La Navidad debe ser un día de gozo y alegría

“Nuestro Salvador ha nacido hoy: ¡Alegrémonos!”

Queridos hermanos en Cristo:

Saludos

Año con año llenos de dicha y alegría recordamos y festejamos el nacimiento de Jesucristo. En este día, celebramos también un acontecimiento extraordinario, cual es “la venida del Niño Dios”, la venida de Cristo. Esto nos alegra, nos hace sentir en nosotros la obra de Dios, quien cumple su promesa enviando al Salvador del mundo para redención del género humano.

Por eso, San León Papa, en las lecciones del segundo nocturno de los maitines de Navidad, nos hace esta exhortación: “Nuestro Salvador ha nacido hoy: ¡Alegrémonos! Porque de ninguna manera nos es permitido estar tristes cuando ha nacido la Vida que, destruyendo el temor de la muerte, nos infunde la seguridad de una alegría eterna”. (Sermón I de la Navidad del Señor)

Para entender esta exhortación, es importante que analicemos en que consiste o donde radica el verdadero gozo y la verdadera alegría, porque muchas veces confundimos o queremos disfrazar nuestro vacío, soledad y tristeza, con una sonrisa engañosa.

El mundo se ahoga en un océano de tristeza. ¡Cuántas veces el rostro ríe mientras el corazón sangra! La alegría del mundo no suele ser sino un expediente para cumplir con las exigencias sociales. Es, por tanto, algo ficticio, superficial, engañoso.

No así, la alegría del cristiano. Desde que apareció sobre la tierra Jesús, que es la alegría del cielo, desde que habita en los sagrarios por su Eucaristía adorada y en nuestros corazones por su gracia divina, no tenemos derecho a estar tristes.

Alguien ha dicho que todos los temores, todas las formas que puede tener el miedo se reducen, de una manera u otra, al miedo de la muerte, al temor de morir. Cuando éste se ha vencido, nada se teme. Por eso el soldado, que arrostra la muerte, que desprecia el peligro de morir y que la afronta con denuedo y osadía, nada teme.

Por eso con mayor razón, los santos, que no solamente no temen la muerte sino la desean, nada pueden temer; han conquistado aquella caridad de la cual dice San Juan: “La Caridad perfecta excluye el temor”. (I Jn., IV, 18)

De una manera semejante se podrá decir que todas las tristezas que ahogan a la humanidad nacen de la muerte.

-De la muerte corporal, que nos separa de los seres queridos, que cubre de luto los hogares, que abre vacíos en el corazón y ahonda soledades en el alma que ni los años que pasan ni los hombres que nos compadecen logran aliviar.

-De la muerte del corazón con que nos hieren los afectos que se cansan y se marchitan, con que nos martirizan los amigos que nos vuelven las espaldas, con que nos lastiman los corazones que antes nos comprendían y cuyas puertas encontramos ya cerradas.

-De la muerte del alma, sobre todo, que es el pecado; porque el que está en desgracia de Dios, el que lo ha expulsado de su corazón, el que es enemigo suyo, ¿dónde logrará encontrar la paz íntima, la alegría estable, el gozo desbordante? Todo lo contrario, lleva en el fondo de su alma lo que se ha llamado “el inexorable hastío de la vida”, “el miedo de vivir”.

¿No es verdad que toda tristeza nace de la muerte corporal o de la muerte del corazón o de la muerte del alma?

Esta es una verdad categórica, porque lo que siembra el hombre eso cosecha, si sembramos, egoísmo, y amor a las criaturas en detrimento de la predilección y el amor a Dios; entonces el hombre cosechará hastío, miedo, desesperación, tristeza, depresión, o sea, todo esto es lo que produce el vacío de Dios en el alma humana.

En nosotros esta, el que tengamos un verdadero gozo y felicidad en esta Navidad, de ello va a depender del sentido autentico que le demos a este gran acontecimiento del nacimiento de Cristo.

Si vivimos una vida auténticamente cristiana, primero preparándonos con el seguimiento de los ejemplos y los consejos de recogimiento, penitencia y oración de San Juan Bautista en el santo tiempo del adviento, y después procurando vivir el espíritu autentico de las posadas y de la navidad, no dejándonos llevar del sentido paganizado y descristianizado que actualmente se vive.

Porque desgraciadamente, la navidad pagana y descristianizada que hoy se respira por todas partes, ha sido sembrada cuidadosamente por el enemigo (el demonio y sus secuaces en la tierra) desde siglos atrás.

Primero valiéndose del protestantismo, hicieron surgir, el mito de Santa Claus.

En los países de preeminencia protestante como Alemania, Suiza y los Países Bajos se empezó a tergiversar las antiguas leyendas de los niños y los regalos por la chimenea y las medias a la leyenda del “niño obispo” y sobre todo a la costumbre de que San Nicolás trae secretamente regalos para los niños el 6 de diciembre, día en que la Iglesia celebra su fiesta.

Dicha costumbre fue popularizada en los Estados Unidos por los protestantes holandeses de Nueva Amsterdam, que convirtieron al “Santo Obispo” en un mago nórdico. Su nombre fue abreviado, no solo a San Nic, sino también a Sint Klaes o Santa Claus.

Con el tiempo, el Santa Claus moderno ha sido paganizado. La mitra de obispo fue remplazada por el hoy famoso gorro rojo, su cruz pectoral desapareció por completo. Y se le mudó de Turquía al Polo Norte, de donde viene por la nieve con venados. Como San Nicolás era obispo, se le representa vestido en rojo. Hoy día, a “Santa Claus” se le utiliza para vender toda clase de cosas y casi nadie recuerda su verdadera historia.

Este “Santa Claus” nada tiene que ver con San Nicolás de Bari obispo católico que se preocupaba por los pobres, y los niños y se hizo famoso por su caridad y sobre todo, con la Navidad, donde recordamos y celebramos el Nacimiento del Hijo Dios hecho niño.

Lamentablemente el enemigo y sus secuaces no solo, han descristianizado la navidad con el mito del Santa Claus, sino que también han descristianizado los villancicos y la música navideña.

Los villancicos con temas religiosos y espirituales en gran parte han sido suplantados por las banalidades de Rodolfo el Reno, Cascabeles y Santa, que NADA tienen que ver con el Nacimiento de Cristo. Algo parecido sucede con el árbol de navidad, costumbre fomentada por Martín Lutero fundador del Protestantismo, que también, NADA tiene que ver con el nacimiento de Cristo.

A partir de la Segunda Guerra Mundial, se empezó a crear un nuevo espíritu de la Navidad, mismo que fue avanzando hasta convertirse en una fiesta, no ya religiosa, sino de buenas sensaciones y esperanzas universales y en una ocasión en la que todos pueden compartir.

Tristemente la Navidad, para una gran cantidad de la población mundial es una fiesta insípida, de buenos sentimientos y esperanzas compartidas, o sea una fiesta secular o laica, sentimental y comercial que ha desplazado a la celebración de la Navidad de la Iglesia, reconociendo sólo lo natural, y tolerando lo sobrenatural sólo como una afectación sentimental o comercial.

El fiel cristiano, si quiere la paz, el gozo y la alegría verdadera, debe de vivir y fomentar el verdadero y autentico sentido de lo que representa la Navidad para el católico, que es el nacimiento de la Luz Verdadera que vino a este mundo, que es Jesucristo Verdadero Dios y Verdadero Hombre.

Por lo mismo, recordemos que el egoísmo, la banalidad, el sentimentalismo y el consumismo, solo nos lleva al hastío, a la desesperación, a la tristeza, y a la depresión, o sea, al vacío de Dios en el alma.

Pensemos, que el verdadero gozo, la paz y la felicidad están en los que tienen a Dios y le dan el primer lugar en su alma.

Pensemos, también que en esa preciosa y dulcísima noche de Navidad, apareció sobre la tierra el que es la Vida, Jesús, que vino a destruir el pecado y a resucitar nuestras almas a la vida de la gracia; que muriendo en la cruz, triunfó de la muerte y resucitando del sepulcro, aseguró nuestra resurrección; que, en fin, nos infundió la vida de la gracia, en cuyas entrañas palpita la esperanza cierta de un gozo eterno y perdurable.

Por tanto, si Dios ha destruido la muerte en todas sus formas; si en nuestro pobre cuerpo que se desmorona como un edificio viejo y se cae a pedazos como un vestido gastado, Él ha sembrado la semilla de la inmortalidad; si en su Corazón divino encuentran consistencia y estabilidad los efímeros afectos humanos; si en El y por El nuestra alma tiene una vida divina, y por consiguiente inmortal:

¿Cómo podemos estar tristes cuando en nuestro corazón llevamos al que es la Vida, la Vida verdadera, la Vida que es paz, y que es gozo y que es bienandanza eterna?

Por eso, concluyamos con San León Papa: “Hoy ha nacido nuestro Salvador, alegrémonos, porque a nadie le es lícito estar triste cuando ha nacido la vida que, destruyendo al pecado, nos ha infundido una vida que encierra el germen de un gozo eterno como Dios”.

Por último, queridos hermanos. Les deseo a todos una Feliz Navidad este año 2014 y les hago llegar con cariño mi bendición Episcopal.

Mons. Martin Davila Gandara