Dice San Pablo. Si te casares, no por eso pecas (I Cor. 7, 28).
Ahora hablaremos de los noviazgos, no para combatirlos, sino para tratar que vayan por el buen camino; sería absurdo pretender que todos los católicos vayan hacer frailes o monjas ya que no sólo existe el estado de vida religioso o sacerdotal sino también los estados de soltería y matrimonial; el primero debe ser encausado llevando una vida ordenada y dedicada a un noble ideal y el segundo siendo un estado bueno y santo establecido por Dios en la Iglesia y elevado a la dignidad de sacramento por Jesucristo. San Pablo lo llama Gran Sacramento en Cristo y en su Iglesia porque simboliza la unión entre la humanidad y la divinidad en la persona de Jesucristo; es un Sacramento que requiere la vida sobrenatural de la gracia santificante y además este mismo Sacramento confiere otra gracia especial a los esposos que lo reciben dignamente para que puedan vivir santamente. Por eso es necesario conocer lo que es lícito y permitido en el tiempo que precede al casamiento que es el noviazgo y también lo que hay que evitar para no ir por un camino errado.
Debemos considerar el mucho tiempo que se da de preparación a cualquier profesión y sin embargo es muy escasa esta preparación para el matrimonio del cual depende nuestra felicidad relativa en esta vida y absoluta en la otra; por eso es absurdo pretender que dos personas que se unen en matrimonio para vivir toda la vida juntos, sin haberse conocido antes. Por lo mismo es de gran importancia y sumamente necesario que antes de unirse, se conozcan a fondo, y el uno estudie detenidamente el carácter del otro, sus cualidades e inclinaciones, etc. Precisamente por falta de ese conocimiento resultan muchas uniones matrimoniales desastrosas; dos jóvenes se encuentran, se entusiasman y sin dilatar más pasan a las nupcias y se casan.
¿Qué sucede? Que muy pronto en la realidad de la vida intima se dan cuenta de que no eran el uno para el otro, por lo precipitado de su casamiento, y de ahí vienen los desengaños, las decepciones y el desastre matrimonial.
Es importante reflexionar que el noviazgo está ordenado a un posible matrimonio (más o menos probable), para comprender qué es el noviazgo hay que comprender qué es el matrimonio. La doctrina católica sobre el matrimonio enseña que éste es una comunidad íntima de vida y de amor que tiene como fines naturales el bien integral de los cónyuges y la generación y educación de los hijos. Aquí no podemos desarrollar esa doctrina, que supondremos conocida. No obstante diremos que el Creador ha conferido una alta dignidad a la alianza matrimonial y que Jesucristo ha elevado dicha dignidad mucho más aún, al establecer al matrimonio como uno de los siete sacramentos de su Iglesia.
Considerando las características del matrimonio cristiano, es evidente que éste necesita una preparación previa. El noviazgo es precisamente esa preparación. Debe tener una duración adecuada, a fin de que los novios puedan conocerse mutuamente lo suficiente para decidir responsablemente si se casarán o no y para prepararse para la futura convivencia. Tanto un noviazgo demasiado corto como uno demasiado largo pueden dar lugar a graves problemas, por lo cual deberían evitarse.
Algunas parejas de novios rompen su noviazgo sin llegar a casarse, mientras que otras llegan al matrimonio. Usualmente en esta última clase de noviazgos podemos distinguir dos fases: Una primera fase en la cual los novios todavía no han decidido casarse y una segunda fase en la cual ellos ya han tomado esa decisión. Se dice entonces que están “comprometidos”. Es importante que ambas fases tengan una duración adecuada.
El noviazgo debe ser una relación seria, no un simple juego amoroso. En un verdadero noviazgo existe de parte de ambos novios una apertura al matrimonio, al menos como posibilidad. Si esa posibilidad se excluye o ni siquiera se toma en cuenta, no hay noviazgo. Dos concubinos que han decidido no casarse nunca, no son novios. Tampoco son novios dos adolescentes que salen juntos sólo para divertirse y no tienen ninguna voluntad de explorar siquiera la posibilidad de construir una relación duradera.
Por esto, al igual que el matrimonio, también el noviazgo requiere una edad mínima, que varía según las circunstancias. En todo caso, no podemos sino deplorar la costumbre, que se va extendiendo, de permitir a los niños tener “novias” (y viceversa) o, peor aún, de incentivarlos a ello. Es obvio que se trata de un juego, pero es un juego que puede dar más adelante frutos amargos.
A diferencia del matrimonio, el noviazgo no es indisoluble; no obstante, existe una analogía y una relación entre la unidad del matrimonio y la unidad del noviazgo. En un momento dado un hombre no puede tener más de una novia, ni una mujer más de un novio. También el deber de fidelidad matrimonial se corresponde analógicamente (es decir, con semejanzas y desemejanzas) con el deber de fidelidad en el noviazgo.
En nuestros tiempos postmodernos -y de crisis del matrimonio y de la familia- se han oscurecido bastante estos simples conceptos. Nuestro mismo lenguaje refleja la confusión reinante. A menudo los jóvenes mantienen relaciones amorosas más o menos prolongadas sin saber siquiera si definirse y presentarse como novios (se habla a veces de “amigovios”, palabra tan fea como confusa). Además con frecuencia un mismo joven mantiene simultáneamente varias relaciones ambiguas de este tipo.
Al decir esto no pretendemos negar que también el noviazgo (como el matrimonio) requiere de contactos y encuentros humanos previos. Estos contactos previos no necesariamente deben tener lugar con una sola persona y estar deliberadamente ordenados a un posible noviazgo. Pero la prolongación excesiva de esta fase de “prenoviazgo” y sus manifestaciones ambiguas, sin avances claros hacia un verdadero noviazgo, puede llegar a ser muy dañina.
El noviazgo es sólo una preparación para el matrimonio; no es todavía matrimonio. Ésta es la razón por la cual los novios no deben tener relaciones intimas. Éstas son un signo corporal de una donación mutua total que todavía no ha tenido lugar y que quizás no existirá jamás. De ahí que ellas sean, en el mejor de los casos, un grave error o, en el peor, una horrible mentira. Además, la relación intima está esencialmente abierta a la procreación, por lo cual implica una probabilidad (mayor o menor según los casos) de engendrar un hijo.
Dado que los hijos tienen derecho a nacer en una familia bien constituida, las mal llamadas “relaciones sexuales prematrimoniales” implican siempre una grave falta de responsabilidad y de respeto hacia los posibles hijos.
En el centro del noviazgo y del matrimonio cristianos no se halla el placer ni la utilidad sino el amor, por lo cual los novios y los esposos cristianos deben procurar crecer siempre en la donación mutua, según la santa y sabia voluntad de Dios.
La Relación Cristiana en el noviazgo.
Estas relaciones serán permitidas si se hacen de un modo cristiano. Esto es no dejarse inducir en ocasión próxima de pecado. Avisos prácticos que pueden darse sobre este particular: a) Consultar este asunto con sus padres y con su confesor o también con personas prudentes y experimentadas. b) Fijarse en las cualidades morales de él o la joven; si se es religioso (a), de buenas costumbres, de buena familia etc. Nunca un joven sin temor a Dios podrá hacer feliz una joven. Donde no hay temor, no hay freno, y donde no hay freno la mujer sirve tan sólo de medio para satisfacer la pasión y la carne y nunca existirá entre ambos un amor puro y sincero. Por eso antes de entrar en el noviazgo es necesario averiguar e investigar ya que de esta manera no será penoso el prescindir si se advierte que faltan estas cualidades. c) Es importante observar si el joven le gusta el trabajo, a lo menos que cuente con medios para sostener a la familia que pretende formar. la falta de medios de subsistencia es en muchos casos causa de disgustos y de separaciones. Es de notar que si hay problemas con las drogas o el alcohol o juegos de asar de uno o de otro; estos motivos son suficientes para descalificar al que tenga estos problemas, ya que sería ingenuo pensar que con el sólo amor es suficiente para que superen su flojera o sus vicios de drogas o alcohol, ya que estos vicios llevan a la ruina a muchos hogares y familia.
Vocación Requerida para el Matrimonio.
Ahora reflexionemos sobre la vocación o llamado de Dios requerida para el matrimonio porque no cualquiera puede o tiene las cualidades para el matrimonio dado que este llamamiento lo hace Dios a un hombre y a una mujer para formar una comunidad íntima de vida, de manera que sean capaces de compartir todo: cosas materiales, como comidas, techo, dinero, diversiones, etc.; aspectos psicológicos, como tristezas, triunfos, fracasos, gustos, temperamentos, carácter, sentimientos, emociones; valores espirituales, como oración, piedad, espiritualidad, luchas, tentaciones, fracasos, triunfos, etc. En una palabra todo.
Este llamamiento al matrimonio deberá tener como base un amor fecundo. Sin amor no puede haber comunidad conyugal y familiar. Sin amor, vivirán juntos, como la silla y la mesa, pero no unidos. Sólo el amor es capaz de hacerles compartir la existencia poco a poco con entusiasmo y sin cansarse, “hasta formar una sola carne”. Y este amor deberá ser fecundo en hijos. Es la mejor manera de realizarse los esposos. así como no puede concebirse nido sin pájaros, árbol sin frutos, jardín sin flores, así tampoco un matrimonio sin hijos. Por eso el creador les dijo a nuestros primeros padres “Creced y multiplicaos y poblad la tierra” (Gen. 1,26).
La respuesta a este llamado es el segundo elemento de la vocación matrimonial; para ello los novios pueden responder equivocadamente o acertadamente: Los que escogieron la respuesta equivocada son aquellos que se casan *por satisfacer reclamos biológicos *por interés *por tradición familiar *por imposición de la vida, incluso contra su gusto *por el que dirán, por la edad, “por que todos sus amigos lo han hecho” *por conseguir un buen partido *porque se tiene que sentar cabeza. Etc. Y los que han acertado son aquellos que están dispuestos *a salir de sí mismos para abrirse al otro, renunciando a todo egoísmo, que acaba por matar el amor. *los dispuestos a construir “el nosotros” en vez de aferrarse al “yo” y al “tu”. *a aceptarse mutuamente, con sus diferentes en el sexo, personalidad, gustos, pero complementarios *a darse y entregarse sin reservas *a respetarse mutuamente * a cumplir mediante el esfuerzo y la consagración constante, los deberes que exige el estado matrimonial *a educar a los hijos en el amor y temor de Dios *a formar una comunidad de vida y amor.
Obstáculos que imposibilitan el Matrimonio.
Hay personas con principios y tendencias y deseos de casarse, pero no tienen esa capacidad o aptitud para realizarse en el matrimonio, debido a ciertos obstáculos insuperables o superables, hereditarios o adquiridos. Mientras esos obstáculos no desaparezcan, no es aconsejable el casamiento, porque el fracaso no se hará esperar. No basta que alguien se “sienta” llamado a formar una sociedad conyugal o familiar. Es necesario preguntarse: ¿Tendré aptitudes o capacidades para vivir con una compañera y los hijos de manera estable? ¿Seré capaz de compartir la vida entera con otra persona? ¿Tendré capacidad para dar y recibir amor?.
Los principales obstáculos que impiden al hombre en dar una repuesta normal y auténtica para la vocación matrimonial son: *La incapacidad orgánica: como inmadurez sexual, cronológica y física. *Incapacidad moral: egoísmo, agresividad, violencia, falta de sacrificio, inestabilidad etc. *Incapacidad económica: falta de trabajo, inestabilidad en los empleos, pereza para trabajar. *incapacidad religiosa: si se trata de matrimonio católico: falta de fe consciente adulta, falta de temor y amor a Dios. *Incapacidad canónica.
Aclaración: Los que tienen los obstáculos que acabamos de señalar no quiere decir que no podrán soñar con formar un hogar. No precisamente. Lo que se pretende afirmar es: que los llamados a la vida matrimonial deben esforzarse con seriedad para vencer cualquier obstáculo que les impida realizarse en ella. Sabemos que no hay personas sin defectos. Pero la experiencia nos dice que en ciertas personas hay algunos tan marcados, que dañan con toda seguridad la felicidad conyugal. Y en estas condiciones es mejor esperar o renunciar al matrimonio porque el simple amor no basta. Cuántas veces decimos o oímos decir de una persona: “Esa, nunca debería haberse casado”.
“Para hacer frente con constancia a las obligaciones de esta vocación de Dios para el matrimonio, se requiere una insigne virtud; por eso los esposos vigorizados por la gracia para la vida de santidad, cultivarán la firmeza del amor, la grandeza de animo del corazón y el espíritu de sacrificio, pidiéndolos constantemente en la oración”.
Otro punto importante que tenemos que considerar que los jóvenes antes de comenzar con los noviazgos, ya empiecen a cuestionar sus códigos y creencias positivas y negativas que traen desde los cinco años; si son positivas esa creencias adelante, pero si son negativas hay que cuestionarlas, para que con la ayuda de Dios ir eliminándolas para que no interfieran negativamente en las relaciones en el noviazgo y en el matrimonio; ¿Cuáles serán las creencias tendrá aquel joven que su padre es machista prepotente¿ o ¿Que códigos tendrá la joven si su madre es la que lleva el mando en su casa y su padre es un cero a la izquierda? e ahí la importancia de cuestionar estos códigos negativos.
Se que al citar algunas de estas reflexiones sobretodo cuando se habla de la pureza en el noviazgo, esto se prestará para burlas de jóvenes libertinos que sin duda estarán pensando o diciendo que esto es anticuado, que esto era antes y que ahora ya no impera; a estos jóvenes les recuerdo que los diez mandamientos tienen vigencia permanente y que por lo tanto si se es creyente tenemos la obligación de cumplirlos dado que pecar contra la pureza es transgredir el sexto mandamiento de la Ley de Dios.
Espero en Dios que los jóvenes reflexionen sobre estas consideraciones y esto les de luz que los ilumine para saber encontrar la vocación o llamado que Dios les tiene.