El liberalismo religioso

ecumenismo ABRILEn México a mediados del siglo pasado el catolicismo era de un 99%; ahora en el último censo del año 2010 se redujo al 87% global de todos los católicos tanto conservadores como liberales; del 13% restante el 7 o 8 % es protestante u otro culto no católico y el resto no tiene ninguna religión. Hay que considerar también que de ese 87% algunos millones son indiferentes y otros tantos millones son católicos no practicantes, o sea que son católicos de nombre. Toda esta situación hace que los hombres vayan abrigando una idea muy vaga acerca de cual sea la verdadera fe, y gradualmente esta engendrando actitudes como ésta: una religión puede ser tan buena como otra; no importa lo que uno crea con tal de que sea buena persona. A este espíritu se le ha llamado “liberalismo religioso” y este va adquiriendo poco a poco mayor intensidad mediante los matrimonios mixtos, el pertenecer los católicos a sociedades acatólicas y partidos de izquierda, y a las reuniones tolerantes con los protestantes mal llamados (hermanos separados) y otros más.

Ahora bien, ¿qué posición debe de tomar todo buen católico con relación a esta actitud después de examinar a la luz de la Revelación cristiana y de la sana razón?

1) Si una religión están buena como la otra, ¿porqué entonces Dios tomó nuestra carne? ¿porqué vivió El treinta y tres años en medio de los hombres pecadores? ¿Para qué se tomó el trabajo de comunicarnos su mensaje religioso? ¿Por qué no había de bastar la religión judaica, o la romana, o la griega?

2) Por eso Cristo vino al mundo a enseñarnos la verdad, como El mismo declaró: “Yo para esto nací y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad.” (Juan XVIII, 37.) La verdad es intolerante con el error, del mismo modo que “la luz no puede andar en compañía de las tinieblas.” (II Cor., VI, 14.) La verdad de Cristo no puede tolerar doctrinas, preceptos y cultos contradictorios. El mismo Cristo se mostró intolerante en muchas ocasiones: condenó la religión hipócrita de los Escribas y Fariseos y amenazó con el castigo divino a todos aquellos que deliberadamente permanecieron ciegos a la luz de la verdad. Cuando muchos consideraron “cosa dura” su doctrina de la Eucaristía y lo abandonaron, El nos les dijo que podían atribuir un significado metafórico a sus palabras, sino insistió absolutamente en el sentido literal de sus palabras.

3) Cuando Dios habla debemos aceptar todo lo que dice. Aceptar una parte de su mensaje y rechazar lo demás sería inferir un insulto a Dios, sería negar que Dios es Verdad, Omnisciencia y Santidad supremas.

Luego, Dios no nos dejó en libertad de formular nuestras propias creencias y sistemas religiosos. Por eso mismo no podemos hacernos nuestra propia religión a nuestro modo. Y que pensar del controversial y destructivo decreto de la “Dignitatatis Humanae” contra la fe Católica, sobre la Libertad Religiosa, promulgada, en el Vaticano II, por Paulo VI el 7 de diciembre de 1965.

Citemos el magnifico artículo “Los Errores Doctrinales de la Dignitatis Humane” de Mons. Pivarunas del 2 de Febrero de 1995.

La razón del porqué este decreto fue el más controversial y el más destructivo es que en él se enseñan explícitamente doctrinas previamente condenadas por los Papas pasados. Y esto fue tan patente, que muchos Padres conservadores del concilio se le opusieron hasta el final; aún los mismos cardenales, obispos y teólogos liberales, que promovían las enseñanzas de Dignitatis Humanae, tenían que confesar su inhabilidad para reconciliar este decreto con las antiguas condenaciones papales. Examinemos los errores de este decreto sobre la Libertad Religiosa para ver qué fue lo que causó toda esta controversia durante el Segundo

Concilio Vaticano II

Lo primero a considerar es el término derecho. El derecho se define como el poder moral que reside en una persona — un poder que todos están obligados a respetar — de hacer, poseer, o pedir algo. El derecho se funda en la ley, puesto que la existencia de un derecho en una persona involucra una obligación en todas las demás de no impedir o violar ese derecho. Ahora, únicamente la ley puede imponer tal obligación — ya sea la ley natural (de la naturaleza, algo dado por Dios); o la ley positiva, ambas fundadas (como toda ley verdadera) fundamentalmente sobre la Ley Eterna de Dios. De ahí, la base primordial del derecho es la Ley Eterna de Dios.

Hoy existe mucha gente que claman por sus “derechos”. Algunos aseveran tener el “derecho” de matar a un niño no nato en el vientre; algunos reclaman el “derecho” de vender pornografía; otros exigen el “derecho” de vender y promover los contraceptivos; aún otros demandan el “derecho” de ser asistidos por un doctor en el suicidio. En este sentido, estos presuntos “derechos” no son verdaderos derechos en absoluto. Están en contra de las leyes divinas: “No matarás; no cometerás adulterio.” El hombre muy bien puede tener el libre albedrío para cometer pecado, pero no tiene el derecho — el poder moral. Esta es la razón primaria del porqué la sociedad está hoy en tan triste estado. Esta es la razón del porqué la inmoralidad está tan incontrolada y la “fibra moral” de la sociedad tan desgarrada. El hombre se ha apartado de las leyes de Dios y ciegamente persigue sus propias concupiscencias y pasiones.

Ahora consideremos el asunto un paso más allá. Si el hombre no tiene el “derecho” para hacer caso omiso de las leyes de Dios, tampoco tiene el “derecho” para ser indiferente en sus deberes para con su Creador.

Como Católicos, sabemos que Dios ha revelado a la humanidad una religión por la cual ha de ser Él adorado. Esta religión fue divinamente revelada por Jesucristo, el Hijo de Dios, el Mesías prometido, el Redentor.

Cristo Jesús cumplió las profecías concernientes al Mesías prometido, aseguró ser el Mesías, el Hijo de Dios, y públicamente obró los milagros más prodigiosos (especialmente Su Resurrección) para probar lo que decía. Ninguna otra religión tiene esta prueba divina. Jesucristo mismo fundó una Iglesia, la cual sabemos, por las Sagradas Escrituras, la Tradición y la historia misma, es la Iglesia Católica. A esta Iglesia, Jesucristo dio Su propia autoridad divina “para enseñar a todas las naciones:”

El Papa Pío IX, en su encíclica Singulari Quadam (diciembre 9 de 1854), expresó la necesidad que tiene el hombre de tener a la religión verdadera para guiarlo y a la divina gracia para fortalecerlo:

Puesto que es cierto que la luz de la razón se ha oscurecido, y que la raza humana ha caído miserablemente de su antiguo estado de justicia e inocencia a causa del pecado original, el cual se comunica a todos los descendientes de Adán, ¿puede todavía alguien pensar en la razón pura como suficiente para la consecución de la verdad? Si alguien ha de evitar resbalar y caer en medio de tan grandes peligros, ¿puede, en vista de tal debilidad, atreverse a negar la necesidad de la religión y la gracia divina para la salvación?

Este decreto de la “Dignitatis Humanae” nos lleva a hacer estos cuestionamientos: ¿puede decirse que el hombre tiene el “derecho” de adorar a Dios en cualquier manera que le plazca? ¿Puede decirse que el hombre tiene el “derecho” de promover libremente enseñanzas falsas, sobre asuntos de religión, y esparcir promiscuamente todo tipo de doctrinas erróneas? ¿Puede decirse que el hombre posee el “derecho” — el poder moral — de enseñar y hacer proselitismo con las doctrinas del ateísmo, el agnosticismo, el panteísmo, el budismo, el hinduismo y el protestantismo? ¿Y qué hay de aquéllos que practican la brujería o el satanismo? Reflexionemos especialmente en esto, por lo que se refiere a los países católicos, donde la religión del país es el catolicismo. ¿Estarían obligados los gobiernos católicos a otorgar el “derecho,” en la ley civil, de propagar toda forma de religión? ¿Estarían obligados los gobiernos católicos a permitir, por derecho civil, el esparcimiento de todo tipo de doctrinas? Para responder a estas cuestiones, revisemos las enseñanzas de los Papas, los Vicarios de Cristo en la tierra.

En cuanto al término derecho, el Papa León XIII enseñó en la Libertas (junio 20 de 1888): “El derecho es una facultad moral, y como Nos hemos dicho, y no puede repetirse demasiado, sería absurdo creer que aquél pertenece naturalmente, y sin distinción, a la verdad y a las mentiras, al bien y al mal.”

Y en cuanto al asunto de las obligaciones de los gobiernos, el Papa Pío XII enseñó en su discurso a los abogados católicos, Ci Riesce (diciembre 6 de 1953): “Debe afirmarse claramente que ninguna autoridad humana, ningún Estado, ninguna Comunidad de Estados, de cualquier carácter religioso, puede dar un mandato positivo, o una autorización positiva, para enseñar o para hacer aquello que sería contrario a la verdad religiosa o al bien moral… Cualquier cosa que no responda a la verdad y a la ley moral, objetivamente no tiene derecho a la existencia, ni a la propaganda ni a la acción.”

Una vez más, para contestar a las cuestiones mencionada sobre la libertad religiosa, el verdadero punto es este: el error y las falsas religiones no pueden ser el objeto del derecho natural. (Por natural se entiende que es de la naturaleza, ¡dado por Dios!) Cuando las sociedades otorgan promiscuamente el derecho a la libertad de todas las religiones, el resultado natural es el indiferentismo religioso — la falsa noción de que una religión es tan buena como otra.

Continuemos con nuestro estudio de las enseñanzas papales sobre el asunto.

En la Mirari Vos, por el Papa Gregorio XVI (agosto 15, 1832): “Otra causa que ha producido muchos de los males que afligen a la Iglesia es el indiferentismo, o sea, aquella perversa teoría extendida por doquier, merced a los engaños de los impíos, y que enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquier religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres. De esa cenagosa fuente del indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia o, mejor dicho, locura (deliramentum), que afirma y defiende a toda costa y para todos, la libertad de conciencia. Este pestilente error se abre paso, escudado en la inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de la civil, se extiende cada día más por todas partes, llegando la imprudencia de algunos a asegurar que de ella se sigue gran provecho para la causa de la religión. ¡Y qué peor muerte para el alma que la libertad del error! decía San Agustín.”

En la Quanta Cura, por el Papa Pío IX (diciembre 8 de 1864): “Y, contra la doctrina de la Sagrada Escritura, de la Iglesia y de los Santos Padres, estas personas no dudan en afirmar que ‘la mejor forma de gobierno es aquella en la que no se reconozca al poder civil la obligación de castigar, mediante determinadas penas, a los violadores de la religión católica, sino en cuanto la paz pública lo exija. Y con esta idea de la gobernación social, absolutamente falsa, no dudan en consagrar aquella opinión errónea, en extremo perniciosa a la Iglesia católica y a la salud de las almas, llamada por Gregorio XVI, en la Mirari Vos, Nuestro Predecesor, de f. m., locura (deliramentum): esto es, que ‘la libertad de conciencias y de cultos es un derecho propio (o inalienable) de cada hombre, que todo Estado bien constituido debe proclamar y garantizar como ley fundamental, y que los ciudadanos tienen derecho a todo tipo de libertades, por la cual pueda manifestar sus ideas con la máxima publicidad -ya de palabra, ya por escrito, ya en otro modo cualquiera-, sin que autoridad civil ni eclesiástica alguna puedan reprimirla en ninguna forma.” Y ciertamente que, roto el freno que contiene a los hombres en los caminos de la verdad, e inclinándose precipitadamente al mal por su naturaleza corrompida, consideramos ya abierto aquel abismo del que, según vio San Juan, subía un humo que oscurecía el sol y arrojaba langostas que devastaban la tierra. De aquí la inconstancia en los ánimos, la corrupción de la juventud, el desprecio -por parte del pueblo- de las cosas santas y de las leyes e instituciones más respetables; en una palabra, la mayor y más mortífera peste para la sociedad, porque, aun la más antigua experiencia enseña cómo los Estados, que más florecieron por su riqueza, poder y gloria, sucumbieron por el solo mal de una inmoderada libertad de opiniones, libertad en la oratoria y ansia de novedades.”

Como pueden ver la verdadera doctrina de Cristo enseñada por sus Apóstoles siempre esta en consonancia, con la doctrina de los Papas y en franca contradicción con el decreto de la Dignitatis Humanae sobre la

Libertad Religiosa del Vaticano II.

Ahora sigamos con las sabias enseñanzas de Cristo y sus Apóstoles:

4) Cristo mandó a sus Apóstoles a enseñar todo su Evangelio a todas las gentes: “Id, pues,concilio_vaticano_ii e instruir a todas las naciones, enseñándolas a observar todas las cosas que yo os he mandado.” (Mat., XXVIII, 19, 20.) Por consiguiente los Apóstoles no quedaron en libertad de escoger su propia doctrina, sino que estaban obligados a enseñar todas las verdades que Cristo les había revelado, ni más ni menos.

5) Cristo quiso que su religión fuese la única y universal religión del mundo: “Id, por TODO el mundo; a predicar el Evangelio a todas las creaturas.” (Marc., XVI, 15.) Cristo no quiso que hubiese varios cuerpos religiosos en el mundo. la idea de que muchas y diversa “ramas” de “Fundamentalistas” y “no fundamentalistas,” constituyen una iglesia, que no tubo cabida alguna en la mente de Cristo.

6) Cristo con frecuencia recalcó el hecho de que su Iglesia es una: “Oh Padre Santo! Guarda en tu nombre a estos que tú me has dado, a fin de que sean una misma cosa, así como nosotros lo somos.” (Juan XVII, 11-20.) San Pablo repite fielmente esta doctrina del Maestro: “siendo solícitos en conservar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz, siendo un solo cuerpo y un solo espíritu, así como fuisteis llamados a una misma esperanza de vuestra vocación. Uno es el Señor, una la fe, uno el bautismo; uno el Dios y padre de todos.” (Efes., IV, 3-6.) así pues, los millares de sectas protestantes que pululan por el mundo hoy día no pueden adjudicarse el derecho de llamarse la verdadera Iglesia de Cristo. Las trece clases de bautistas, las doce de presbiterianos, las diecisiete de metodistas, y las veintidós de luteranos no pueden ser la Iglesia una y verdadera de los Evangelios.

Aceptar las enseñanzas del falso ecumenismo que enseña el Vaticano II, es contradecir las enseñanzas de Cristo y del mismo Magisterio de la Iglesia que no puede contradecirse: “decir que hay que buscar la unidad de todas las sectas y religiones, por el hecho mismo de ser humanos, y sin importar la fe, y con ello sin aceptar la enseñanza y el bautismo y credo católico es atentar contra la misma verdad perenne enseñada por Cristo.”

Citemos nuevamente otro escrito de Mons. Pivarunas sobre “Los últimos días y Falso Ecumenismo” en Adviento de 1995.

A el Papa Pío XI le habían presentado la idea de promover la unidad de todas las religiones con el argumento de caridad y tolerancia Y el les contesto con la Encíclica Mortalium Animos del 6 de enero de 1928. Que la fe católica es la religión revelada por Dios: Que Dios, Creador de todas las cosas, nos hizo con el fin de que le conozcamos y le sirvamos. Tiene, por tanto, nuestro Creador perfectísimo, derecho a ser servido por nosotros. Ciertamente pudo haberse contentado con imponer, para el gobierno del hombre, la sola ley natural, esto es, la ley esculpida por Dios en el corazón del hombre al crearle; y con haber regulado el progreso de dicha ley por su Providencia ordinaria. Sin embargo, quiso Él dar leyes positivas que habíamos de obedecer y, en el curso del tiempo, esto es, desde el comienzo de la raza humana hasta la venida y predicación de Jesucristo, enseñó por sí mismo a la humanidad los deberes de una creatura racional para con su Creador.

Por ende, ninguna religión puede ser verdadera, salvo aquella fundada en la revelación divina, revelación comenzada desde el mismo principio, continuada bajo la Ley Antigua, y perfeccionada por el mismo Jesucristo bajo la Nueva. Ahora, si Dios ha hablado — y es históricamente seguro que sí ha hablado — es evidente que el hombre está obligado a creer implícitamente su revelación y obedecer sus mandamientos.

Para que debidamente hiciéramos lo uno y lo otro, esto para la gloria de Dios y salvación nuestra, el Hijo unigénito de Dios fundó en la tierra su Iglesia.

A partir de esta verdad divina — de que Dios ha revelado a la humanidad la única verdadera religión con la cual debe ser adorado— se deriva el principio católico que prohíbe a los católicos participar en el falso ecumenismo.

Pongamos atención en la frase “equivale a abandonar la religión revelada por Dios de Pío XI en esta misma Encíclica, que dice: sostener el falso ecumenismo y alentarlo, equivale a apostatar. ¿Y habremos Nos de cometer la iniquidad de tolerar que la verdad revelada por Dios sea cosa de transacción? Porque, en efecto, se trata de defender la verdad revelada. Para anunciar la fe del evangelio a todas las naciones, Jesucristo envió a sus apóstoles al mundo; y, para guardarles del error, quiso que el Espíritu Santo primero les enseñase toda la verdad. ¿Acaso esta doctrina de los apóstoles ha descaecido del todo en la Iglesia, a quien Dios mismo asiste dirigiéndola y custodiándola? Nuestro Redentor expresamente manifestó que su Evangelio estaba destinado no sólo para los tiempos apostólicos, sino para todos los tiempos. ¿Pudo, entonces, haberse hecho la doctrina de la fe tan obscura e incierta que hoy convenga tolerar opiniones contradictorias? Si esto fuese verdad, entonces tendríamos que admitir que el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles, y la perpetua morada del mismo Espíritu en la Iglesia, y hasta la misma predicación de Jesucristo, perdió hace siglos su valor y eficacia; pero afirmar esto sería una blasfemia.

Si Pío XI estuviera hoy vivo, ¿que pensaría del falso ecumenismo tan difundido de nuestros tiempos? ¿Qué pensaría de la siguiente oración, patrocinada por MISSIO en las parroquias supuestamente católicas de Alemania, para el Domingo de la Misión Mundial (1989)?

Oración recomendada a las parroquias modernistas de Alemania, para el Domingo de Misión

Alabado seas, oh Señor Dios de Israel. Tú guías a través de tierras intransitables. Tú liberas de la esclavitud y la opresión. Tú prometes un nuevo mundo.

Alabado seas, oh Señor, Dios de Mahoma. Tú eres grande y sublime. Tú eres incomprensible e inalcanzable. Tú eres grande en tus profetas.

Alabado seas, oh Señor, Dios de Buda. Tú vives en las profundidades del mundo. Tú vives en cada persona.
Tú eres la plenitud del silencio.

Alabado seas, oh Señor, Dios de África. Tú eres la vida en los árboles. Tú eres la fertilidad del padre y la madre. Tú eres el alma del mundo.

Alabado seas, oh Señor, Dios de Jesucristo. Tú te consumes en el amor. Tú te rindes en la bondad. Tú triunfas sobre la muerte.

¿Y Qué pensaría este mismo Papa de la reunión de Asís en 1986 y de la invitación que Juan Pablo II hizo a todas las religiones del mundo para que rezaran a sus falsos dioses? ¿ Y qué pensaría al ver la estatua de Buda colocada sobre el altar de la iglesia de san Pedro en Asís y adorada con incienso por sacerdotes budistas?

Nosotros ya sabemos, pues lo expresó en la Mortalium Animos: Siendo todo esto así, claramente se ve que la Sede Apostólica no puede en absoluto tomar parte en estos congresos, ni de ningún modo pueden los católicos favorecer ni cooperar con tales empresas; pero si lo hicieran, estarían dando su aprobación a un cristianismo falso, totalmente ajeno a la única y verdadera Iglesia de Cristo.

El verdadero ecumenismo es orar y trabajar para la conversión de la humanidad a Jesucristo, a su única y verdadera Iglesia, a la religión católica, la única religión revelada por Dios. Esto ha sido siempre la enseñanza de la fe católica a través de los siglos; además, las leyes de la Iglesia claramente reflejan estas mismas enseñanzas.

Continuemos con las enseñanzas de Cristo y sus Apóstoles:

7) Cristo impuso a todos sus discípulos la obligación de aceptar todo su Evangelio predicado por sus Apóstoles y sus sucesores: “Id pues e instruir a todas las naciones, enseñándolas a observar todas las cosas que yo os he mandado.” (Mat., XVIII, 19-20.) Quien desprecia a estos mensajeros de Cristo, a Cristo mismo desprecia: “El que os escucha a vosotros, me escucha a mí; y el que os desprecia a vosotros, a mí me desprecia; y quien a mí me desprecia, desprecia a aquel que me ha enviado.” (Luc., X, 16.) Los Apóstoles deberán de una manera terminante reprobar a aquellos que tienen en poco el Evangelio de Cristo: “Caso que no quieran recibiros, ni escuchar vuestras palabras, saliendo fuera de tal casa sacudid el polvo de vuestros pies.” (Mat., X, 14) Y por cierto que el rechazar las verdades de Cristo es ponerse en peligro de eterna condenación: “Id por todo el mundo; predicar el Evangelio a todas las criaturas: el que no creyere será condenado.” (Marc., XVI, 15-16.) De estos pasajes que la Iglesia siempre a enseñado consiste el verdadero Ecumenismo. Y también resulta claro que estos pasajes también todos los debemos aceptar en todas sus partes. Por lo tanto cualquier secta que niegue la divinidad de Cristo, o la Trinidad, o la Eucaristía, o el primado de San Pedro, o la existencia del infierno, no puede llamarse la Iglesia una y verdadera de Cristo.

8) Cristo y los Apóstoles a menudo nos advierten que debemos estar alertas contra los exponentes de nuevas, diferentes o falsas religiones: “Guardaos de los falsos profetas, nos dice Nuestro Señor, que vienen a vosotros disfrazados con pieles de ovejas, más por dentro son lobos voraces.” (Mat., VII, 15.) “Pero aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predique un evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea anatema.” (Gal. I, 8.) El Apóstol San Pablo da gracias a Dios porque cuando los de Tesalónica recibieron “la palabra de Dios oyéndola de nosotros, la recibisteis, no como palabra de hombre, sino, según es verdaderamente, como palabra de Dios.” (I. Tes., II, 13.) San Juan nos exhorta a no comunicarnos con aquellos que no profesan la verdadera religión: “si viene alguno a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le saludéis.” (II Juan, 10.)

9) Cristo fundó una organización religiosa visible, la Iglesia, que había de ser el exponente y custodio de sus enseñanzas. La fundó sobre los doce Apóstoles bajo la supremacía de Pedro. A fin de que sus divinas e inmutables verdades no pudieran sufrir cambio ni alteración alguna en el curso de su trasmisión a través de la edades, dando a iglesias contradictorias y en conflicto, Cristo dotó a su Iglesia de la prerrogativa de la infalibilidad. Prometió que “las puertas o el poder del infierno y las tempestades de falsas enseñanzas no prevalecerían contra la Iglesia, que fue cimentada sobre una roca. (Mat., XVI, 18.) Mandó a Pedro, cabeza de su Iglesia, apacentar (no envenenar con erróneas doctrinas) a sus corderos y a sus ovejas. (Juan XXI, 15-17.) Prometió que El mismo, origen de toda verdad, estaría con su Iglesia todos los días,” “hasta la consumación de los siglos.” (Mat., XXVIII, 20.)

10) El principio del indiferentismo religioso se opone a la sana razón. Decir que una religión es tan buena como la otra es afirmar que Dios ve con igual favor lo justo y lo injusto, la verdad y la mentira, el bien y el mal, la virtud y el vicio, el verdadero culto y la idolatría. Puesto que Cristo es Dios, no puede en modo alguno ver con agrado aquellas religiones que le consideran meramente como un ser humano. Si dos y dos son cuatro, luego aunque centenares o millares de proposiciones afirmen que dos y dos son menos o más de cuatro, todas son falsas. Cuando compramos una docena de huevos no podemos esperar que nos den más ni menos de doce. Si una religión es verdadera, luego todas las demás que la contradicen necesariamente son falsas.

La afirmación de que no importa mucho lo que uno crea con tal que sea buena persona es igualmente opuesta a la razón. Los actos presuponen convicciones, y la conducta se halla en consonancia con las creencias. No se concibe una norma cierta de conducta en tanto que el hombre ande moviéndose de aquí para allá a impulsos del oleaje del error y de la duda. La mente del hombre ha sido hecha para la verdad, lo mismo que la voluntad ha sido hecha para el bien: y la voluntad del hombre sólo se inclina hacia aquellos objetos que la mente le presenta como buenos.

11) El principio del liberalismo religioso está en contradicción con la historia del Cristianismo. a) Cornelio, el centurión, era por naturaleza, un buen gentil, “hombre religioso y temeroso de Dios con toda su familia, y que daba muchas limosnas al pueblo, y hacía continua oración a Dios.” (Hechos X, 2.) Y sin embargo Dios envió a San Pedro a convertir a Cornelio al Cristianismo. b) cuando ciertos judaizantes alegaban que los Cristianos debían ser circuncidados y observar la ley de Moisés a fin de poder salvarse, los Apóstoles prontamente se reunieron en el primer Concilio de Jerusalén, y declararon solemnemente que los Cristianos no estaban sujetos a los preceptos del Judaísmo. (Hechos XV.) c) Los Apóstoles sufrieron prisiones, azotes, persecuciones, y la misma muerte, antes que ceder un solo ápice de las enseñanzas de Cristo. d) Los Mártires en el anfiteatro romano sufrieron los azotes, los peroles de aceite hirviendo, las dentelladas de la bestias feroces, antes que condescender con el error. La Iglesia prefirió perder toda Inglaterra más bien que renunciar a sus enseñanzas sobre la indisolubilidad del matrimonio (y ahora por cosas más simples con mucha facilidad se anulan matrimonios) f) En la primera mitad del siglo XX, los cristianos en Rusia, Alemania, España y México resistieron a los tiranos hasta la muerte antes que hacer traición a su fe.

En conclusión, notemos que la verdadera Iglesia Católica es intolerante de las doctrinas falsas y contradictorias y no de las personas que sinceramente y de buena fe se hallan adheridas a doctrinas erróneas. Aun cuando los católicos no pueden interior o exteriormente aprobar las doctrinas falsas, sin embargo, siempre desean practicar aquella caridad universal, de la cual Cristo nos dio tan hermoso ejemplo con su propia vida.

APLICACIONES PRACTICAS

Las verdades que hemos dejado establecidas en el presente escrito, han dado origen a ciertos principios bien definidos en la teología moral y en el derecho canónico.

A los católicos no les es lícito tomar parte en cultos, funciones religiosas, ceremonias, himnos y oraciones protestantes o acatólicas. Tal participación constituiría una profesión (al menos externa) de una religión falsa y una negación de la verdadera religión. “¿Qué parte,” dice San Pablo, “tiene el fiel con el infiel?” (II Cor., VI, 15.)

Los católicos pueden asistir a bodas o funerales no católicos, cuando la amistad, la necesidad o la cortesía lo demanden. Más la asistencia a estas ceremonias religiosas debe ser meramente pasiva y no activa. Asistencia activa significa adhesión interna y voluntaria a los ritos no católicos. Asistencia pasiva quiere decir puramente presencia externa y física.

Visitar iglesias protestantes por mera curiosidad no es pecado, siempre que no haya escándalo o peligro de perversión personal. Entrar a una iglesia no católica es suyo indiferente; puede no obstante ser pecaminoso por razón de la intención o de las circunstancias.

Los católicos no deben servir de padrinos en un bautismo protestante, o la mujeres católicas de damas de honor en un casamiento protestante. La participación en un rito religioso es una señal de unión y adhesión a un culto religioso y produce la impresión de que no hay esencial diferencia entre el culto católico y el herético.

No es lícito tomar parte en Kermeses, fiestas y cenas cuando se sabe que el producto se ha de usar para promover misiones no católicas o construir templos no católicos. Solamente puede tal cosa permitirse cuando las circunstancias sean tales que se vea claro que el católico no desea promover ninguna secta protestante, sino única y exclusivamente mostrar cortesía y benevolencia.

Por último hermanos rezaremos con profunda convicción las palabras del acto de fe: “Creo todas las verdades que la Santa Iglesia católica enseña, porque las ha revelado, Dios Nuestro Señor, que no puede engañarse ni engañarnos.”

Y jamás cederemos vergonzosamente en lo tocante a la fe por respeto humano o por alguna ventaja terrena. Y seremos intolerantes en el error pero no con las personas.

Mons. Martin Davila Gandara