“Dar a Dios, lo que es de Dios”
Es preciso “dar a Dios” todo “lo que es de Dios”; esto lo exige la justicia. Porque ¿Qué ha hecho Dios? Ha creado todo cuanto existe; ninguna criatura puede sustraerse a su dominio, dicen los Salmo 23, 1, y 88, 12: “Del Señor es la tierra y cuanto la llena”; “Tuyo son los cielos, tuya es la tierra”.
A Dios debemos el homenaje de todo lo que somos, de todo lo que tenemos, y de todo lo que podemos, en lo espiritual y en lo corporal, en el orden de la naturaleza y en el de la gracia, de esto dice San Pablo: “¿Qué tienes que no hayas recibido” I, Cor., IV, 7; y el mismo Salmo 23, 1, nos dice que; “Del Señor es el orbe de la tierra y cuantos lo habitan”.
Nosotros le pertenecemos, porque Él nos ha creado, nos ha rescatado del poder de Satanás y de la esclavitud del pecado, Él nos conserva. Estos derechos de Dios son universales, soberanos, absolutos.
Debemos a Dios el homenaje de nuestros bienes
Todos nuestros bienes, sean los que fueren, pertenecen a Dios. Nosotros no somos más que usufructuarios. De estos bienes podemos usar para proveer a nuestras necesidades; pero fuera de estas necesidades hemos de sujetarnos a su divina voluntad.
Ahora bien: Dios quiere que nosotros ayudemos a los pobres y que cooperemos a las obras piadosas, propagación de la fe, sostenimiento del culto y clero, escuelas, hospitales, buena Prensa, etc.
No teniendo el Señor necesidad de nuestros bienes se ha hecho reemplazar por los indigentes, ya sean personas, ya obras diversas de caridad. Si somos esclavos de la avaricia, o si gastamos en el juego y en los placeres los bienes que Dios nos ha prestado, entonces pecamos gravemente.
A Dios se debe el homenaje de nuestro cuerpo
Dios nos dio el cuerpo para que estuviese al servicio del alma
El cuerpo pertenece a Dios, que le da, según la medida que le place, salud, fuerzas. ¡Ay de nosotros si lo empleamos para mal! San Pablo I Cor., III, 16 y 17, dice: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que Espíritu Santo habita entre nosotros? Si alguno profana el templo de Dios, Dios le destruirá. Porque el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros”.
Consagremos nuestro cuerpo a Dios. Por lo mismo, debemos emplearlo en su santo servicio, y como dice nuevamente San Pablo: “Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo” 1 Cor., VI, 12.
Debemos a Dios el homenaje de nuestra alma
Nuestra alma pertenece a Dios. Él imprimió en ella su divina imagen y su sello, en señal de su supremo dominio. Tarde o temprano, el Señor la reclamará y ¡desgraciados quienes hayan perdido esta imagen de Dios!
Consagremos cada día a Dios nuestra alma, es decir, que debemos emplearla en su servicio y en amarle. Que nuestra memoria se acuerde sin cesar de los beneficios de Dios; que nuestra inteligencia medite sus divinos atributos, para conocerlos mejor; que nuestra voluntad se esfuerce en amarle y en agradarle en todo.
Por último. Acordémonos de que pertenecemos absoluta y totalmente a Dios. Pero ¿Qué hacen, la mayoría de los cristianos? Acaso ¿Dan a Dios lo que le es debido?
Al contrario, algunos abusan de los bienes recibidos para ofender a Dios; otros para servir a las criaturas y a sus pasiones. Otros manchan el alma redimida con la sangre Jesucristo, y sirven al demonio, temiendo al Cesar, se burlan de Dios y de sus verdades y hacen escarnio de las cosas santas.
Acaso, ¿será siempre así? Claro que No: porque Dios tiene su hora.
Sinceramente en Cristo
Mons. Martín Dávila Gándara
Obispo en Misiones
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