Festividad de Cristo Rey

“A Jesucristo Rey de reyes, venid, y adorémosle”. El último domingo de octubre la Iglesia Católica celebra la gran fiesta de Cristo Rey. Recordemos que éste es el día de proclamar su realeza, y de decir entre suspiros: ¡Venga a nos él tu reino!, y también de decir al Padre “¡Padre, glorifica a tu Hijo!”.
La revolución anticristiana siempre está proclamando los derechos del hombre. Y al contrario nosotros como cristianos no debemos de cansarnos de proclamar siempre los derechos de Dios.

Jesucristo no es Rey por gracia nuestra, ni por voluntad nuestra, sino por derecho de nacimiento, por derecho de filiación divina, y por derecho también de conquistas y rescate.

“Así que Cristo es Rey universal de este mundo por su propia esencia y naturaleza” (S. Cirilo de Alejandría). Y en virtud de aquella admirable unión que llaman hipostática, la cual le da pleno dominio no sólo sobre los hombres, sino hasta sobre los Ángeles y aun sobre todas las criaturas. (Pío XI).

Y ¿qué de extraño tiene que sea Rey de los hombres el que fue Rey de los siglos? Pero Jesucristo no es Rey para exigir tributos o para armar un ejército con hierro y pelear visiblemente contra sus enemigos. Es Rey para gobernar los espíritus, para proveer eternamente al mundo, para llevar al reino de los cielos a los que creen, esperan y aman.

El Hijo de Dios, igual al Padre, el Verbo por el cual todas las cosas fueron hechas, si quiso ser Rey de Israel, fue por pura dignación y no por una promoción; fue por una señal de misericordia, y no por un aumento de poder. (S. Agustín)

Nadie tema vaya a perder algo porque se someta al “suavísimo imperio” de Cristo. No teman las sociedades, porque Él es quien las funda y las sustenta. No teman los poderosos, porque “no quita los reinos mortales Quien da los celestiales”.

No teman tampoco los individuos, porque servir a Cristo es reinar. Porque es un Rey que no esclaviza ni empobrece a sus servidores.

Sino que es un Pastor y un Señor que no engorda con la carne de su rebaño, ni se viste con sus lanas, ni se regala con su leche, antes se desvive por los suyos y se les entrega con todos sus haberes ya desde la tierra, hasta que sean capaces de poseerle y de gozarle más cumplidamente allá en el cielo.

Este Rey tiene derecho a todo mando y a todo honor; pero exige poco y hasta llega decir que “su reino no es de este mundo”.

Es por eso, que nada hay tan irracional e incomprensible que el grito rabioso del pueblo judío que todavía vocifera: “¡No queremos que Cristo reine sobre nosotros!”

Piensan los insensatos que se les va a privar de la libertad, cuando se la ha de acrecentar y perfeccionar, proscribiendo tan sólo el libertinaje, tan fatal para las almas como para los cuerpos, para las naciones como para los individuos, ya que lo que hace miserables a los pueblos es el pecado”.

Conviene, pues, que Cristo reine, porque su reinado “es eterno y universal, es un reinado de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz”

Cristo quiere ante todo reinar en las inteligencias, en las voluntades y en los corazones de los hombres. Ya que es un reinado antes que todo espiritual.

Esta fiesta viene hacia el final del año litúrgico. Porque es la coronación de toda la obra redentora de Cristo, y corona también de todos los santos en la patria celestial.

Por último. Jesucristo es Rey y lo es ante todo en el altar; En el Sacramento de la Eucaristía opera su obra de santificación en las almas, y forma de continuo en la Iglesia su “Cuerpo Místico” que un día trasladará al Reino del Padre, para tomar parte en el magno concierto de alabanzas que sin cesar se tributa a la Trinidad Beatísima en el Cielo.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

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