La Iglesia Católica siempre ha amado y reverenciado a la Biblia, considerándola como la palabra inspirada por Dios, y por lo mismo siempre le ha prestado su adhesión y su obediencia, y esa obediencia no es puramente de palabra, sino de hecho.
Pero, desde Martín Lutero y el Protestantismo hasta la actualidad, se ha calumniado a la Iglesia Católica, diciendo que es enemiga de la Biblia.
Dichas calumnias afirmaban maliciosamente:
-Que la Iglesia, en tiempos pasados, la mantuvo alejada del pueblo, prohibiendo que se tradujera en lengua vulgar.
-Que estando en latín, la Biblia no podía ser leída, por el pueblo, sino sólo por el clero.
-Que Iglesia no dejaba que el pueblo la leyera por temor de que éste se despertase y sacudiese de sí el yugo de la dominación clerical.
-Que fueron ellos, los protestantes quienes pusieron la Biblia en manos del pueblo.
-Que la Iglesia, aún ahora aconseja a los fieles no leer la Biblia por sí mismos, por temor de que puedan ellos formarse su propia religión por medio de las Escrituras, y no aceptar la que la Iglesia les impone.
Tales son, en suma, los términos a que pueden reducirse todas las acusaciones que se lanzan contra la Iglesia.
Vamos, pues, a considerar la verdad o falsedad de semejantes acusaciones. Para ello, es necesario primeramente, que nuestros amigos no católicos no acepten esas acusaciones como verdaderas, simplemente porque son continuamente repetidas, y sin ser examinadas con espíritu sereno. Más bien deben de dejarse llevar de su sentido de justicia, para que éste, les impulse a rendir un fallo, no guiados en rumores, sino de acuerdo con las pruebas reales que se van a presentar.
ESTOS SON LOS HECHOS
La Iglesia Católica, muy lejos de ser enemiga de la Biblia, es verdaderamente su progenitora. Pues ella fue quien determinó cuales libros, eran realmente inspirados por Dios, de tantos que circulaban entre los primeros cristianos, y una vez verificados los reunió en un sólo libro.
La Iglesia, protegió este libro sagrado contra la destrucción a manos de los bárbaros que invadieron Europa, y lo tradujo a muchos idiomas antes del nacimiento del Protestantismo. Porque si fuera enemiga de la Biblia, mucho tiempo tuvo para destruirla antes de la existencia de las sectas protestantes.
La Iglesia Católica ama a la Biblia, y la reverencia como la palabra inspirada por Dios, y siempre le ha prestado su adhesión y su obediencia, y esa obediencia no es puramente de palabra, sino de hecho. Es por eso, que no se amedrentó de los chantajes de Enrique VIII, y el despotismo de Napoleón Bonaparte, cuando trataron de obligarla a sancionar sus divorcios, que la Santa Escritura prohíbe.
Si nuestros amigos no católicos se detuvieran alguna vez a averiguar o investigar de dónde obtuvieron su Biblia, y quien determinó las diferentes partes de que se compone; y quien también determinó cuáles son los libros inspirados por Dios y cuáles no.
Es probable que si tal cosa hace, y a la vez demuestran sensatez, estaríamos seguros de que no continuarían por largo tiempo protestando, pues verían que la Iglesia es la que ha hecho todo esto, y que como cuidadosa madre ha guardado la Biblia por más de once siglos antes de que existiera el protestantismo.
ORIGEN DE LA BIBLIA
Muchos hablan de la Biblia como si se tratara de un solo libro. La verdad es que es toda una biblioteca, una vasta colección de setenta y tres libros diferentes, cuarenta y seis de Antiguo Testamento, y veintisiete de Nuevo. Estos libros no se escribieron de una sola vez, o en la misma era.
Desde el Génesis, primer libro de la Biblia, hasta el Apocalipsis de San Juan, el último libro del Nuevo Testamento transcurre un período de 1,500 años, aproximadamente. Si a la muerte de Moisés hubiésemos leído la Escrituras que entonces existían, solamente hubiéramos encontrado los cinco libros primeros del Antiguo Testamento.
Aún los libros del Nuevo Testamento, no aparecieron todos al mismo tiempo, sino a intervalos de varios años, que abarcan casi tres cuartos de siglo. Fue pues, la Iglesia quien recogió todos estos libros en uno solo, y dio al mundo lo que ahora se conoce con el nombre de la Biblia.
Esto demuestra, que la Iglesia nunca ha prohibido leer la Biblia. Sino todo lo contrario. Desde los primeros siglos de la Era Cristiana hasta nuestros días, el catolicismo ha promovido con tesón la lectura y estudio de la Biblia, tanto de parte del clero como del pueblo.
A este respecto se podrían citar, un sin números de textos de los Padres de la Iglesia: De la Biblia dice San Jerónimo: “Dios os la dio para que la leyerais” (De Isaías, 22: 6). Mucho antes de esto, había dicho San Policarpo a los filipenses: “Espero que todos estaréis bien empapados en las Sagradas Escrituras, y nada os esté oculto” (Ad Phillip. XII). Tertuliano escribe en el siglo II: “Mirad las revelaciones divinas, examinad nuestros Libros Sagrados, pues que no los tenemos ocultos” (Apol. XXXI).
Mucho se insistía en la lectura pública de la Escrituras en la Iglesia durante los primeros siglos. Así, San Ireneo da por entendido que todo hombre sincero “lee diligentemente las Escrituras en compañía de los sacerdotes, en la Iglesia, poseedora de la doctrina apostólica” (Adv. Haer.).
Que haya sido una costumbre generalizada en la Iglesia, la lectura de las Escrituras, resulta evidente por las repetidas referencias que se hacen de esta costumbre en las declaraciones de los Concilios y en los escritos de los Santos Padres.
LA BIBLIA EN LA EDAD MEDIA
Otra de las mentiras y calumnias de los Protestantes contra la Iglesia, es que la Biblia era casi desconocida en la Edad Media, cuando el catolicismo dominaba.
Una de las declaraciones de Lutero que decía que antes de su tiempo “la Biblia yacía olvidada en el polvo debajo de un banco”. Esto ha contribuido a que se propague como fábula entre las gentes que estudian la historia en un solo libro, sin leer otros escritores contemporáneos.
La verdad es que esta declaración de Lutero está en cierta contradicción con los hechos referidos por infinidad de historiadores no católicos. Por ejemplo, el historiador Michael, después de una vida entera de investigaciones acuciosas, afirma que la Biblia era “el libro más leído y que ejercía gran influencia sobre la vida de las naciones” (Geschichte der Deutschen Volkes, III, 223).
Otro historiador que contradice abiertamente a Lutero es Kropatscheck que dice: “Ya no es posible sostener, como hacían los polemistas de otros tiempos, que la Biblia era un libro sellado, tanto para los teólogos como para el pueblo en general. Cuanto más estudiamos la Edad Media, tanto más tiende a desvanecerse en el aire esta fábula”. (Das Scrift-princip des Luth. Kirche 163)
El Rev. S. R. Maitland, bibliotecario del Arzobispo de Canterbury, llevó a cabo una extensa investigación sobre el estado de la religión en los siglos comprendidos desde el noveno hasta el décimo-tercero, en Inglaterra. En cual reconoce que, con gran sorpresa suya, no pudo encontrar un solo caso en que la Biblia hubiera sido tratada con menosprecio, ni uno solo en que se la hubiese tenido alejada del pueblo. (The Dark Ages, Londres, 1844).
El Dr. Cutts, dice: “Existe muy extendida una falsa idea popular, acerca de la manera como era considerada la Biblia en la Edad Media. Algunos creen que era muy poco leída, aún por el clero; siendo que en realidad los sermones de los predicadores medievales contienen más citas y alusiones de la Escritura que cualquier sermón de la actualidad; y los escritos que versan sobre otras materias se hallan tan llenos de alusiones a la Biblia que evidentemente sus autores estaban saturados del lenguaje escriturístico”. (Turning Points of Englis History, 200).
En la Edad Media se vivía en un tiempo que no se había inventado aún la imprenta y en que los manuscritos eran raros y costosos, el pueblo aprendía la Escritura escuchando los sermones, y examinando las esculturas, pinturas, frescos y mosaicos que llenaban sus templos.
Dice el Padre O´brien, que hay un cuadro de conjunto panorámico, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, que podía contemplar el feligrés de la Iglesia de San Marcos de Venecia en el siglo XIII, se halla todavía patente en la actualidad. Con razón decía Ruskin: “Los muros de la iglesia venían a ser la Biblia del pobre, y la pintura se podía leer con mayor facilidad que el capítulo de un libro” (The Stones of Venice, II, 99).
¿SERÁ LUTERO, EL PRIMER TRADUCTOR DE LA BIBLIA?
Otra de las mentiras que dicen los Protestantes es que: Lutero fue el primero en traducir la Biblia a la lengua vulgar. Cosa que no es cierta, porque la traducción de Lutero del Nuevo Testamento no fue publicada sino hasta 1522, y su versión del Antiguo Testamento apareció hasta 1534.
Desde 1466 hasta 1522, los católicos habían ya publicado 14 ediciones completas de la Biblia en Alto Alemán en Augsburg, Basle, Strassburg y Nuremberg, y cinco en Bajo Alemán en Colonia, Delf, Halbertstadt y Lubeck. (Janssen, Hist. Of Germán People, XIV, 388).
En el período de setenta años, desde 1450 hasta 1520, los católicos habían publicado 156 ediciones latinas y seis hebreas de la Biblia, aparte de haber dado a luz traducciones completas en francés (10), italiano (11), bohemio (2), flamenco (1), limosín (1), y suro (1) (Falk, Die Bibel Am Ausgange des mittlalters).
En Estados Unidos, en la Biblioteca del Congreso en Washington se encuentra un ejemplar de la “Biblia Mazarina”, impresa por Gutember, el inventor de la imprenta, o sea treinta años antes del nacimiento de Lutero. Asimismo, se halla en la Universidad de Notre Dame un ejemplar de la Biblia, impresa en Alemán en 1483, el mismo año en que nació Lutero.
Si la Iglesia se opone a la traducción de Lutero, no es por ser defectuosa idiomáticamente. Como dice Emser, sino porque: “En muchos lugares ha confundido, estultificado y pervertido el antiguo texto de la Iglesia, en forma sobremanera desventajosa, y al propio tiempo la ha profanado con glosas heréticas y prefacios. Casi forzando a la Escritura en todas partes sobre la cuestión de la fe y de la obras, aun cuando ni la fe ni la obras vengan al caso” (Janssen, Hist. Of the German People, XIV, 425). Emser señaló 1400 inexactitudes, en tanto que Bunsen, literato protestante, cuenta 3000.
¿LA IGLESIA ENCADENABA LA BIBLIA?
Otras de la mentiras y calumnias de los protestantes es: “Que los monjes de la Edad Media tenían las Biblias encadenadas en sus bibliotecas e iglesias, para que no circularan entre el pueblo”. Esta es otra falsedad, que tiende a poner en descrédito el cariño maternal con que la Iglesia cuidaba de la Biblia.
La Biblia estaba encadenada en algunas iglesias, pero no con los fines con que se le atribuyen, sino todo lo contrario; para evitar que fuese hurtada, y así conservarla para mayor número posible de personas. En tiempos modernos, tenemos los directorios telefónicos que están encadenados casi siempre en los sitios públicos, no para que no los use el pueblo, sino precisamente para que los use. Para ese motivo también, se encadenaba la Biblia.
La primera mención que se hace de Biblias encadenadas, se halla en el catálogo del Monasterio de San Pedro en Weissenberg, Alsacia, 1040, y se refiere a cuatro Salterios encadenados en la iglesia del monasterio.
En toda la Edad Media, se consideraba como una obra piadosa el legar Biblias y Salterios para ser encadenados a la iglesia para uso general del pueblo. Aún los protestantes siguieron la costumbre de encadenar Biblias en sus templos, y continuó observándose por más de tres siglos.
Si duda seguirán los protestantes cuestionando, ¿pero no es cierto que la Iglesia Católica no permite hoy que sus fieles lean la Biblia por sí mismos? Por lo contrario, les exhorta a leer la Biblia con frecuencia, aún a diario.
El Papa León XIII, en su Encíclica acerca de la Biblia, declara: “La solicitud del oficio Apostólico naturalmente Nos urge, y aún Nos compele, no solamente a desear que este gran manantial de la revelación católica se haga segura y abundantemente accesible al rebaño de Jesucristo, sino también a no tolerar cualquier tentativa de profanarlo o corromperlo”.
El Papa Benedicto XV, en su Encíclica sobre San Jerónimo, dirige a todos los católicos las mismas palabras que este santo escribió a Demetrio: “Ama la Biblia, y la sabiduría te llamará a ti; ámala, y ella te guardará; honrala, y ella te rodeara con sus brazos”.
El Pontífice añade: “Nadie podrá dejar de ver cuán grande provecho y dulce tranquilidad han de derivar las almas bien dispuestas de la devota lectura de la Biblia. Quienquiera que a ella venga con espíritu de piedad, fe y humildad, y con la determinación de progresar en ella, ciertamente encontrará allí y comerá el Pan bajado del cielo”.
La Iglesia exige en nuestros días a su clero, aún éste tenga muchas ocupaciones y deberes que cumplir, pasar aproximadamente una hora en el diario rezo del Oficio Divino. Cerca de las tres cuartas partes de éste, se componen de textos de la Escritura, y lo demás son comentarios sobre los Evangelios, escritos por los Santos Padres de Iglesia.
SOBRE LA CALUMNIA DEL CÍRCULO VICIOSO
Otra mentira del protestantismo es: “Que los católicos se mueven en un círculo vicioso tratando de probar la Iglesia con la Biblia, y la Biblia por la Iglesia”. Esto es lo que erróneamente piensan muchos protestantes. Esto se debe a una falta total de comprensión de la doctrina católica sobre este punto. Si la Iglesia comenzara por proclamar la inspiración divina de la Escrituras, y luego tratara de probarse a sí misma con las Escrituras, entonces realmente caería dentro del círculo vicioso. Pero no es así.
La Iglesia comienza por considerar a los Libros del Nuevo Testamento como cualquiera otro documento histórico, examinándolos cuidadosamente, escudriñándolos a la luz de pruebas contemporáneas que proceden de otras fuentes, para cerciorarse de su autenticidad como documento histórico.
Ahora bien, este documento, cuya autenticidad e historicidad han sido probadas debidamente bajo los mismos métodos que cualquiera otro documento histórico, declara que la Iglesia fundada por Cristo, no sólo está autorizada para enseñar las verdades de la religión, sino que recibió la promesa de Cristo de una constante asistencia del Espíritu Santo para preservarla de todo error y falsedad en el desempeño de su divina misión.
La Iglesia entonces procede a declarar, por virtud de la autoridad docente que Cristo le confirió, según consta del mencionado documento histórico, el Nuevo Testamento, que éste se halla inspirado. Hasta este momento las Escrituras han sido invocadas solamente como documentos históricos.
Y solamente ahora, después de que la autoridad docente de la Iglesia ha quedado establecida por las palabras de Cristo, es cuando ella declara que las Escrituras son inspiradas.
Por aquí puede verse que el proceder de la Iglesia ha sido en todas las etapas, rigurosamente lógico. Así es como tanto la autoridad de la Iglesia como la de Biblia vienen en último término, a basarse en el Divino Fundador de la religión Cristiana, Jesucristo.
LA BIBLIA CARTA PATENTE DE LA IGLESIA
Puede decirse que la Biblia es la Carta patente de la Iglesia, la constitución básica de sus derechos. Porque, como lo indicaba en su momento el Padre Hugh Pope, O. P., de la Universidad de Oxford, “cuando se pone en duda las afirmaciones de la Iglesia, ella te remite a la Biblia como un hecho histórico; no como hecho histórico cierto, que es cosa enteramente distinta.
Porque si dicen los protestantes que les parece duro aceptar la Biblia como históricamente cierta, la Iglesia les dirá averigüen eso por sí mismos.
Pero, les dirá, además, habiendo aceptado la Biblia—al menos en sus principales lineamientos—habiendo aceptado el hecho de la profecía y de su culminación en Jesús, el carpintero de Nazareth, que declaró ser, y probó que lo era, el Hijo de Dios, hecho hombre por nuestra salvación, entonces tienen que aceptar a la Iglesia, como medio divinamente instituido para preservar e interpretar su doctrina al mundo, hasta el fin de los tiempos, y como “el cuerpo de Cristo, columna y fundamento de la verdad”.
Esto mismo, vuelve a indicarles el mencionado P. H. Pope, a los protestantes que, “si disputan las enseñanzas de la Iglesia, ella te referirá a la Biblia como prueba. Pero si protestas que allí no se hallan todas las doctrinas que ella te presenta, la Iglesia no te enviará a la Biblia para probar estas doctrinas, aun cuando en verdad podría hacerlo con respecto a algunas de ellas.
Sino que te remitirá a la Biblia, no para descubrir allí las doctrinas de que se trata, sino la fundamental doctrina de su autoridad para enseñar.
Si todavía se muestran obstinados y declaran que ellos u otros letrados competentes, tienen tanto derecho como los teólogos de la Iglesia, a averiguar cuáles son realmente las enseñanzas de la Biblia, la Iglesia les hará recordar que los teólogos no son la Iglesia, sino hijos de la Iglesia.
Y que cuando, por ejemplo, los teólogos enseñan la doctrina de la Resurrección de Cristo en su propia carne, como él “anduvo en la tierra”, no hacen tal simplemente porque piensan que esto es verdad o de acuerdo con la Escritura, sino porque son hijos de aquella Iglesia que estuvo de hecho presente y fue testigo de aquellas escenas, y las ha trasmitido a través de las subsecuentes edades”. (The Catholic Church and the Bible, 30).
¿SERÁ LA BIBLIA UNA GUÍA SEGURA?
Uno de los lemas que son frecuentemente citados por los protestantes en apoyo de su aserción de que la Biblia sola es suficiente regla de fe, es el siguiente: “Donde la Biblia habla, hablamos nosotros, y donde la Biblia calla, nosotros callamos”. Aquí es importante que los protestantes examinen bien esta regla de fe, a fin de averiguar si por ventura ella les puede en realidad dar esa seguridad y firmeza a que tienen derecho en punto a la fe religiosa.
Porque, para que haya una guía eficaz de la religión cristiana, ésta debe de tener o poseer estos tres atributos: (1) Tiene que ser accesible a todos los que buscan la verdad. (2) Debe ser clara e inteligible para todos. (3) Debe incluir todas las verdades de la Religión cristiana. Ahora bien, la Biblia sola no posee ninguno de estos atributos.
Primero. Las Escrituras no estuvieron al alcance de los primeros cristianos, por la sencilla razón de no estaban completas, sino hasta muchos años después de establecido el Cristianismo o Catolicismo.
San Lucas no escribió su Evangelio sino hasta veinte años después de la muerte de Cristo. El Evangelio de San Juan no apareció hasta fines del primer siglo. Por muchos años después de que las Epístolas fueron escritas, no fueron conocidas más que por las iglesias particulares a las que habían sido dirigidas.
Fue sólo hasta el Concilio de Hipona en el año 393 cuando la Iglesia reunió estos Evangelios y Epístolas, que andaban esparcidos por diferentes iglesias, formando con ellos el Nuevo Testamento. En los primeros cuatro siglos, la edad de oro de la Religión cristiana, que fue cuando vivieron muchos de los más esclarecidos cristianos, aún no existía todavía la Biblia que les sirviera de guía de la religión que practicaron.
La Imprenta no se inventó sino hasta 1440. Por tanto, desde el siglo cuarto hasta el décimo-quinto, era físicamente imposible proveer a cada fiel de una copia de la Biblia. Aún ahora, como en otros tiempos, hay millones de personas que no saben leer, millones para quienes la Biblia sigue siendo un libro sellado.
¿SERÁ LA BIBLIA CLARA PARA TODOS?
Segundo. La Biblia no es guía clara e inteligible para todos. Existen muchos pasajes en la Biblia que son muy difíciles y oscuros, no solamente para el común de las personas, sino aún para los muy instruidos.
San Pedro mismo nos dice que en las Epístolas de San Pablo: “hay algunas cosas difíciles de comprender, cuyo sentido los indoctos e inconstantes pervierten, de la misma manera que las demás Escrituras, para su propia perdición”. (II Ped., III, 16). En consecuencia, él mismo nos dice: “que ninguna profecía de la Escritura se declara por interpretación privada”. (II, Ped., I, 20).
San Lucas refiere en los Hechos de los Apóstoles que cierto hombre viajaba sentado en su carruaje leyendo el Libro de Isaías. Cuando Felipe le preguntó si entendía lo que iba leyendo, replicó: “¿Cómo lo he de entender, si alguno no me lo explica?” En estas humildes palabras se refleja lo que experimentan casi todos los lectores de la Biblia.
Es verdad que en los primeros años de la separación de Lutero de la Iglesia, declaraba que todos podían interpretar la Biblia, “aún la hija del molinero, hasta un niño de nueve años”. Después, cuando los anabaptistas y los zuinglianos y otros contradijeron sus opiniones, la Biblia se convirtió para él “un libro de herejía”, sumamente oscuro y difícil de entender. Y antes de morir, ya había innumerables sectas que se extendieron por todas partes, afirmando todas estar basadas en la Biblia.
El mismo Lutero, en 1525, con amargura deploraba la anarquía religiosa a que había dado origen su mismo principio de la interpretación privada de las Escrituras diciendo: “Hay tantas sectas y creencias como hay cabezas”.
Así, ha sido desde entonces hasta la actualidad, porque erróneamente basándose en la Escritura, algunas sectas niegan el bautismo; otras, niegan algún otro sacramento; también hay quienes creen que hay otro mundo intermedio entre el actual y el día del juicio Universal. Algunos enseñan que Cristo no es Dios; unos dicen que esto, y otros dicen que lo otro. Como escribe Grisar. (Lutero, IV 386-407).
Desde entonces, no han faltado necios y vivales, que soñando o imaginado alguna cosa, digan ser inspiradados por el Espíritu Santo, y se tengan por profetas.
Hoy en día, hay cientos y cientos de sectas que se dicen falsamente cristianas, con miles de divisiones y subdivisiones que proliferan en todo el mundo que nos dan la prueba aterradora de las disensiones sin fin y de los estragos, causados por el principio subjetivo de la interpretación privada de la Biblia, promovida por Lutero.
¿LA BIBLIA CONTIENE TODAS LAS ENSEÑANZAS DE LA RELIGIÓN CRISTIANA?
Tercero. La Biblia no contiene todas las enseñanzas de la religión cristiana o católica, ni enumera todos los deberes de los fieles. Como ejemplo tenemos la enseñanza de la observancia del domingo, con la asistencia a los divinos oficios y la abstención de todo trabajo servil en ese día. Hay inclusive, algunas denominaciones protestantes que han practicado, esta observancia del domingo, desde hace mucho tiempo.
Para aquellos no católicos que tienen como un deber fundamental de su fe cristiana la observancia del domingo: ¿Será la Biblia sola una guía en materia de religión? Y si la respuesta es afirmativa: ¿En qué parte de la Biblia está escrita tal obligación?
La realidad es que, en toda la Biblia no se encuentra una cita, o referencia al deber de santificar el domingo. Todo esto, debido a que el día mencionado de la Sagrada Escritura no es el domingo, el primer día de la semana, sino el sábado, el último día de la semana.
Fue la Iglesia Apostólica la que, obrando por virtud de la autoridad que Cristo le confirió, cambio la observancia al domingo en honor del día en que Nuestro Señor Jesucristo resucitó de entre los muertos, para significar que ya no estamos bajo la Antigua Ley de los judíos, sino bajo la Nueva Alianza de Cristo; y también porque fue en ese día, cuando descendió el Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Iglesia naciente.
El Didaché y San Justino, atestiguan, que en el año 70, con la destrucción y ruina de Jerusalén junto con su templo. Cesó el sacrificio antiguo, y su sacerdocio se redujo a un vano título. Por lo cual los cristianos tantos judíos como gentiles practicaron únicamente el culto cristiano, y fue cuando eligieron como el día del Señor el domingo. (Pág. 33, Compendio de Historia de la Iglesia de J. Marx).
Ante este hecho, se ve una contradicción en los no católicos: Porque por un lado al aceptar el precepto dominical, es aceptar y reconocer la insuficiencia de la Biblia que proclama la necesidad de una autoridad docente divinamente establecida como es la Iglesia; y por otro lado le niegan en teoría esa autoridad al no reconocerla como tal.
Hay también, algunas otras verdades que Cristo y los Apóstoles enseñaron, las cuales no están contenidas en las Escrituras, sino que han sido incorporadas a la vida, a la práctica y ministerio de la Iglesia, en sus tradiciones escritas y orales, que completan las Escrituras.
En otras palabras, la Iglesia existía ya, con todo su culto, y observancias religiosas y morales, antes de que se escribiese una sola palabra del Nuevo Testamento. Y sin depender de él para su existencia, ni las doctrinas de la Iglesia están limitadas por él.
Es por eso, que San Juan termina su Evangelio, diciéndonos que: “hay muchas otras cosas que Jesús hizo, las cuales no están escritas en este libro”. (Jn., XXI, 25). San Pablo recalca la importancia de mantenerse firmes en las enseñanzas trasmitidas no sólo por escrito sino de palabra también: “Así que, hermanos míos, estad firmes y mantened las tradiciones que habéis aprendido, ora por medio de la predicación, ora por carta nuestra” (II, Tes., II, 14).
De todo esto expuesto, resulta claro hasta la evidencia que la Biblia sola no es una guía segura y eficaz, porque no está ahora, ni lo ha estado nunca, al alcance de todos, porque no es clara e inteligible para todos, y porque no contiene todas las verdades de la religión cristiana.
LA BIBLIA REQUIERE UN INTERPRETE VIVO
El hecho de verdad es que la Biblia, como toda letra muerta, requiere un intérprete vivo. Los padres de patrias de las diferentes naciones no abandonaron sus Constituciones al juicio caprichoso de cada individuo, sino que sabiamente instituyeron la Suprema Corte, a fin de que fuera el vivo intérprete de sus Constituciones.
Pues de la misma manera que la Suprema Corte es la intérprete autorizada de la Constitución ya sea de México o de cualquier otro país, así la Iglesia Católica es la viva intérprete de la Biblia.
Cristo no escribió una sola palabra, ni mandó a sus Apóstoles que escribieran. La comisión que les dio está concebida en los precisos términos: “A mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, e instruir a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándolas a observar todas las cosas que yo os he mandado. Y estad ciertos que yo estaré siempre con vosotros, hasta la consumación de los siglos” (Mt., XXVIII, 18-20).
Que los Apóstoles comprendieron su misión en el sentido de ir a predicar las doctrinas de Cristo a todo el mundo, y ordenar a sus sucesores para que continuaran este trabajo hasta el fin de los tiempos, resulta evidente de las palabras de San Pablo: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Más cómo le han de invocar, si no creen en él? O ¿cómo creerán en él, si no se les predica? Y ¿cómo habrá predicadores, si nadie los envía? Así que la fe proviene de oír. Pero pregunto: ¿Pues qué, no han oído? Sí, ciertamente hasta las extremidades del mundo”. (Rom., X, 13-18).
LAS CONSECUENCIAS DE LA LIBRE INTERPRETACIÓN DE LA BIBLIA
La libre interpretación de la Biblia, ha sido causante de grandes divisiones y de anarquía en la sociedad religiosa, y por ende del indiferentismo religioso que predomina en estos tiempos.
En la década de los cincuentas del siglo pasado. Este mal ya empezaba a surtir sus efectos nocivos, en E. U. A. debido a que ya había cerca de 62 millones de personas que no estaban afiliados a ninguna religión. Muchos de estos millones, habían sido escandalizados por el espectáculo de cientos de sectas que se hallan en conflicto, sin atinar a ponerse de acuerdo sobre el significado de muchos pasajes de la Biblia.
Ahora en nuestros días, se han multiplicado en cientos de millones, las personas que dudan de la verdad de Cristo, o de que alguna de las iglesias posea esa verdad íntegra. Tratar de averiguarlo entre todas, sería lo mismo que tratar de encontrar una aguja entre un montón de paja. Esta consideración ha engendrado la indiferencia en muchos con respecto a todas las formas del Cristianismo.
Todavía, en la década de los cincuentas del siglo pasado, se notaba un marcado contraste entre el triste espectáculo que daban las sectas protestantes, que permanecían en perpetuo conflicto y desacuerdo entre sí. Con la Iglesia Católica que en aquel entonces tenía más 430 millones de fieles—más de dos veces del total de todas las sectas protestantes en aquel tiempo—en todo el mundo.
La Iglesia en aquellos años se mantenía unida por los fuertes lazos de la fe común. Aparte de esta unidad, estaba la gracia y protección de lo alto, que nunca le había faltado, y esto se debía en gran parte a que todos los fieles reconocían a la Iglesia cómo la única autorizada para interpretar de viva voz las Escrituras.
De hecho, en esa época, muchos miles de protestantes se estaban convirtiendo al catolicismo, debido a la unidad, solidez y fortaleza en la fe en la Iglesia. Pero lamentablemente, todo esto cambio a raíz de los falsos gobiernos de Juan XXIII, y Pablo VI, y sobre todo por la enseñanza de ciertas doctrinas heréticas, proclamadas en el Concilio Vaticano II.
Esas falsas doctrinas fueron: La enseñanza de un falso ecumenismo, con la mala interpretación de la libertad religiosa, junto con el antropocentrismo y otras enseñanzas modernistas más que la Iglesia anteriormente ya había condenado.
Estas doctrinas heréticas del Vaticano II, que en cierto modo, han prostentatizado a la iglesia postconciliar, junto con el principio subjetivista de Lutero de la libre interpretación de la Biblia han sido las causas principales del actual indiferentismo religioso, mismo que ha derrapado en la perdida de los principios y valores morales, y a la vez, éstos han llevado al hombre en el seno mismo del cristianismo a un consumismo, o sea, a una especie de ateísmo o materialismo práctico.
Para concluir, recordemos que la Verdadera Iglesia Católica fue fundada directa e inmediatamente por Cristo, que Él ha permanecido siempre con ella, preservándola de todo error. Es por eso, que la Iglesia es la única que tiene la potestad de la interpretación de la Biblia.
Por los mismo. Debemos darle gracias a Jesucristo Nuestro Señor, por haberla fundado, y porque ha impreso en su frente el sello de su Divinidad; y también por haber depositado en ella, las llaves del poder de atar y desatar en la tierra y en el cielo. Y sobre todo por darle la potestad de ser la interprete sabia e infalible de las Sagradas Escrituras.
La mayor parte de este escrito fue tomado del libro: “La Iglesia Católica sus doctrinas y enseñanzas prácticas del Rev. Padre Juan A. O´Brien.