Domingo de ramos y el inicio de la Semana Santa

LA SEMANA SANTA

Semana Santa y Semana Mayor llama la liturgia a la última semana de Cuaresma, porque en ella se conmemoran los misterios más santos y más augustos de nuestra religión. Son días de luto, pero de un luto reconfortador, pues recuerdan la muerte afrentosísima del Hombre-Dios, y por ella nuestra redención.

¡Cuán al vivo nos pintan los oficios de estos días la perversidad y la ingratitud de los hombres para con Dios, y la mansedumbre y el amor entrañable de Jesús para con la humanidad!

Hay ceremonias en esta semana como para conmoverse y llorar, ora de alegría, ora de conmiseración. Recorrámoslas rápidamente, aunque sólo sea para formarnos una idea general del bello panorama que la Iglesia va a ofrecer a la vista de sus hijos.

Domingo de Ramos.

Antes de prestarse a ser crucificado, Jesucristo desea ser proclamado Rey por el mismo pueblo deicida, y por eso entra hoy triunfante en Jerusalén. La liturgia de este día es una mezcla de alegría y de tristeza. Hay que notar en ella tres particularidades: la bendición de los ramos; la procesión, y la Misa.

La bendición de los ramos.

Precede a la Misa, las oraciones de la-bendición. Una vez benditos los ramos, el celebrante los rocía con agua bendita y los inciensa, y al compás del canto de las antífonas “Pueri hebraeorum”, que recuerdan los vítores de los niños hebreos, se hace la distribución. Al recibirlo, los fieles han de besar el ramo y la mano del sacerdote.

El rito de la bendición de los ramos responde fielmente al tipo antiguo de las colectas o reuniones de oraciones alitúrgicas, tenidas, a imitación de las celebradas por los judíos en sus sinagogas, para la recitación del oficio divino, para la edificación e instrucción de los fieles.

La procesión.

Acabada la distribución, se forma y desfila la procesión, que semeja un paseo triunfal. Es de origen muy antiguo y una como continuación de la que, ya en el siglo IV, se realizaba en Jerusalén.

Todos los que toman parte en la procesión, llevan en sus manos las palmas o ramos benditos, y los cantores entonan cánticos alusivos al triunfo de Jesucristo.

Al llegar, de regreso, a las puertas del templo, la comitiva las encuentra cerradas. Detiénese ante ellas, y oye que en el interior voces infantiles entonan un himno, cuyo estribillo repiten los de afuera, como entrelazándose en un porfiado diálogo en alabanza de Cristo Rey.

La Misa.

Con la procesión se extingue la nota alegre y triunfante de este día, y se apodera del templo y de los oficios litúrgicos un sentimiento de profundo dolor. Éste llega a su colmo en el canto de la historia de la Pasión según San Mateo, que reemplaza al pasaje acostumbrado del Evangelio.

En señal de duelo no se inciensa el Misal ni los acólitos llevan ciriales como de ordinario. Los fieles están de pie y con las palmas y ramos benditos en las manos, como para vitorear a Cristo mientras los judíos lo escarnecen.

La Pasión puede cantarse o rezarse.

Está distribuida en forma de diálogo, en el que intervienen como actores: Jesucristo (t), el Cronista (C) y la Sinagoga (S), por la que habla el tercer diácono siempre que media en la conversación un personaje aislado, y el coro o asamblea de fieles cuando son varios o todo el pueblo en tumulto.

Al anunciar el Cronista la muerte del Señor, el clero y los fieles se prosternan en tierra, por breves instantes, “para adorar al Redentor”. Prosiguiendo el relato de lo sucedido después de la muerte, reservando la última parte para el diácono de oficio, a quien corresponde el canto del Evangelio en todas las misas solemnes.

Lunes Santo.

Jesús, que el domingo de Ramos por la tarde se retiró a Betania al castillo de sus amigos, vuelve hoy de madrugada a Jerusalén, en cuyo camino maldice a la higuera estéril y es asediado a preguntas insidiosas por sus enemigos. Por la tarde regresa de nuevo al castillo. (La liturgia de este día no ofrece ninguna particularidad).

Martes Santo.

Nueva visita de Jesús al templo de Jerusalén, acompañado por sus discípulos. En el camino contempla la higuera seca, y el Maestro aprovecha la ocasión para insistir sobre la necesidad de la fe. En el templo se le acercan sus enemigos para provocarlo, y Él les expone la parábola de los viñadores y les responde a diversas preguntas.

Toma algunas providencias para la próxima Pascua, y se retira a Betania. La única particularidad de la liturgia de hoy es el canto o rezo, en la Misa, de la historia de la Pasión, según San Marcos, con los mismos ritos que el domingo, menos el uso de las palmas.

Miércoles Santo.

El apóstol Judas, contrata hoy la venta de su Maestro, y los principales del pueblo discurren en el Sanedrín sobre la manera de hacerlo prisionero. ¡Ya comienza el gran drama, ya se inician los misterios!

En la Misa, antes de la epístola reglamentaria, se intercala una lectura del profeta Isaías, que antiguamente estaba dirigida a los catecúmenos que celebraban hoy el sexto escrutinio. En lugar del Evangelio se canta o se reza la historia de la Pasión según San Lucas, en la misma forma que el domingo y el martes.

Oficio de Tinieblas.

En algunas iglesias. Al atardecer, tiene lugar, el Oficio de Tinieblas no es otra cosa que los maitines y laudes del oficio divino del Jueves, Viernes y Sábado Santo, anticipados a la víspera correspondiente, al acercarse las tinieblas de la noche, para que pueda asistir a ellas aun el pueblo trabajador.

El oficio del miércoles recorre la Pasión entera del Señor; y el del jueves insiste sobre su Muerte y su larga Agonía; y el del viernes celebra sus Exequias y su Sepultura.

Este oficio presenta casi todas las características de un funeral: salmos, antífonas y responsorios lúgubres y lamentables, ningún himno, ninguna “doxología”; tonos severos y sin acompañamiento de ningún instrumento músico; altares desnudos y con velas amarillas, como si fueran catafalcos; al fin, casi absoluta oscuridad, y el canto grave del “Miserere”.

El conjunto literario es de lo más bello y sublime que atesora la liturgia, y lo mismo podemos decir de la parte musical.

Las Lecciones del I Nocturno están sacadas de las “Lamentaciones” de Jeremías, por cuya boca deplora la Iglesia, con acentos desgarradores, la ruina y desolación de Jerusalén, es decir, de la humanidad prevaricadora.

Y para imprimir a sus quejas un sentimiento más hondo y penetrante, ha revestido la letra de estos trenos con una melodía plañidera y melancólica, muy parecida, si es que no es la misma, a la que cantan los judíos.

Durante estos oficios, hay en el presbiterio un tenebrario o candelabro triangular con quince velas escalonadas de cera amarilla, las cuales se van apagando una tras otra al fin de cada salmo de maitines y laudes, empezando por el ángulo derecho inferior, quedando encendida solamente la más alta, que en algunos sitios suele ser blanca.

Mientras se canta el “Benedictus” apáguense también las velas del altar, y el templo queda casi en completa oscuridad, máxime cuando, durante el “Miserere” final, a la única vela encendida del tenebrario se la oculta detrás del altar. Terminado el “Miserere”, el clero y los fieles producen un leve ruido de manos, de libros y matracas, que cesa repentinamente al aparecer la luz del cirio oculto detrás del altar.

Todos estos detalles un tanto dramáticos tienen su significado. El apagamiento sucesivo de las velas del Tenebrario y del altar, recuerda el abandono y defección casi general de los discípulos y amigos del Señor, al tiempo en que era atormentado por los judíos.

La única vela encendida representa a Jesucristo. Se le oculta tras el altar, para significar su sepultura y su desaparición momentánea de este mundo, reapareciendo con nuevo brillo el día de su Resurrección. El ruido final imita las convulsiones y trastornos que sobrevinieron a la naturaleza en el trance de la muerte del Salvador.

En otro escrito, se va a continuar con el ceremonial de la segunda parte Semana Santa, o sea, el Triduo Santo, compuesto por el Jueves, Viernes y Sábado Santo.

Este escrito, en gran parte es extraído del libro: “La Flor de la Liturgia” del Rev. Padre Andrés Azcárate, 6ta. Ed., 1951.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

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