“Estaba la Madre Dolorosa junto a la Cruz”
Esta fiesta nació de la piedad cristiana, que gusta asociar a María Santísima a la Pasión de su hijo. Ya desde el S. XI se festejaba privadamente. En el S. XIV apareció la emocionante Secuencia del Stábat Mater.
Los Servitas celebraban esta fiesta en el S. XVII con gran solemnidad, esta conmemoración de los Dolores de la Santísima Virgen fue extendido por Pío VII a toda la Iglesia. En 1912 la fijó S. Pío X el 15 de Sept., en la octava de la natividad de la Virgen.
Al mismo tiempo que los sufrimientos de María, hace resaltar la liturgia su valiente amor, que movió a tomar parte tan intima en la obra de nuestra redención. La Santísima Virgen al ofrecer su Hijo por nosotros, se ha convertido en nuestra madre y nosotros en hijos suyos.
Pero, para penetrarnos de la mejor manera en el fondo y sentimiento de este día de los dolores de la Santísima Virgen, vamos a realizar las siguientes consideraciones.
Para ello revistámonos del espíritu de la Iglesia: como ella y con ella fijemos nuestros pensamientos exclusivamente en la dolorosa pasión de la Madre de Jesús. Que por nuestra causa y por nuestro amor padece.
Para comprender, hasta cierto punto, cuánto padece, representémonos a una madre, a la más tierna de las madres a quien nada interesa en la vida si no el amor a su hijo único.
Y por ello, se ve precisada a ver morir a este hijo, el más amable entre los hijos de los hombres, en la flor de la edad, y no de muerte natural, sino a manos de unos verdugos y en medio de las imprecaciones de todo un pueblo.
Cuáles serían los sentimientos de esta tierna madre, al ver a su amadísimo hijo clavado y suspendido vivo en una cruz, después de verle desgarrado todo el cuerpo y atravesado la cabeza con una corona de espinas.
Que desgarradores sentimientos tubo también, al ver a su amado hijo, luchando con la muerte, en este horrible suplicio, durante tres horas, sin poderle aliviar en nada.
¿Hubo jamás madre que sufriera tal martirio? Pero lo que supera toda nuestra inteligencia, es que la divina madre sufrió este martirio, podemos decir, por espacio de treinta y tres años, instruida como estaba por las profecías del anciano Simeón de que una espada de dolor debía penetrar hasta su alma.
Con justo motivo, pues, proclama la Iglesia a María Santísima con el título de Reina de los mártires, y le aplica estas palabras del Salmista: “Mis años han pasado en los dolores y en los gemidos” (Sal., XXX).
Los Siete Dolores de María Santísima. Primer Dolor – La profecía de Simeón (cf. Lucas 2,22-35) | Segundo Dolor – La huida a Egipto (Mateo 2,13-15) | Tercer Dolor – El Niño perdido en el Templo (Lucas 2,41 -50) |Cuarto Dolor – María se encuentra con Jesús camino al Calvario (IV Estación del Vía Crucis) | Quinto Dolor – Jesús muere en la Cruz (Juan 19,17-39) | Sexto Dolor – María recibe el Cuerpo de Jesús al ser bajado de la Cruz (Marcos 15, 42-46) |Séptimo Dolor -Jesús es colocado en el Sepulcro (Juan 19, 38-42)
Del primer dolor nos habla San Bernardo: El martirio de la Virgen queda atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de la pasión del Señor. Éste –dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús– está puesto como una bandera discutida; y a ti –añade, dirigiéndose a María– una espada te traspasará tú alma.
Y continua San Bernardo: En verdad, Madre santa, una espada traspasó tu alma. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. En efecto, después que aquel Jesús –que es de todos, pero que es tuyo de un modo especialísimo– hubo expirado, la cruel espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya.
Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y, por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.
Con respecto al Evangelio de la fiesta de los dolores San Bernardo cuestiona: ¿Por ventura no fueron peores que una espada aquellas palabras que atravesaron verdaderamente tu alma y penetraron hasta la separación del alma y del espíritu? ¿Mujer, ahí tienes a tu hijo?
¡Vaya cambio! Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús, al siervo en sustitución del Señor, al discípulo en lugar del Maestro, al hijo de Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, a un simple hombre en sustitución del Dios verdadero. ¿Cómo no habían de atravesar tu alma, tan sensible, estas palabras, cuando aún nuestro pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte con sólo recordarlas?
No nos admiremos, continua San Bernardo: De que María sea llamada mártir en el alma. Que se admire el que no recuerde haber oído cómo S. Pablo pone entre las peores culpas de los gentiles el carecer de piedad. Nada más lejos de las entrañas de María, y nada más lejos debe estar de sus humildes servidores.
Pero quizá alguien dirá: «¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?» Sí, y con toda certeza. «¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?» Sí, y con toda seguridad.
«¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?» Sí, y con toda vehemencia. Y si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que de la pasión del Hijo de María?
Este murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón? Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de aquél, no tiene semejante.
Por último, hagamos esta oración: Señor, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la cruz; haz que la Iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo.
Para la elaboración de este escrito se tomaron como base: “El Manual de Sólida Piedad” del R. P. Vercruysse, S. J. y un libro de los Sermones de San Bernardo, Abad.