Festividad de la Virgen de la Medalla Milagrosa

OH MARÍA SIN PECADO CONCEBIDA:

RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A TI

La Aparición de la Virgen de la Medalla Milagrosa.

El 27 de noviembre de 1830 la Virgen Santísima se apareció a Santa Catalina Labouré, humilde religiosa vicentina, y se le apareció de esta manera: La Virgen venía vestida de blanco. Junto a Ella había un globo luciente sobre el cual estaba la cruz. Nuestra Señora abrió sus manos y de sus dedos fulgentes salieron rayos luminosos que descendieron hacia la tierra.

María Santísima dijo entonces a Sor Catalina: “Este globo que has visto es el mundo entero donde viven mis hijos. Estos rayos luminosos son las gracias y bendiciones que yo expando sobre todos aquellos que me invocan como Madre. Me siento tan contenta al poder ayudar a los hijos que me imploran protección. ¡Pero hay tantos que no me invocan jamás! Y muchos de estos rayos preciosos quedan perdidos, porque pocas veces me rezan”.

Entonces alrededor de la cabeza de la Virgen se formó un círculo o aureola con estas palabras: “Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a vos”. Y una voz dijo a Catalina: “Hay que hacer una medalla semejante a esto que estas viendo. Todas las personas que la lleven, sentirán la protección de la Virgen”, y apareció una M sobre la M una cruz, y debajo los corazones de Jesús y María. Es lo que hoy está en la Medalla Milagrosa.

El Arzobispo de París permitió fabricar la medalla tal cual había aparecido en la visión, y al poco tiempo empezaron los milagros.

Cadena de prodigios.

Las gentes empezaron a darse cuenta de que los que llevaban la medalla con devoción y rezaban la oración: “Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a voz”, conseguían favores formidables, y miles de personas comenzaron a pedir la medalla y a llevarla. Hasta el emperador de Francia la llevaba y sus altos empleados también. De 1830 a 1836 ya se habían repartido más de 130 mil medallas.

Un masón convertido.

En París había un masón muy alejado de la religión. La hija de este hombre obtuvo que aceptara colocarse al cuello la Medalla de la Virgen Milagrosa, y al poco tiempo el masón pidió que lo visitara un sacerdote, renunció a sus errores masónicos y terminó sus días como creyente católico.

Sor Catalina le preguntó a la Santísima Virgen por qué de los rayos luminosos que salen de sus manos, algunos quedan como cortados y no caen a la tierra. Ella le respondió: “Estos rayos que no caen a la tierra representan los muchos favores y gracias que yo quisiera conceder a las personas, pero se quedan sin ser concedidos porque las gentes no los piden”. Y añadió: “Muchas gracias y ayudas celestiales no se obtienen porque no se piden”.

Una conversión famosa.

En 1842 sucedió un caso que hizo mucho más popular la Medalla Milagrosa. Y sucedió de la siguiente manera: el rico judío Ratisbona, fue hospedado muy amablemente por una familia católica en Roma, la cual como único pago de sus muchas atenciones, le pidió que llevara por un tiempo al cuello la medalla de la Virgen Milagrosa.

El aceptó esto como un detalle de cariño hacia sus amigos, y se fue a visitar como turista un templo, y allí de pronto frente a un altar de Nuestra Señora vio que se le aparecía la Virgen Santísima y le sonreía. Con esto le bastó para convertirse al catolicismo y dedicar todo el resto de su vida a propagar la religión católica y la devoción a la Madre de Dios.

Esta admirable conversión fue conocida y admirada en todo el mundo y contribuyó a que miles y miles de personas empezaran a llevar también la Medalla de Nuestra Señora (lo que consigue favores de Dios no es la medalla en sí, que es un simple metal, sino nuestra fe y la demostración de devoción y cariño que hacemos a la Virgen Santa, llevando su sagrada imagen).

Por último recemos está hermosa oración a Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa:

“Oh Soberana Reina de los Cielos y de la tierra, que por amor a los hombres pecadores te dignaste aparecer a tu humilde sierva, Sor Catalina Labouré, con las manos cargadas de gracias celestiales en favor de los que te invocan con fe y devoción; vednos postrados ante tu imagen Suplicándote humildemente un rayo de luz que ilumine nuestra mente y abrase nuestro corazón en tu santo servicio, a fin de que conociendo tus misericordias encerradas en tu Santa Medalla, logremos participar de tus merecimientos y conseguir por ello la salvación de nuestra alma.