Ahora vamos analizar otra de las columnas para conseguir la felicidad en el matrimonio.
LA ACEPTACIÓN.
Cuando el marido reconoce que su esposa necesita expresarse tal como es, emotiva e intuitivamente, ha avanzado un gran trecho en la senda de amarla como realmente es: una mujer. Cuando la esposa reconoce la necesidad que tiene su marido de expresarse enérgicamente y a veces ruidosamente, lo acepta a él como lo que es: un hombre (claro esta, que no como machista, irrespetuoso y prepotente).
Muchas dificultades que se suscitan entre entre las parejas modernas son resultado de la poca predisposición del marido a dar alas a su mujer para que se exprese como tal, y de la poca inclinación de la esposa a permitir que su marido asuma el papel de protagonista masculino que le ha señalado Dios. Vamos, pues, a considerar lo que realmente implica la aceptación mutua de cada consorte.
La mujer típica es apasionada, tierna, comprensiva y cariñosa. Son las cualidades que le cuadran como madre, creadora del hogar y custodia del amor y de los afectos en la familia. La disposición natural de las mujeres no es ser agresivas, autoritarias o fríamente analíticas (a la mujer moderna se le ha hecho así, en aras de la nueva redefinición de la familia, provocando con esto, la destrucción de la familia tradicional).
La mujer, en general acepta cederle el primer lugar al esposo o que él sea la cabeza de hogar. Lo usual es que tan sólo cuando él no sabe asumir sus responsabilidades o le decepciona, contrariando el desarrollo de sus características femeninas, se vea obligada a tomar el mando.
Los sociólogos declaran que, a pesar de sus características e inclinaciones innatas, la mujer actual casada es la verdadera cabeza de familia en millares de hogares. A menudo es ella la que dice la última palabra al elegir el automóvil; escoge los muebles y muchas veces hasta la vestimenta del esposo; selecciona las películas y el cine a que ha de ir con su marido; resuelve sobre fiestas y recepciones y, frecuentemente, es quien decide dónde van a pasar las vacaciones. Incluso tampoco es raro que maneje la cuenta en el banco y pague las facturas.
Su entronizamiento en la dirección de la casa puede explicarse de muchas maneras. En gran parte es culpa del marido, quien en muchos casos no sabe afirmar su propia autoridad. Independientemente de cuál sea la buena explicación, el cambio de papeles entre varón y hembra ha tenido efecto coadyuvante en perjudicar la cualidad de la mujer que más influye en conseguir la felicidad matrimonial: su feminidad.
No existe una mujer que realmente desee un marido sin personalidad, ni quiera usurpar el puesto de jefe de la familia. A veces lanza unas fintas, pero son meras experiencias. Nadie siente más desilusión que ella misma si su marido, por debilidad, le tolera invasiones en el terreno que le corresponde a él. Cuando hace tentativas de mando, le complace someterse si el esposo mantiene gallardamente su posición. Pero si él rehúye el invite, ella se aprovechará, aunque sea con renuncia. Pero ha de pagar cara semejante victoria.
Por lo tanto, no es de extrañar que hace algunos años en que las encuestas sobre las aspiraciones femeninas casi siempre deban por resultado confirmar que su voluntad es la de desempeñar la tradicional misión apropiada a su condición mujer. (actualmente, son muy pocas la mujeres las que piensan así).
Por ejemplo, hace algún tiempo, en una encuesta entre centenares de mujeres, emprendida por investigadores de la Universidad Cornell, en EU., ni una manifestó preferir a un marido que fuese inferior a ellas en inteligencia. Otros investigadores han preguntado a la mujer qué haría si se casará con un hombre menos inteligente que ella. Las respuestas variaron muy poco.
Dijeron que tratarían de no poner nunca en evidencia su superioridad y que jamás permitirían que su marido se sintiese inferior. ¿Por qué? Porque el proceder así sería negar al varón su tradicional papel de cabeza y a la hembra su papel tradicional de compañera.
Una esposa debe permitir y estimular a su marido a que asuma la responsabilidad plena, propia de su deber como cabeza del hogar que es; un marido debe alentar la feminidad de su compañera. De ninguna otra forma podrán lograr los consortes la plenitud posible en el desarrollo del matrimonio.
La aceptación del varón así también, como la comprensión, está basada sobre las características individuales. Otra palabra equivalente a la aceptación es la lealtad: el cónyuge tiene derecho, en todas las circunstancias, a la lealtad del otro cónyuge.
Es frecuente que las esposas comparen la posición de sus maridos con la de sus parientes o amigos. A menudo una esposa irrita a su esposo aduciendo que no gana tanto como su hermano o como el marido de la vecina. Lo cual equivale a decirle que no es competente. En esos casos cae la mujer en el defecto de no aceptarlo tal como es. Posiblemente se trata de un marido muy obligado, padre excelente y fervoroso amante. Al sacar a relucir una cualidad en la cual no destaca en comparación con otro, demuestra no aceptarlo como marido y como hombre.
Por tanto, aquella mujer incurre en un defecto que acaso llegue a imposibilitar la felicidad matrimonial. El gran error de la esposa, en este caso, consiste en no saber infundir ánimo a su marido.
Hasta aquí, la segunda parte de tres, en el siguiente escrito vamos a exponer todo lo relacionado con la otra columna necesaria, que falta para lograr la felicidad en el matrimonio.
Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “El Manual del Matrimonio Católico” del Rev. Padre George A. Kelly.