“Signum magnum appáruit in caelo”
“Un gran prodigio apareció en el cielo: Una mujer vestida del sol, y la luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas”. (Apoc., XII, 1)
La Iglesia Católica el día 15 de agosto, nos recuerda el gran prodigio de la Asunción de la Santísima Virgen María a los cielos; y antes de este hermoso suceso nos recuerda también, su muerte y su resurrección.
Desde la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, la Santísima Virgen se empleó en enseñar la religión cristiana a pequeños y grandes, a consolar a las personas tristes, y a la ayuda de los enfermos y moribundos.
Habiendo cumplido con mucha ternura y amor esta misión, Dios le hizo saber que ya se acercaba la fecha de partir de este mundo a la eternidad.
Los Apóstoles que la amaban como la más bondadosa de todas las madres se apresuraron a viajar para recibir de sus labios sus últimos consejos, y de sus sacrosantas manos su última bendición.
Una vez que llegaron la mayoría de los Apóstoles al lugar donde se encontraba su Santísima Madre, con lágrimas copiosas, y de rodillas, besaron esas manos santas que tantas veces los habían bendecido.
La Virgen María, para cada uno tuvo palabras de consuelo y de esperanza. Y luego, como quien se duerme en el más plácido de los sueños, Ella fue cerrando santamente sus ojos, y su alma, mil veces bendita, partió para la eternidad.
María Santísima murió de amor, debido a que era tanto su deseo de irse al cielo donde estaba su Hijo, que este amor la hizo morir.
La noticia se esparció por toda la ciudad, y no hubo un cristiano que no viniera a rezar junto a su cuerpo sin vida, como por la muerte de la propia madre.
Su entierro más parecía una procesión de Pascua que un funeral. Todos cantaban el Aleluya con más firme esperanza de que ahora tenían una poderosísima protectora en el cielo, para interceder por cada uno de los discípulos de Jesús.
En el aire se sentían suavísimos aromas, y parecía escuchar cada uno armonías de músicas suaves.
Los Apóstoles que no estuvieron en las últimas palabras, bendiciones y hermosos funerales de la Reina del cielo, fueron primero Santiago el Mayor que se le adelantó con su glorioso martirio; y Santo Tomás, que no alcanzó a llegar a tiempo, ya que cuando arribó acaban de volver de la sepultura de su Santísima Madre.
Santo Tomás le suplicó a San Pedro, que le hiciera el favor de poder ir a la tumba de su madre amabilísima y darle un último beso en esas manos santas que tantas veces le bendijeron.
San Pedro acepto, y se fueron todos hacía el santo sepulcro, y cuando ya estaban cerca empezaron a sentir, nuevamente, suavísimos aromas en el ambiente y armoniosas músicas en el aire.
Cuando abrieron el sepulcro, en vez del cuerpo sin vida de la Virgen María, encontraron solamente, una gran cantidad de flores muy hermosas. Se sobreentiende que Jesucristo había venido, y había resucitado a su Madre Santísima y la había llevado al cielo.
Esto es lo que llama, el gran suceso de la Asunción de la Virgen María a los cielos fiesta que celebramos.
¿Y quién de nosotros, si tuviera los poderes del Hijo de Dios, no hubiera hecho lo mismo con su propia Madre?
La Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos, es un dogma proclamado por la Iglesia Católica en la Constitución Apostólica “Munificentissimus Deus” por el Papa Pío XII.
Este Sumo Pontífice bajo la inspiración del Espíritu Santo, y después de consultar con todos los obispos de la Iglesia Católica, y de escuchar el sentir de los fieles, el 1 de noviembre de 1950, definió solemnemente con su suprema autoridad apostólica, el dogma de la Asunción de María.
Constitución Apostólica Munificentissimus Deus:
“Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo”.
¿Cuál es el fundamento para este dogma? El Papa Pío XII presentó varias razones fundamentales para la definición del dogma:
1.- La inmunidad de María de todo pecado: La descomposición del cuerpo es consecuencia del pecado, y como María, careció de todo pecado, entonces Ella estaba libre de la ley universal de la corrupción, pudiendo entonces entrar prontamente en cuerpo y alma en la gloria del cielo.
2.- Su Maternidad Divina: Como el cuerpo de Cristo se había formado del cuerpo de María, era conveniente que el cuerpo de María participara de la suerte del cuerpo de Cristo. Ella concibió a Jesús, le dio a luz, le nutrió, le cuido, le estrecho contra su pecho. No podemos imaginar que Jesús permitiría que el cuerpo que le dio vida llegase a la corrupción.
3.- Su Virginidad Perpetua: Como su cuerpo fue preservado en integridad virginal, (o sea, toda para Jesús, siendo un tabernáculo viviente) era conveniente que después de la muerte no sufriera la corrupción.
4.- Su participación en la obra redentora de Cristo: María, la Madre del Redentor, por su íntima participación en la obra redentora de su Hijo, después de consumado el curso de su vida sobre la tierra, recibió el fruto pleno de la redención que es la glorificación del cuerpo y del alma.
Hasta aquí, todo lo relacionado con este hermoso y portentoso dogma de la Asunción de María al cielo.
Por último, debemos de considerar que la Asunción es la victoria de Dios confirmada en María y asegurada para nosotros. La Asunción es una señal y promesa de la gloria que nos espera cuando en el fin de los tiempos nuestros cuerpos resuciten y sean reunidos con nuestras almas.
Sinceramente en Cristo
Mons. Martín Dávila Gándara
Obispo en Misiones
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