“Todo aquel que se ensalza será humillado y que se humilla será ensalzado” (Lc., XVIII, 14)
En el Evangelio del domingo X después de Pentecostés, se lee la parábola del fariseo y el publicano, misma que tiene como fin y objeto analizar y dar los remedios a uno de los defectos más comunes y peligrosos entre los hombres, que es el orgullo, fuente de todos los males.
Nos enseña también este símil que el corazón contrito y humillado obtiene gracia y misericordia, mientras que el corazón soberbio es odiado y rechazado por Dios.
Esta parábola va dirigida, a algunos que se ufanaban de ser justos en sí mismos y despreciaban a los demás. Y aunque el Evangelista no los nombra, nos es fácil de deducir de que se trataba de los fariseos, secta soberbia y despreciadora de los otros.
Los fariseos están esparcidos por todo el mundo. Los hay aun entre nuestras personas piadosas y consagradas a Dios. Quizás porque han recibido el don de una especial vocación, o porque han realizado alguna obra buena, creen ser mejores que los demás. Ahora bien, también a éstos va dirigida esta parábola del Señor.
En este pequeño tratado del terrible y horrible vicio del orgullo. Vamos a analizar su naturaleza, sus ramificaciones, sus consecuencias y sus remedios.
NATURALEZA DEL ORGULLO
Nos dice Santo Tomás, que este vicio se manifiesta en un amor desordenado de la propia excelencia.
Este desorden tiene lugar:
1) Cuando una persona se gloria de los bienes naturales o sobrenaturales como si procedieran de sí mismo y no de Dios. Es por eso que San Pablo reprochaba ese vicio a los de Corinto diciéndoles: “¿Qué tienen que hayan recibido?” (I Cor., IV, 7).
2) También, cuando se gloria de ellos como una cosa debida a sus méritos.
3) Cuando se gloría delante de los demás del bien que no tiene.
4) Por último, cuando una persona desprecia a los otros y procura ser preferido a ellos en todo.
HIJAS O RAMIFICACIONES DEL ORGULLO
Siendo el orgullo o soberbia fuente de todos los pecados. Es por eso, que hay ciertos vicios o pecados que se derivan de él. Tales como:
La Ambición o deseo inmoderado de las dignidades, cargos y honores.
La Presunción, que hace que la persona se crea capaz de todo.
La Vanidad o deseo insaciable de ser alabado y aplaudido.
La Vanagloria, que hace que una persona se envanezca de las cualidades que tiene, o que se atribuya las que le faltan.
La Hipocresía, que hace que se quiera parecer mejor de lo que se es, para atraerse la estimación de los demás.
Este vicio lleva también al desprecio del prójimo, y la desobediencia de los superiores.
EL ORGULLO EN SI MISMO
1) Es pecado mortal por su naturaleza. La Sagrada Escritura nos dice que el orgullo excluye del reino de los cielos, que Dios lo odia y que resiste a los soberbios.
La razón teológica, según Santo Tomás, es que el orgullo tiende a la independencia respecto a Dios, lo que es una grave injuria a su autoridad soberana.
2) Es el primero de todos los pecados: El orgullo o soberbia fue el pecado de Lucifer y los ángeles caídos al infierno. Fue el pecado que cometieron nuestros primeros padres; el primero que nace en nosotros, y el último que muere.
Este vicio es la raíz de todos los pecados, porque todos son un acto de rebelión contra Dios; en cierto modo hace del hombre un demonio.
TERRIBLES CONSECUENCIAS DEL ORGULLO
1) Introduce la turbación en las familias, en las ciudades, en las naciones; porque el orgullo quiere siempre y a toda costa dominar.
2) Ha engendrado infinidad de cismas y herejías en la Iglesia.
3) Conduce al lujo desenfrenado, de donde nacen gastos inútiles, las deudas, la ruina, y algunas veces la locura.
4) Ocasiona caídas vergonzosas, y naufragios lamentables.
5) Finalmente, conduce a la perdición eterna.
REMEDIOS CONTRA EL ORGULLO
Para combatir y disminuir o erradicar con ayuda de Dios, este vicio nos es necesario:
1) Hacer una humilde y ferviente oración para conseguir la humildad.
2) Es necesario conocernos a nosotros mismos. Para ello, debemos de tener una plena convicción de nuestra bajeza, de nuestras miserias, de nuestros pecados. Porque en realidad nada somos, nada poseemos, nada valemos y nada tenemos por nosotros mismos. Debido a que todo es Dios.
3) Consideremos nuestros pecados: ¿Cuántas veces hemos merecido el infierno? ¡Cuántos han caído en él que pecaron menos que nosotros!
4) Debemos de pensar que es una gran locura exponerse a perder la gloria del cielo por buscar la de la tierra.
5) Esforcémonos en ponernos debajo de los demás, y juzguémoslos mejores que nosotros.
6) Es necesario también, que meditemos frecuentemente la vida y la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo que nos dice: “Aprender de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. Estas dos virtudes (Mansedumbre y Humildad) son inseparables, como el orgullo y el desprecio del prójimo. Ahí tenemos el ejemplo del fariseo.
7) Pensemos que seremos ensalzados en cielo en proporción de nuestra humildad en la tierra.
Por último. Reflexionemos y tengamos siempre presente el consejo que dio Tobías a su hijo acerca de este vicio: “No te ensoberbezcas en tu corazón ni desprecies a los demás, porque en el orgullo está la perdición y el desorden” (Tob., IV, 14).