Las Buenas Obras

“Omnis arbor bona fructus bonus facit” Todo árbol bueno da frutos buenos

Nos dice el Evangelio de San Mateo VII, 15-21. Que debemos cuidarnos de los falsos profetas, que vienen a nosotros disfrazados con pieles de ovejas, más por dentro son lobos rapaces. Y también, nos indica la manera de como reconocer a esos secuaces infiltrados o revestidos de lo que no son. Pues por sus frutos, esto es, por sus obras, los reconoceréis. Porque árbol bueno no puede dar frutos malos, ni árbol malo darlos buenos.

Ahora bien, sabiamente el Evangelio, nos ilustra de como reconocer los buenos y malos profetas o pastores, más en este escrito nos vamos a enfocar en gran parte a considerar: Lo que se entiende por buenos o malos frutos; la necesidad que tenemos de producir buenos frutos; y por últimos, las condiciones que se requieren para ello.

Todos somos árboles plantados por Dios aquí en este mundo, a fin de producir frutos, mismos que nos son necesarios para conseguir la vida eterna.

Los frutos indican lo que somos, porque el árbol se conoce por sus frutos. Ahora bien, los frutos son nuestras obras, del hacer o producir buenas o malas obras va a depender nuestra salvación eterna.

LO QUE SE ENTIENDE POR BUENOS O MALOS FRUTOS.

LO BUENOS FRUTOS SON: Toda clase de acciones buenas, o sea las buenas obras:

a) Como son las obras de piedad y religión para honrar a Dios y manifestarle nuestro amor. Por ejemplo, la asistencia a misa todos los domingos y días festivos, las oraciones de la mañana y de la noche, el rezo del santo Rosario u otras devociones, la meditación y la lectura de la vida y obras y virtudes de Jesucristo, de la Virgen María y la de santos, o también lecturas con nos lleven a un mejor conocimiento de nuestras almas, mismo que nos lleven siempre a la mayor gloria de Dios, y en beneficio del alma.

b) Las obras de caridad y de misericordia corporal y espiritual hacia el prójimo, así como se explicó en el anterior escrito, viendo siempre la imagen de Cristo en nuestros semejantes.

c) Ciertas obras de penitencia destinadas a mortificar el cuerpo, o para fortalecer el alma. Ahí tenemos el ejemplo de los santos; como un San Benito Abad, que ante las tentaciones de impureza que se le venían, se revolcaba en la nieve, o San Francisco de Asís que se tiraba en las espinas, o como San Gerónimo que se golpeaba con una piedra en la soledad de una cueva, cuando se le venían las imágenes muy claras del hedonismo romano.

En nuestros casos, debemos ser cuidadosos, porque no tenemos las luces y las gracias de los santos para hacer estas penitencias, pero si podemos acercarnos a nuestro confesor, y pedirle consejo sobre las penitencias corporales o espirituales que debemos hacer ante tentaciones muy fuertes que se nos pueden venir y que no seden con jaculatorias, o ciertos actos piedad que antes nos ayudaban y ahora no. En estos casos debemos siempre seguir el consejo del confesor que es el que mejor nos conoce.

d) En una palabra son buenas obras, todo lo que está bien hecho con vistas a Dios y buscando siempre su mayor gloria y beneplácito, y que a la vez no ayuden a ir al cielo.

LOS MALOS FRUTOS SON: toda clase de acciones u obras malas:

a) Ya sea, malas en sí mismas. Por ejemplo. El ver escenas lujuriosas o impuras en la TV, o Internet eso ya en sí es malo y pecaminoso, el que nos pueda ocasionar o no malos pensamientos o malos deseos o malos actos, todo ello serían otros pecados. El robo sería otra cosa mala en sí, el que se robe mucho o poco, lo único que cambiaría sería la gravedad del pecado, lo mismo sucede con la mentira y otras obras malas en sí mismas.

b) O obras buenas, pero dañadas por alguna pasión desordenada. Por ejemplo, en las obras piedad, no serían buenas obras el asistir a la iglesia o rezar, sólo por vanagloria o para que digan los demás que somos muy piadosos o santos, lo mismo sucedería, si ayudamos a los pobres y necesitados para que gente nos tenga por muy buenos y caritativos y no por amor a Dios.

c) Son malas obras, todos los pecados ya sea de pensamiento, palabra, omisión, o contra Dios, contra el prójimo o contra sí mismo, sean estos mortales o veniales.

d) Todo lo que está en oposición con los mandamientos de Dios o con su voluntad claramente manifestada por la Iglesia o sus superiores.

CONDICIONES PARA PRODUCIR BUENOS FRUTOS U OBRAS.

Según la naturaleza, para que un árbol dé buenos frutos es necesario que esté arraigado en buena tierra, regado, alimentado y limpio de malas hierbas; o sea que no esté roído en su medula por los gusanos; y que viva y además tenga vitalidad.

Si faltan estas condiciones en el árbol, claro está, que no podrá dar buenos frutos, y lo por lo mismo, se tendrá que arrancar y echar al fuego por inútil.

Ahora bien, por una gracia especial, los católicos estamos plantados en la viña del Señor, es decir, en su Iglesia, y por ella estamos continuamente regados, sostenidos y vivificados por los sacramentos y por la palabra de Dios. Es así como se tiene todas las condiciones para dar frutos en abundancia.

Pero si a nuestro corazón lo corroe alguna mala pasión. Ésta puede echar a perder los frutos, es decir, las obras.

Otra condición que necesitamos para dar buenos frutos es que nuestra alma este viva, o sea, que esté en gracia de Dios, porque si está muerta por el pecado, también están muertas nuestras obras delante de Dios.

Finalmente, es necesario que nuestro árbol tenga vigor, esto es, que estemos llenos de caridad, porque la caridad es la que da el precio a nuestras acciones, y este valor guarda proporción con el amor con que las hacemos.

Ahora es necesario que nos preguntemos: ¿Tenemos las condiciones requeridas para llevar buenos frutos? Y si no estamos en gracia de Dios, esforcémonos al máximo para conseguirla nuevamente, y procuremos de hoy en adelante hacer todas las obras con mayor caridad, para hacer lo que dice San Pablo en I Cor., XVI, 14: “Que todas nuestras obras se han hechas en caridad”. De lo contrario corremos peligro de perdernos.

NECESIDAD DE HACER BUENAS OBRAS.

Si no producimos buenos frutos, es decir, si no hacemos las buenas obras que Dios tiene derecho a esperar de nosotros, seremos cortados, separados de la sociedad de los santos, y privados de la visión de Dios para toda la eternidad y condenados al fuego o suplicio del infierno.

La sentencia es formal, así como dice San Mateo, III, 10: “Que, si no hacemos frutos, seremos cortados y echados al fuego”. También San Pablo ha escrito algo al respecto: “Porque la tierra que absorbe la lluvia caída sobre ella produce plantas útiles, para el que las cultiva recibirá las bendiciones del cielo; pero la que produce espinas y abrojos es reprobada y está próxima hacer maldita, y su fin será el fuego”. (Heb., VI, 7-8)

veamos la higuera maldecida por Nuestro Señor Jesucristo, no por sus frutos malos, sino a causa de su esterilidad, en el momento en que el Salvador le pedía fruto. (Mt., XXI, 19) Y también al siervo infiel, condenado, no por haber hecho mal, sino solamente por haber omitido hacer el bien que debía. (Lc., XIX, 22)

Ahora bien, por último, es importante que hagamos ciertas consideraciones sobre una de las frases que está al final del texto de este Evangelio de San Mateo que dice: “Por sus frutos los podréis conocer. No todo aquel que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará por eso en el reino de los cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial, ése es el que entrará en el reino de los cielos”.

En otras palabras, que no sólo basta creer en Dios o la sola fe como enseñan las sectas protestantes para salvarse, sino que son necesarias las buenas obras para salvarse, porque la “fe sin obras es de suyo muerta” como dice la carta de Sant. II, 17. y de hecho es necesario leer completa la explicación que nos da Santiago en el Cap. II, de los Vers., del 14 al 26, sobre el tema de La fe y las obras.

Esta es una, de las muchas doctrinas heréticas de las sectas protestantes que prueba la falsedad de esas pseudo religiones y, por lo tanto, no representan a la verdadera Iglesia de Jesucristo.

Pero, como se dice vulgarmente los que se han volado la barda, superando ampliamente a las sectas Protestantes, es la gran secta postconciliar de Juan XXIII y de los falsos papas del Vaticano II que enseñan la aberrante herejía de la Justificación o salvación universal incondicional, que predica que no se requiere la fe y las obras para salvarse, y que por el hecho de que el hombre es ser humano por ese simple hecho pertenece a la iglesia sin necesidad de ser bautizado y sin necesidad de profesar las enseñanzas de la fe católica.

Ya que, para ellos, la justificación y salvación de todo el género humano sin distinción de credos y sin necesidad de las obras buenas, la logró Jesucristo ya sea por su Encarnación o con su muerte en la Cruz. Desde ese momento quedo el hombre en estado de inocencia y santidad, así como Adán y Eva antes de cometer el pecado original.

En esta herética enseñanza, el infierno y el purgatorio y el limbo están clausurados, ya que todo hombre es salvo incondicionalmente, no importando, la religión, ni el que este bautizado en la Iglesia, ya que la nueva definición sobre la Iglesia, ha cambiado debido a que la Iglesia, ya no es Una, Santa, Católica y Apostólica; ahora, es el pueblo de Dios, igual a la humanidad entera, o sea todo hombre es católico por el hecho de ser hombre.

También, esta secta enseña que, el alma no es inmortal. Y por lo mismo, después de la muerte según esta aberrante doctrina, el fin de la persona es la aniquilación o sea que después de la muerte todo acaba, así como lo enseñan los ateos y materialistas.

En esta aberrante doctrina. No se requiere fe, ni obras para salvarse, todo mundo es salvo, por el hecho de que Cristo se encarnó o murió en la Cruz. O sea, son santos todos los hombres de cualquier religión, católicos, protestantes, judíos, musulmanes, budistas, hinduistas; hasta los satanistas, masones, libres pensadores y también los ateos, ya que la justificación abarca a todos hombres. Lo mismo son salvos, los asesinos, los corruptos o rateros, los violadores, los pederastas en este caso hasta Marcial Maciel es salvo.

Para Juan Pablo II y al igual que para los hebreos, ser salvos, no significa, ir al cielo, para ellos, el cielo y el infierno está aquí en la tierra.

Ahí tenemos los frutos de las doctrinas postconciliares, cuales son algunos millones de católicos postconciliares que se han ido al protestantismo y otros tantos que se han hecho indiferentes, y miles y miles sacerdotes y religiosos y religiosas que han ido desertando, de lo que ellos consideraban que era la iglesia católica no siéndolo en realidad.

Está herejía fundamental de la iglesia postconciliar está contenida en la “Gaudium et Spes”, en los números 22, 24 del vaticano II; y en la encíclica Redemptor Hominis #12, y en los libros “Cruzando el Umbral de la Esperanza” y “Signo de Contradicción” de Juan Pablo II.

Esta tesis, no la convalida ni la enseña, la Sagrada Escritura, ni la Tradición, por lo tanto, no es doctrina del Magisterio Infalible de la Iglesia Católica, sino que es fruto de la “Nueva Teología”, nacida de Juan XXIII y de los falsos papas del Vaticano II.

La Iglesia Católica siempre ha enseñado lo que enseña el Apóstol Santiago en su carta ya mencionada que nos dice que: la “fe sin obras es de suyo muerta”, esto significa que se requiere la verdadera fe católica y las buenas obras para salvarse.

En cierto modo, esto es lo que quiere decir Nuestro Señor Jesucristo en este Evangelio de San Mateo: “Por sus frutos los podréis conocer. No todo aquel que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará por eso en el reino de los cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial, ése es el que entrará en el reino de los cielos”.

Por lo mismo, procuremos aprovecharnos de los medios y gracias que nos concede nuestra religión, y de ese modo hacer dignos actos de fe y caridad, mismos que nos son necesarios para conseguir la vida eterna.

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.