El Llamamiento a la fe y a la salvación

“Un hombre dispuso una gran cena” (S. Lucas, XIV, 16-24).

INVITACIÓN AL BANQUETE.

Este hombre es el mismo Dios. Este banquete es el llamamiento a la fe, a la Iglesia, a la Eucaristía, a la salvación y a la bienaventuranza eterna.

Este banquete es grande por la majestad del que invita, que es el mismo Padre Celestial.

Es grande por los bienes infinitos que allí nos están preparados, como es la luz de la gloria, con la visión beatífica, o sea, la contemplación facial, cara a cara, de la esencia misma de Dios, de lo cual dice San Agustín: “que la gloria esencial del cielo se constituye por tres actos fundamentales: la visión, el amor y el goce beatífico”. con las cualidades del cuerpo glorioso, junto con la maravillosa gloria del alma.

Es grande este banquete por el número de los invitados, que son todos los hombres, de todas las razas, edades, condiciones y tiempos.

Admiremos la bondad del Padre Celestial que invita a todos los hombres a ese banquete, y ha enviado a su Hijo expresamente a la tierra para llamarnos y ayudarnos a merecer un lugar allí en la gloria.

Y después de Él, a los Apóstoles de todos los tiempos, que van a todas las partes, en nombre suyo, a anunciar el Evangelio o la Buena Nueva.

Ningún ser humano está excluido de este llamado. Debemos, por consiguiente, al Padre Celestial y a Jesucristo, reconocimiento, fidelidad y amor.

VANAS EXCUSAS DE LOS HOMBRES.

A pesar de esta divina invitación para salvarnos, y también el precepto divino y eclesiástico para comulgar, cuántos cristianos reproducen las excusas de los invitados de esta parábola! ¡cuántos pretextos se buscan para excusarse!

Unas veces los cuidados de los asuntos y de bienes temporales, de los negocios.

Otras, los compromisos de la propia posición o estado, o el funesto respeto humano.

Otras razones todavía más tristes, las pasiones de la carne, los lazos culpables, las ocasiones de pecado, o los pecados a los que no se quiere renunciar.

La ambición, y con ella la falta de tiempo para dedicar un pensamiento práctico y serio al alma, a Dios y a la eternidad.

La Codicia, que hace al hombre, con el pretexto de preferir la tierra se olvida del cielo.

La sensualidad, esta concupiscencia de la carne es por naturaleza tan mala que el esclavo de ella ni siquiera le preocupa su negativa a la invitación al convite del Señor. Esta fea pasión tiene de peculiar, a saber, que ahoga los sentimientos más nobles del corazón, hace callar los afectos más naturales, y hace a las almas vulgares, abyectas e ingratas.

SUERTE DE LOS INVITADOS.

Los hombres que han aceptado esta invitación, dichosos serán, porque son hombres de buena voluntad, o sea gente sencilla y sensata, ellos en esta tierra tendrán paz, dicha, alegría y toda clase de bienes espirituales, a veces hasta temporales en esta vida y en la otra, y sobre todo felicidad eterna con todos los goces jamás imaginados.

Los hombres que han tenido la desgracia de rechazar esta invitación divina, serán dignos de la cólera de Dios, además de las penas temporales, como bien lo dice las Sagradas Escrituras “No hay paz para los impíos” y sobre todo las penas eternas, con pena de daño y de sentido.

¡Por bienes perecederos, por placeres de un momento, se sacrifican bienes eternos, el goce de Dios, en este mundo y en el otro! ¿No es esto el colmo de la locura?

Recordemos las contundentes palabras con las que termina, este Evangelio: “Pues os pretexto que ninguno de los que antes fueron convidados han de probar mi cena”.

Acordémonos también de la sentencia de Nuestro Señor Jesucristo, quien nos dice: “Quien no come mi carne y bebe mi sangre, no entrará en la vida eterna”.

Por último, Vayamos con diligencia y gratitud a este sagrado banquete, acerquémonos, ya que Jesucristo nos llama. Acerquémonos con fe, con reverencia, con amor; ya que éstas tres virtudes son necesarias para bien comulgar. De ello, nos dice San Agustín: “Quien dignamente comulga posee aquí en la tierra el paraíso”.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

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