El Evangelio, grano de mostaza y levadura

“El reino de los cielo es semejante al grano de mostaza” (Mt., XIII, 31)

El Evangelio es simbolizado primero en el grano de mostaza a causa de su crecimiento y propagación a través del mundo, en todo el cual ha hecho sentir su divina influencia; y luego en la levadura, a causa de la transformación que ha ejercido en los individuos y los pueblos que lo han recibido.

Consideremos brevemente estas maravillas, para excitarnos a la gratitud, al amor y a la fidelidad hacia Jesucristo.

EL EVANGELIO ES COMO EL GRANO DE MOSTAZA

En la explicación de la parábola de la mostazaEl sembrador es Jesucristo. En pos de Él lo son los Apóstoles y todos los que han recibido el mandamiento de predicar la divina palabra. El campo es el mundo y pertenece al Señor; porque así lo dice el Salmo 23, 1: “Del Señor es es la tierra y cuanto la llena, el orbe de la tierra y cuantos la habitan”.

El grano de mostaza es el Evangelio, que Jesucristo vino a sembrar en su campo y que continúa sembrando por medio de sus sacerdotes.

El Evangelio apareció como una pequeña semilla, las más pequeña de todas, incapaz de germinar, de echar raíces, de hacerse aceptar sobre la tierra. Porque parecían oponérsele toda clase de razones humanas del paganismo y barbarie en ese tiempo dominantes.

En efecto, el Evangelio fue predicado, no por filósofos y sabios, sino por unos sencillos y pobres pescadores galileos; después por sus discípulos y sucesores, pobres y débiles como ellos mismos y absolutamente desprovistos de todas los medios humanos.

Derribaba los ídolos, lo mismo que todas la ideas aceptadas entonces sobre la Divinidad.

Enseñaba una religión totalmente nueva, completamente opuesta a los cultos antiguos y a la sabiduría humana; doctrinas como la de un Dios en tres personas, un Dios hecho hombre y crucificado, misterios incomprensibles a la razón de aquellos tiempos.

Sus máximas declaraban la guerra a todas las pasiones del hombre; porque prohibían y condenaban el homicidio, el odio, la venganza, el robo, la usura y las injusticias de toda clase, el adulterio, el divorcio, la fornicación y las torpezas de toda especie, y hasta los actos perversos de la voluntad y los deseos puramente interiores de hacer el mal.

Estas máximas, recordaban y ensalzaban la humildad, la mansedumbre, la pobreza, la castidad, la mortificación y tantas otras virtudes hasta entonces desconocidas y después despreciadas por algunos.

Además la doctrina del Evangelio: ¡Cuántas persecuciones tuvo que vencer, cuántos obstáculos, cuántas resistencias de parte de los filósofos, de los ricos, de los poderosos del mundo!

Y, sin embargo, este Evangelio fue sembrado, predicado en todas partes; creció y fue aceptado por los reyes, los sabios y por millones de hombres; y aún en estos tiempos de gran apostasía y predominio de la herejía modernista sigue en pie de lucha en los verdaderos y auténticos católicos.

Todavía en tiempos del Papa Pío XII, la semilla de mostaza que simboliza el Evangelio llegó a ser un árbol grande en donde las aves del cielo, es decir, los hombres de buena voluntad, vienen a posarse y a buscar su sustento, su consuelo, su fuerza y su refugio.

¡Oh! Pidamos, pues, al Señor fervorosamente que otra vez extienda su luz evangélica y que brille en todas partes como antaño y transportados de admiración, repitamos con el Salmista: “¡Obra del Señor es ésta, y es admirable a nuestros ojos!”; “¡Desde donde sale sol hasta su ocaso sea ensalzado el nombre del Señor!” (Salmos 118, 23, y 112, 3).

Quiera el Señor, que como en tiempos de Pío XII. Vayamos también nosotros con fe, agradecimiento y amor a descansar bajo su sombra divina y a saciarnos con sus saludables y deliciosos frutos. Entonces podremos caminar, como Elías que: “¡Confortado, con la comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte del Señor!” (III reyes, XIX, 8).

EL EVANGELIO ES LEVADURA SAGRADA

En la explicación de la parábola de la levadura: La mujer que toma la levadura es la Iglesia.

La tres medidas de harina significan todo el género humano. Ahora bien, todos los pueblos estaban entonces sumergidos en la idolatría y en la ignorancia más grosera y entregados a las más vergonzosas pasiones.

El vicio recibía honores divinos. La verdad eterna y la verdadera virtud estaban olvidadas, ignoradas, despreciadas. Y era esta masa inerte y corrompida la que era preciso levantar, purificar, santificar, convertir “en el buen olor de Jesucristo”. Así como dice San Pablo en II Cor., II, 15.

La Iglesia confía el Evangelio, esta sagrada levadura recibida de manos de su sagrado fundador, a sus Apóstoles y a sus misioneros; los envía a predicar la buena nueva por todo el mundo.

Y ¡oh prodigio!, esta levadura saludable y vivificante, esparcida por todas partes, penetra en los pueblos, en los individuos, en las naciones, y los cambia, obra en ellos una transformación maravillosa y divina.

En donde reinaba la barbarie se suavizan las costumbres, los errores se disipan, las supersticiones se desvanecen, los desórdenes desaparecen, las más sublimes virtudes reemplazan a los vicios más vergonzosos, a las torpezas más monstruosas.

La tinieblas se retiran y dejan su lugar a la luz, el orgullo a la humildad, la voluptuosidad a la mortificación y a la castidad, el odio a la caridad, la codicia a la misericordia; en una palabra, la humanidad se transforma, divinizada por esta poderosa levadura.

Y estos efectos prodigiosos no cesan de obrarse en los verdaderos fieles católicos después de casi dos mil años, a pesar la gran crisis y oscuridad que sufre la Iglesia por el predominio de la herejía modernista desde finales de la década de los 50´s del siglo pasado; y de ello, cada día somos testigos. Así como dicen los Salmos 117, 23; y 76, 11: “Obra del Señor es ésta”; “Mi dolor es éste: que se ha mudado a la diestra del Altísimo”.

Conclusión. Demos gracias a Jesucristo que nos “llamó de las tinieblas a su luz admirable”. Así como dice San Pedro II, 9. Pero veamos si nos hemos aprovechado bien de todo esto. Y si realmente han echado raíz en nuestro corazón la divina doctrina y las santas máximas del Cristianismo, y han mejorado nuestra alma y son ellas la regla de nuestra vida.

Así como la masa adquiere la naturaleza y las propiedades de la levadura, de la misma manera todo cristiano que cree en Jesucristo debe reproducir en él su vida y sus virtudes, y ser otro Cristo. Realmente ¿Somos así nosotros? Por lo mismo debemos de pedir esta gracia a Nuestro Señor, y trabajemos de manera que podamos merecer estar unidos a Él durante la eternidad.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

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