran con el corazón llenos de angustia: “Y ¿cómo se manifiesta este egoísmo, enemigo número uno de mi felicidad, de mi hogar y de mis hijos?”

Las formas como se manifiesta el egoísmo en el hogar: nos debe de servir, para señalarnos el camino hacia un examen interior que nos haga percibir con claridad la íntima estructura de nuestra alma.

Egoísmo del hombre, que le hace creer que su mujer no hace nada, porque se queda siempre en casa. Y, según él, tiene poco que hacer, aunque tenga muchos hijos, poco dinero, algunos enfermos que cuidar, no haya dormido de noche y no tenga ninguna ayuda par el cuidado del hogar. El, en cambio, trabaja mucho porque trabaja sus ocho horas, y debido a eso, cuando vuelve a casa, quiere ser tratado por su agotada esposa como rey. Egoísmo que reusa comprender la delicadeza de su esposa y la salud de la madre, que necesita muy frecuentemente solícitos y tiernos cuidados. Egoísmo del hombre, que cree que porque no infringe ciertas leyes de la moral, tiene todos los derechos; egoísmo que no entiende de un mínimum de continencia en su vida íntima etc.

Egoísmo de la esposa, que no sabe comprender el cansancio y el estado de agotamiento enrelación-4 que vive el esposo, en su afán de darle a ella algo mejor, cada día, en las cosas materiales. Egoísmo que encierra a la mujer en opaco hermetismo de todas las menudencias caseras; que le ocupa y preocupa, que la envuelve y esclaviza en las redes de las ridiculeces de una excéntrica vanidad que la hace extraña y fría para todo lo que no sea su morbosa egolatría, y que le hace olvidar las mil delicadezas que necesita el corazón del hombre, sobre todo cuando viene a su hogar para encontrar un descanso de orden espiritual más que físico, y que necesita de la ternura de su esposa para seguir luchando. Egoísmo que no hace comprender las dificultades, los esfuerzos, las conquistas y los triunfos que obtienen sus esposos en las profesiones o en sus oficios.

¡Cuántas infidelidades se han infiltrado en corazones de hombres, al parecer buenos, por no encontrar aliciente y comprensión de su valer y de sus triunfos profesionales o culturales! Por el Egoísmo que no sabe descubrir y alentar las cualidades que podrían dar satisfacciones muy grandes en las conquista de los pequeños triunfos de la superación personal.

A este egoísmo de uno de los cónyuges para con el otro, debemos agregar lo que está constituyendo una verdadera plaga en nuestra sociedad, fruto maldito del naturalismo materialista que venimos padeciendo: El egoísmo con que ambos esposos, fría y calculadamente conciben su vida familiar únicamente como fuente de mutuas satisfacciones, de placeres egoístas y estériles al no procurar tener los hijos que Dios les quiera dar.

Es igualmente pernicioso el egoísmo de ambos a la vez, como concepción de la propia vida conyugal. Cuando los esposos hacen del egoísmo la única norma de sus existencia, y se cierran a todas las manifestaciones de su vida espiritual, moral y aun material, que suponen un poco de caridad y donación de sí mismos, están destinados, generalmente, al fracaso.

El Orgullo: Ésta reflexión que, a muchos, parecerá completamente fuera de lugar, porque el mundo está todo sumergido en la soberbia de la vida, como dice S. Juan. Y de tal modo está hundido en ella, que no advierte ya qué es orgullo, y todo lo toma por lícito y necesario, y como parte de la propia personalidad y de la propia libertad. Es el orgullo, el mayor enemigo de la armonía conyugal, pues ésta descansa sobre recíprocas concesiones, sobre el esfuerzo de perfeccionamiento mutuo. Precisamente, la guerra declarada al cristianismo, ha quitado de las mentes el concepto de perfección y elevación de vida; y va extinguiendo el ideal de santidad que Dios exige como prueba práctica de amor, quitados por laicismo todos los argumentos sólidos y fuertes que pudieran servir de motivos a la voluntad de superarse, adulterando el concepto verdadero de nuestra existencia, con ello se han dado los golpes recios a la solidez de la estructura matrimonial. Cambiado el sentido de la vida y su objetivo verdadero, queda sólo el hombre; y el “puro hombre”, en el sentido de la filosofía naturalista, no es más que un manojo de instintos y necesidades egoístas. A esta concepción puramente animal de la vida humana, no se puede pedir sacrificios, ni virtudes, ni concesiones benévolas y pacientes y tolerancias mutuas; no se puede pedir heroísmo, ni renuncias, ni generosas donaciones de sí mismo: la soberbia hace de cada uno un centro terriblemente egoísta.

Ahora bien, a las mentalidades imbuidas de esa filosofía utilitaria y egoísta, ¿cómo se puede demostrar que su orgullo y su soberbia es una aberración? Obsesionados por todo “lo suyo”, no ven más que exasperar su orgullo, el cual, reacciona cada vez más violentamente en razón siempre de “lo suyo”, termina por romper la paz y la armonía matrimonial.

El Remedio: El único remedio para este mal, no es amor que se basa en el sexo, ni en el goce de los sentidos. El amor supone una vida espiritual. Y cuando esta vida espiritual no se ha enfocado en las líneas del pensamiento y no se ha hecho, al mismo tiempo, norma de vida, es imposible querer restaurar lo que se ha roto. El amor debe estar amasado con virtudes que lo conserven y eleven. Cuando éstas se ausentan, va perdiendo solidez el edificio conyugal.

Si en lugar de una vida de fe, se entregan los esposos a una vida enteramente material; si en vez de vivir fuertemente aferrados a la esperanza del cielo, quieren saciar todas sus egoístas necesidades en esta vida; si en vez de la caridad, viven de egoísmos; si en vez del recogimiento y de la modestia cristiana, la mujer busca saciar su afán de coquetería y pasa más tiempo en las fiestas y reuniones que en su hogar; si el esposo busca y desea participar de todas las diversiones que existen en el ambiente; si en vez del recato y la humildad, ambos esposos buscan para sí mismos, y el uno para el otro, la exhibición de sus ropajes; si en vez de querer sacrificarseimages1 unidos por sus hijos, se les considera como despreciables porque limitan los propios goces; si en vez de la oración vespertina, se pasan las últimas horas en la televisión; si la castidad y la fidelidad son un mito… yo me pregunto, ¿existe hogar?… ¿existe ambiente educativo en el hogar?… ¿qué será de los hijos?… si a esto le añadimos las pasiones, las diferencias de caracteres y la incomprensión por las diferentes psicologías, el orgullo del hombre que se cree infalible y que cree que no puede darse otro pensamiento más que el suyo, y que tiene el monopolio de la verdad; la susceptibilidad femenina que hace de cada detalle una puñalada a su sensibilidad; etc.: todo esto, es una amenaza a la estabilidad del edificio matrimonial, y siempre por terrible necesidad, actúa en forma dolorosa sobre las tiernas almas de los hijos.

San Pablo, en sus célebre capitulo de la caridad fraterna, nos señala el remedio de muchos de estos males.

No basta el amor, es necesaria la caridad en el sentido cristiano. Sí, “aquella caridad que es paciente, dulce y benéfica; que no es envidiosa ni precipitada; que no se hincha de orgullo, ni conoce desdén, ni corre en pos de sus intereses propios; que no se enfada ni riñe; que no admite juicios temerarios; que no goza de la injusticia, sino de la verdad; que todo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo sufre”. Esta es perenne, y por lo tanto, no logrará borrarla ni la vejez ni aun la muerte, la caridad de tiernos sacrificios y de prolongadas paciencias. La caridad sin cual no somos más que bronces sonoros y timbales retumbantes.”

Esta receta, al parecer demasiado rígida, es, sin embargo, la única que podrá obviar los inconvenientes. En donde no habido una educación a base de virtudes firmemente practicadas… cuando no se sabe lo que es sacrificio y humildad…, cuando no sabe lo que es renuncia de sí mismo… es inútil dar recetas, como pretender resolver los conflictos que han surgido.

“Los esposos no son semejantes, sino complementarios; la semejanza sería una anomalía”. La mujer normal ve las cosas, en su aspecto afectivo: se encuentra muy influida por su vida fisiológica, se deja dominar fácilmente por una imaginación más viva y más brillante que la del hombre, y con todo, sabe ser más realista. El hombre normal ve las cosas desde un punto de vista más cerebral; los éxitos y los fracasos en su dominio, es decir, exteriores al hogar, influyen vivamente sobre él. Tiene necesidad, sobre todo cuando joven, para conservar el estímulo profundo del hogar, de la ternura y de los alientos de la mujer. Aunque la vida del corazón constituye menos la trama de su vida que de la mujer, lo poco que de él necesita le es mucho más indispensable par desempeñar cumplidamente su papel.

Mientras la joven mujer se figura que los pensamientos, que las ocupaciones alejan de ella a su marido, no cesa éste de pensar en ella y de trabajar por ella.

Una vez más repito: la carencia de vida cristiana sólidamente fundada y fervorosamente vivida, y el egoísmo en todas sus formas, son las dos causas principales de todas las desavenencias. Cuando no hay visión cristiana de ciertos problemas y de la vida toda, no hay solución para muchísimos conflictos humanos. Y el egoísmo, cuando se instala en un hogar, lo diseca, lo entristece, lo esteriliza en todos sus aspectos.

Espero en Dios, que éstas reflexiones les sean de suma utilidad, para comienzo de una nueva vida; como mejores esposos y padres.

Estas reflexiones son tomadas en gran parte, de los libros “la Armonía familiar” y la “Madre educadora”.

Mons. Martin Davila Gandara

publicado por:tiempo.com.mx 9 de agosto de 2010